Llegar al corazón
El gran 'Acorar', de Gomila, visto ya por 30.000 personas, vuelve a Barcelona
He tardado, pero al fin he podido ver Acorar, escrito e interpretado por Toni Gomila y dirigido por Rafel Durán, de nuevo en La Seca Espai Brossa de Barcelona. “Con suerte haremos quince funciones”, dijo Durán en su día, pero el espectáculo, todo un fenómeno, lleva varios años girando por Cataluña y Baleares, y 30.000 personas, según el dossier, lo han aplaudido. No me extraña. Es un festival del lenguaje, de la narración, de la memoria. Un tour de force impresionante, rebosante de humor y emoción, que te atrapa y te deja hipnotizado: divinas palabras terrestres. Gomila, nacido en Manacor, la escribió en Buenos Aires añorando su tierra y su idioma. Acorar narra un día de matanza, en el campo, con los primeros fríos. Tardé en verla porque el asunto no me seducía, como si no supiera que lo importante no son los temas sino la forma de contarlos.
La obra, dirigida por Rafel Duran, es un festival del lenguaje, de la narración, de la memoria a partir de un día de matanza
Toni Gomila es un actor superlativo, pero también un formidable escritor. El verbo catalán “acorar” se refiere a la habilidad del matarife para acabar con el cerdo de un golpe seco, rápido y preciso. Y, por extensión, llegar al corazón. El “acorador” es un experto muy buscado, el sumo sacerdote del sacrificio. El monólogo arranca con su aparición, a pie, de entre la primera niebla, como un personaje mítico, misterioso. “Pero no hay misterio”, dice Gomila: “Llega a pie porque ha aparcado junto al camino para salir el primero, tan pronto acabe su faena: la temporada es corta y hoy tiene tres matanzas”. Yo temía los ojos despavoridos del cerdo, los chillidos de terror, el pataleo, el desventramiento. No hay gore: Gomila prefiere retratar la pena casi imperceptible, el breve instante en que los ojos del amo se humedencen al despedirse de ese animal al que ha criado y alimentado durante tanto tiempo “y ahora intercambia, Judas, por un puñado de monedas”. En lugar de efusión rojo oscuro, un gesto ritual, eucarístico: cuando el acorador hace la señal de la cruz sobre la sangre “que todavía hierve en una palangana verdosa”.
Su cámara no deja de moverse, de danzar, de fijarse, de reptar a ras de tierra y subir a lo alto. Anoto: “Limón, limón y más limón para las manos que transmutarán la fosa séptica del cerdo en el cofre del tesoro: la sobrasada”. O, destellante, la triple y precisa adjetivación que recuerda a Pla: esa mujer que entra “con dos ristras de intestinos impolutos, perfectos, quirúrgicos”. O la ancianísima abuela, “presente, increíble, olvidada”. Gomila tiene un ojo extraordinario para el plano detalle y para los diálogos en plano secuencia. El primer tercio de Acorar despierta también ecos de Delibes y Blai Bonet, pero cuando llegan los visitantes es fácil soñar en una película de Berlanga dialogada por Llorenç Villalonga. La parentela, los amigos, los vecinos, poseídos por “esa alegría que desata las lenguas”. Ese pasaje en el que Gomila retrata a aquellos isleños para los que el mundo tiene dos partes, “Mallorca y fuera de Mallorca. Y fuera, cuatro partes más: la península (Barcelona), París, Buenos Aires, y tierra de moros. El resto es oscuridad, misterio, miedo: el infierno”. Y no se pierdan el momento en que se desata la plaga bíblica de la sobrasada blanca, castigando sin razón al pueblo elegido.
Toni Gomila es un actor superlativo, pero también un formidable escritor
Cómo llena el escenario este actor, con qué presencia, qué expresividad, qué control de los tonos y los ritmos, y qué autoridad. Cómo se multiplica, cómo hace crecer una polifonía con gestos esenciales y unas pocas frases, a la manera de Philippe Caubère. La cámara vuelve a elevarse: “Los hombres cortan, las mujeres cosen. Los hombres miran, las mujeres ven. Los hombres hacen, las mujeres saben”.
Poco a poco advertimos que Acorar no es un espectáculo nostálgico: es, por encima de todo, un texto nacido de un dolor eterno y renovado; el dolor, cuenta Gomila, de ver cómo el mundo de sus padres y sus abuelos ya no es el suyo ni el de su hija; está definitivamente lejos, perdido. Por eso trata, amorosamente, de recuperar los nombres de las cosas, las viejas palabras que se van olvidando. Porque “los jóvenes saben diferenciar entre un Golf GTI o GTX, un Iphone 3 o un Iphone 4: lo saben todo de las cosas efímeras que se venden como imprescindibles, pero nada de las cosas permanentes, trascendentes. No distinguen manzanos, perales, cerezos, encinas u olmos: solo dicen “árboles”. Ni un búho de una lechuza, un tordo de un mirlo, un pinzón de un alcaraván: sólo dicen “pájaros”. Gomila rinde homenaje a sus mayores, a los que todavía recuerdan los nombres de todas las partes del cerdo, que “con ver una hoja saben si es alcacer o cebada a las tres semanas de brotar, y dicen “coche”, sin marca, porque solo les sirve para ir de un lado a otro”.
Su cámara no deja de moverse, de danzar, de fijarse, de reptar a ras de tierra y subir a lo alto
Acorar emociona, llega al corazón, porque, como bien sabemos, no hay nada más universal que un mundo pequeño, local, que se hace enorme cuando el narrador lo retrata con pasión, con amor por sus gentes, sus ritos, sus palabras. “Si cambiamos de palabras”, concluye, “cambiamos de mundo. Si con una debilidad cobarde descuidamos las palabras, mueren los conceptos y mueren los pueblos, porque en las palabras está el alma de los pueblos”. Estoy traduciendo con torpeza, y soy consciente de que en esta versión apresurada se pierde la belleza y la sonoridad del mallorquín. Hacía tiempo que no escuchaba un texto con tanta pasión por su lengua. Acorar se ha traducido al castellano, y al italiano, y al portugués, pero yo creo que debería verse en toda España con subtítulos, para no perder ni un giro, ni un matiz de esta riqueza idiomática, como vemos y escuchamos tantas veces a un gran intérprete inglés, francés o polaco. Antes he hablado de hermandad de miradas, Delibes caminando junto a Villalonga y Blai Bonet, pero Gomila me hace viajar más atrás, hacia tiempos que no he vivido pero que veo ahora con toda claridad. Veo a un actor napolitano de la época de Raffaele Viviani, veo a un actor de teatro yiddish contando historias de la vida en el shtetl, en el viejo país, en la aldea de Chelm, como las que contaba Isaac Bashevis Singer. Y sobre todo, le escucho: gracias a él vuelven a brillar todas esas palabras como piedras en un río.
Acorar, escrito e interpretado por Toni Gomila. La Seca Espai Brossa (Barcelona). Dirigido por Rafel Durán. Hasta el 2 de julio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.