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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Huelga al fútbol

Esta huelga unilateral proviene de la ferocidad con el fútbol que ha pretendido intoxicar incluso la paz olímpica

Marcelo y Vitolo en la final de la Supercopa de Europa.
Marcelo y Vitolo en la final de la Supercopa de Europa.JONATHAN NACKSTRAND (AFP)

Se ha declarado uno en huelga de fútbol. Y no sé hasta dónde o hasta cuándo va a resistir la disciplina. Le sucedía a aquel irredento partidario de Curro Romero que hastiado de "espantás" vociferó en la Maestranza una memorable amenaza: "El año que viene va a venir a verte tu madre... y yo también".

Esta huelga unilateral no proviene del antimadrisimo, que sería una buena justificación, sino de la ferocidad con el fútbol que ha pretendido intoxicar incluso la paz olímpica, intimidando y cohibiendo esas modalidades subalternas que observamos con insólito apasionamiento en el sofá y que logran sus minutos de gloria cada cuatro años, como le sucede al tenis de mesa, al tiro con arco, al pentatlón moderno.

Llega uno incluso a entusiasmarse con las pruebas de precisión con pistola. Y a comprender el histrionismo de los locutores. Ya sabemos que los verdaderos Juegos transcurren en la piscina y en la pista de atletismo, pero hay un deporte caleidoscópico que nos mantiene insomnes, apurando el veraneo y el patriotismo. O haciéndolo hasta que el fúlbol, como diría Villar, se adjudica también el protagonismo estival, intercalando los torneos veraniegos y las competiciones oficiales. No ha empezado la temporada porque ni siquiera había acabado. La Eurocopa, la Copa de América, el trajín de los fichajes estelares y hasta los avatares de Neymar con la canarinha en Rio colonizan integralmente la temporada, predisponiendo ya el inicio de los torneos ligueros y pretendiendo hacer luz de gas a la antorcha olímpica, cuyas llamas apenas proporcionan calor a los deportistas de la gleba, en su anonimato, su abnegación, en la vocación con que llevan a hombros una canoa o desenfundan un florete.

Decía Gekko en Wall Street que el dinero nunca duerme. Menos aún lo hace el fútbol. La rotación y la traslación del balón nos tienen alienados, no ya víctimas del síndrome de Stendhal en su ambición estética, sino secuestrados en el síndrome de Estocolmo. Así es que el fútbol va a verlo su madre este año. Y yo también.

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