Evan Parker: el mundo en sus pulmones
El legendario saxofonista británico de jazz libre repasa medio siglo de carrera, desde los agitados años sesenta al espléndido aislamiento del 'Brexit'
Evan Parker está sentado a la mesa de un restaurante lisboeta de esos “que sacan el queso al principio de la comida en lugar de al final”, a punto de abordar el espinoso asunto Derek Bailey. Ambos, saxofonista y guitarrista, firmaron a caballo entre los sesenta y setenta, a dúo o siendo parte de bandas como Improvised Music Company o Spontaneous Music Ensemble, heroicas páginas de la música de libre improvisación europea. En 1970 sellaron su amistad con la peor idea posible: participar juntos en un negocio, el sello Incus Records. Temprano ejemplo de compañía británica propiedad de artistas, la fundaron con el batería Tony Oxley y, como inversor, el periodista Michael Walters, que abandonaron rápido el barco. Años de desgaste personal y de insultos en directo desembocaron en una de las riñas más sonadas del free jazz, que acabó en 1987 con abogados de por medio y la salida de Parker. La enemistad se mantuvo hasta la muerte en 2005, a los 75 años, de Bailey, hombre de carácter, por decirlo de un modo educado.
A tenor del amplio repertorio de sonrisas del saxofonista, inventariado durante tres días de convivencia con motivo del festival de música experimental OUT.FEST, celebrado en Barreiro, ciudad dormitorio de Lisboa al otro lado del Tajo, cuesta imaginarle peleando agriamente a mitad de una actuación. “Pero es que el señor Bailey [así acostumbra a referirse al guitarrista] era especial, resultaba imposible trabajar con él”, explica Parker, de 73 años. “No sé exactamente a qué discusiones se refiere, pero le contaré una. Cuando llegamos tarde a la grabación de mi primer disco para el sello, no aceptó nuestras excusas y se fue del estudio, para dar vueltas a la manzana y hacernos esperar el mismo tiempo que había esperado él. Dejémoslo en que la así llamada historia oficial de Incus no es como yo la recuerdo. La historia acaba fijada por aquellos que hablan más agresivamente”.
Cuentan que el divorcio tardó en llegar, porque, pese al odio que se profesaban, ambos eran conscientes de la grandeza artística de la que eran capaces juntos. Entre las condiciones de la separación figuraba la cláusula, firmada en un momento de debilidad, que impedía la reedición de Topography of The Lungs (1970), primera referencia de Incus y estreno de Parker como líder, hasta que “el señor Bailey” dejase de ser director del sello, que hoy lleva su viuda. Dada la excepción, el mítico disco, cuyo título (topografía de los pulmones) celebraba las capacidades de Parker, vio finalmente la luz fuera de los exclusivos círculos de coleccionistas de música experimental, listo para ser apreciado por nuevas audiencias, como los jóvenes que abarrotaron los conciertos que ofreció en Barreiro: uno de improvisación grupal y otro con el trío formado desde los ochenta junto al bajista Barry Guy y el batería Paul Lytton.
Precoz amante del jazz de moda a finales de los cincuenta, Parker, criado en el seno de una familia de clase media baja de Bristol, comenzó a tocar el saxofón a los 14 años. Iba para botánico, hasta que un concierto del pianista free estadounidense Cecil Taylor le dio un buen empujón que lo sacó del camino recto. Aún le interesan las plantas; como buen inglés, es aficionado a la jardinería.
“Éramos como la Unión Europea antes de la Unión Europea”, opina Evan Parker
En 1966 aterrizó en Londres y rápidamente se enredó con el batería John Stevens, a cuyo Spontaneous Music Ensemble (SME) se unió. El Londres de los sesenta que recordó Parker al término de sus recitales es muy distinto al de las minifaldas de Twiggy, los atracones de anfetas de los mods y otras postales del swinging London. “No nos mezclábamos con los del rock. Lo más cerca que estuvimos fue al trabajar con el diseñador de Karyobin [disco del SME]. [Robert Macauley] había coincidido en la escuela de arte con Shirley [Ann Shepherd], esposa de Keith Richards”, dice entre risas. Bien es cierto que después trabajaría en los ochenta en la big band-capricho de Charlie Watts, batería de The Rolling Stones. Aquel contrato no solo le permitió tocar en el Hollywood Bowl; también es lo más cerca que ha estado nunca del “jazz normal”.
La escena que el saxofonista frecuentó de joven fue, con todo, más europea que local. Varias estancias en Holanda y Alemania le permitieron participar en proyectos y discos con artistas como los pianistas Alexander von Schlippenbach (en cuyo trío aún milita; “la pregunta es cuál de los tres se desplomará antes en escena”) y el recién fallecido Misha Mengelberg, el batería Han Bennink, el trompetista Manfred Schoof o el saxofonista Peter Brötzmann. A las órdenes de este grabó el legendario Machine Gun, tal vez el disco más ruidoso de un tiempo ruidoso.
“Éramos como la Unión Europea antes de la Unión Europea”, opina Parker. A pesar de aquellas experiencias de juventud, un constante errar por el continente que en cierto modo mantiene, votó a favor del Brexit en 2016, como el 62,5% de sus vecinos en la encantadora localidad de Faversham, en el condado de Kent, adonde se mudó hace 11 años tras separarse de su mujer. “No tengo respeto por los políticos en general. Y mucho menos por los de la UE. ¿Vio lo que hicieron con Grecia? No me interesa formar parte de ese club. No entiendo por qué tendría que estar preocupado por el futuro. Para mí es bueno, porque gano mi dinero en euros; nunca desperté demasiado entusiasmo en mi país”.
Por suerte, a estas alturas de la vida, dice, “la pasta ya no es un problema”. No hace tanto de eso: cuando dejó Londres, adonde acude con cierta frecuencia para tocar en dos templos de la música en libertad, el Cafe Oto y el Vortex, tuvo que deshacerse de la mayoría de sus discos, que malvendió “a un americano”. Tal vez por eso tiene un ácido punto de vista sobre la actual fiebre por el vinilo. “Lo encuentro entre divertido y ridículo. Nadie ha logrado convencerme de que suenen mejor. Además, si los discos hoy se graban en digital, ¿qué sentido tiene escucharlos en analógico?”.
O quizá su escepticismo de deba a que Parker tiene su propio sello de…solo CD. Psi, que así se llama, está dentro de la disquera independiente Emanem, propiedad de Martin Davidson, británico exiliado desde hace cuatro años en Cádiar, en la Alpujarra ganadina. Este explica en conversación telefónica que el saxofonista ejerce de director artístico de sus lanzamientos, mientras Davidson se encarga de “hacerlos realidad”.
En Psi, Parker da salida a álbumes de músicos que le interesan, así como a (parte de) su producción discográfica: grabaciones nuevas con músicos jóvenes o viejos conocidos o reediciones de material suyo hoy inencontrable sin arruinarse, como Monoceros (1978), grabado directamente en cinta en formato de saxofón solo, una de sus especialidades gracias a una técnica excepcional de respiración circular que aún hoy, con la topografía de sus pulmones “alterada por la edad”, le permite tocar sin descanso durante decenas de minutos.
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