Valentín Vega: el fotógrafo sentipensante
El autor reivindica la obra de este paria que tan magistralmente retrató la cotidianeidad
Desde la fototeca del Muséu del Pueblu d’Asturies en Gijón viene realizándose una encomiable labor de recuperación del patrimonio fotográfico. Tuve ocasión de sumergirme el año pasado en las entrañas de esa insuficientemente conocida cueva de Alí Babá y entre sus maravillas quedé en especial prendado por el fondo de Valentín Vega —o Foto Vega, como se le llamaba popularmente—. ¿Cómo era posible que un corpus documental tan sólido no estuviera aún inscrito con letras de oro en la historia oficial de la fotografía española? Alejado de los cenáculos que encumbraban el reconocimiento y la inclusión en los museos, Vega ha sido un paria hasta hace muy poco.
Hay que decir que mi sorpresa se inscribía en un viejo debate que atañe a los responsables de las políticas culturales, pero el hecho de que nadie lo aborde con eficacia termina sobrepasando el ámbito de los especialistas para simple y crudamente despojar a toda la ciudadanía de una parte valiosa de su herencia histórica y artística. La mayoría de los relatos sobre la fotografía se elaboran según los modelos tradicionales de la historia del arte, que a su vez se apoyan sobre conceptos de autor, de intención y de obra, postulando una cierta coherencia o unidad global en el conjunto de la producción. Necesitamos que haya “autores” para facilitar la escritura de la historia. Aunque hoy se propugne revisar ese criterio, si ése fuera el requisito, Valentín Vega pasa con creces la prueba del algodón.
Vega inició su carrera como fotógrafo ambulante en 1941 después de padecer tres años de prisión, víctima de la represión franquista. Desde entonces, recorrió la cuenca minera asturiana dejando constancia gráfica de su cotidianeidad en todas sus facetas: la vida rural, los festejos, el trabajo en las minas, los momentos de ocio; en definitiva, un recorrido completo a los espacios de sociabilidad. Destacan los retratos, sobre todo los retratos de grupo, como formas de una síntesis radiográfica de la sociedad de posguerra. Es imposible no pensar en August Sander como referente: su magna colección Retratos del siglo XX supone un ensayo sociológico y político de la Alemania de la República de Weimar en el que un representativo repertorio de tipos y personajes va desfilando frente al objetivo. El resultado es casi un archivo eugenésico: una sucesión de registros ejecutados con la asepsia y precisión de un bisturí. En cambio no hay severidad en la mirada de Vega, sino algo cercano a la ternura y a la empatía. No es una mirada fría y distante, no es una mirada “científica”, sino la mirada de “alguien del pueblo” que fotografía a los suyos y lo hace como solo sabe hacerlo: con familiaridad y afecto.
No hay severidad en la mirada de Vega, sino ternura y empatía. Es la mirada de “alguien del pueblo” que fotografía a los suyos con afecto
Juaco López Álvarez y José Luis Mingote, comisarios de la exposición en el Museo Nacional de Antropología, escriben en el catálogo que frente al amargo recuerdo de la Guerra Civil y a las privaciones de la posguerra, la sociedad quiso sobreponerse con una extraordinaria vitalidad y ansias de gozar: “En ellas [las fotografías de Vega] la alegría de vivir desborda las estrecheces de una década difícil, marcada por la escasez y el trabajo duro. Vega captó estos rasgos, casi siempre humanizados, personalizados, con tanta belleza y sensibilidad que lo conseguido no pudo deberse a la casualidad”. Esa dimensión próxima al neorrealismo o a la fotografía humanista que imperará en Europa en las dos décadas siguientes nos permite ubicar un nuevo contraste con Sander: para el maestro alemán, el rigor de sus retratos anticipaba el horror que se avecinaba; las fotografías de Valentín Vega, en cambio, desean pasar página a la tragedia e infundir esperanza.
Sander pensaba, Vega sentía, o mejor, sentipensaba. Eduardo Galeano, en su obra El libro de los abrazos, escribe: “Sabios doctores de ética y moral han de ser los pescadores de la costa colombiana que inventaron la palabra sentipensante para definir al lenguaje que dice la verdad”. Un lenguaje que siente y piensa a la vez.
¿Existe una fotografía sentipensante? Con toda humildad, Valentín Vega nos demuestra que sí.
La vida por delante. Fotografías de Valentín Vega. Museo Nacional de Antropología. Madrid. Hasta el 12 de marzo de 2017.
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