‘Stranger Things’, amor por los ochenta
La nueva serie de Netflix traslada a los espectadores a los años ochenta para contar una historia con aire nostálgico y trama veraniega
Los amigos que viven en casas cercanas se comunican entre sí por walkie-talkies, discuten sobre Dragones y mazmorras y en el cassette de uno de ellos suena The Clash. En un pequeño pueblo remoto en Estados Unidos desaparece un niño a la vez que llega una misteriosa niña con poderes telequinésicos. Stranger Things, la nueva serie de Netflix, traslada a los espectadores a los años ochenta para contar una historia con aire nostálgico y trama veraniega. Monstruos que hacen mucho ruido y se dejan ver poco (hasta el tramo final), sucesos paranormales y misterios agitan el tranquilo devenir de los protagonistas, niños, adolescentes y adultos que buscan explicaciones para lo que sucede.
Stranger Things llega como una carta de amor al cine de los ochenta. Lo que Super 8, de J.J. Abrams, fue en el cine es Stranger Things, de los hermanos Duffer, en la televisión. Por la ambientación, la fotografía, la banda sonora, los créditos iniciales, el papel pintado de las paredes y ese grupo de niños que ponen la amistad por encima de todo, que se mueven por los caminos y bosques de alrededor del pueblo en bicicleta y que no tienen miedo a correr aventuras aunque desconozcan lo que se puedan encontrar ahí fuera.
Netflix la lanza justo a tiempo, en un verano con una oferta televisiva más floja que en años pasados, y con una historia fácilmente maratoneable gracias al enganche del misterio y la aventura, a la nostalgia de los ochenta —cómo disfrutamos con E.T., Los Goonies o Encuentros en la tercera fase—, a unos personajes a los que se toma cariño con facilidad —incluso el casting de niños es más que apropiado— y a un suspense bien llevado que no se va de madre... hasta que se tiene que ir. No como ocurrió en otra de las series que, en ciertos momentos, vienen a la cabeza mientras se ve Stranger Things, la reciente Wayward Pines —los hermanos Duffer fueron guionistas de varios capítulos de la primera temporada de Wayward Pines—. En realidad, por suerte, solo es solo cierto recuerdo por aquello de los misterios y los monstruos.
Eso sí, el tiempo no pasa en balde, y Winona Ryder, que en los ochenta podría haber interpretado a la adolescente rebelde, ahora es la madre obstinada y al borde de la locura tratando de contactar con su hijo desaparecido y moviendo cielo y tierra para encontrarlo. Es genial tener series como esta a la que agarrarnos para resistirnos a que el tiempo se vaya. Pero el tiempo pasa para todos: para ti, para mí... y también para Winona.
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