_
_
_
_
_
PURO TEATRO

A la orilla del fuego

'Battlefield' es el nuevo regalo de Peter Brook y Marie-Hélène Estienne. Solo ha estado cuatro días en cartel, pero quienes lo vieron no olvidarán su belleza

Marcos Ordóñez
De izquierda a derecha, Carole Karemera, Sean O’Callaghan, Jared McNeill y Ery Nzaramba durante la representación de Battlefield.
De izquierda a derecha, Carole Karemera, Sean O’Callaghan, Jared McNeill y Ery Nzaramba durante la representación de Battlefield.Caroline Moreau

No es del todo fácil entrar en ese río tranquilo y caudaloso. La sala está llena por el acontecimiento y el aire acondicionado muy alto, lo que en parte explica la profusión de toses, aunque también tengo visto (y oído) que en el teatro a menudo se tose por nervios. Y algo de nervios debe de provocar el tono sorprendentemente neutro de los primeros parlamentos de Yushishtira (Jared McNeill), el joven guerrero Pandava, y de su tío Dhritarashtra (Sean O’Callaghan), el rey ciego, que ha perdido 100 hijos en la contienda. Han de tener un sentido, claro está, esas voces exánimes, que parecen limitarse a enumerar, a contar sin inflexiones, y sin duda lo tienen. Peter Brook y Marie-Hélène Estienne saben muy bien lo que hacen: es el amanecer yerto tras la batalla y la vida tardará en volver. Tardará pocos minutos: en el mundo del Mahabharata (y en el mundo de Brook) el tiempo no se mide por nuestros relojes. Battlefield, su nuevo espectáculo, que ha desbordado el aforo de la Sala Roja en el madrileño Teatro del Canal, dura poco más de una hora pero sales con la certidumbre de que has recorrido muchos años, muchas historias. Es, podría decirse, un portentoso destilado de las esencias del Mahabharata: sentarse a la orilla del fuego para escuchar a los sabios de la tribu no habría de ser muy distinto a esto. Me fascina ese afloramiento de la vida y ese modo de narrar en el que el tiempo queda abolido, y los relatos brotan y se encadenan con absoluta fluidez, sin esfuerzo aparente.

La obra dura poco más de una hora, pero sales con la certidumbre de que has recorrido muchos años, muchas historias

Mahabharata es la gran madre de las crónicas, las épicas, las verdades y contraverdades: escuchas esas palabras, sobriamente rearmadas por Jean-Claude Carrière, y escuchas la Ilíada y la Biblia, la serenidad de los trágicos griegos y la furia isabelina, y las peripecias episódicas de nuestra picaresca, y los caleidoscopios de Sterne, de Potocki y de tantos maestros. Todos los fuegos/el fuego, como diría Cortázar. Historias que comienzan y se difuminan para dar paso a otras, como la que Kunti (Carole Karemera), madre de Yushishtira, cuenta a su hijo: le pide exequias por Karna, el que fuera su mayor enemigo, engendrado por el Sol y una princesa que le abandonó, río abajo. La princesa es ella, Karna es el hermano secreto de Yushishtira, pero su fabuloso perfil queda sepultado, por nuevas narraciones y parábolas.

Hay en Jared McNeill una fuerza y una inocencia fundacionales. Y veo a la bella, esbelta, majestuosa Carole Karemera, y pienso en aquellas legendarias reinas negras que retrató, bajo un sol más allá del tiempo, el dibujante Abdul Mati Klarwein en las portadas de Abraxas y Bitches Brew.

Ery Nzaramba, en un momento del montaje.
Ery Nzaramba, en un momento del montaje.Pascal Victor/ArtComArt

Yushishtira es el ganador de la batalla, pero la victoria no le ha dado la paz. Para aprender a alcanzarla ha de recorrer muchos caminos y escuchar muchas voces. Bishma, su abuelo moribundo, doliente e inmóvil, víctima de su propio nieto, es el proteico Ery Nzaramba, un actor leve y hondo que me recordó al gran Yoshi Oida. Interpreta a una decena de personajes de los que ahora me vuelven también el enigmático y reflexivo dios Krishna, una serpiente amoral como un asesino a sueldo, y una divertidísima mangosta que parece un personaje de Pixar guionizado por Coward, y baja al patio de butacas e interpela al público con el feliz descaro de Paco León. También rebosa alegría Sean O’Callaghan: es el rey ciego y de pronto se convierte en el cazador que mantendrá un singular debate filosófico con una serpiente, y el halcón de la fábula de la paloma (ella es, claro está, Karemera), y el gusano tranquilamente obstinado en sobrevivir. Ahí tenemos las verdades contrapuestas para hacernos ver el haz y el envés de las cosas. El abuelo le dice a Yushishtira que el destino es el culpable de la masacre, que la muerte doblega todo y hay que resignarse a lo que está escrito, pero poco más tarde añade: “Has de ser rey para no aceptar entrar en otra guerra: que la paz sea siempre tu objetivo”. Y cinco minutos después conocemos al gusano que quiere cruzar una carretera. La Muerte (Karemera de nuevo) le dice que va a aplastarle un carro que se acerca: ese es su destino. El gusano dice: “Mi vida no es gran cosa, porque apenas disfruto de los sentidos, pero me he acostumbrado a ella. Si ese es mi destino, procuraré evitarlo”. Naturalmente, el final es el previsto, pero ha luchado, sonriente, por no tirar la toalla.

Mahabharata es la gran madre de las crónicas, las épicas, las verdades y contraverdades: escuchas esas palabra y escuchas la Ilíada y la Biblia

Volvemos al viaje. Krishna, gran narrador, deja caer esta maravillosa elipsis: “De pronto pasaron 15 años”. Yushishtira va a visitar a su madre, a su tío Dhritarashtra y a su otro tío, Vidura (de nuevo Nzaramba), que se han retirado al bosque. No voy a contar todo lo que sucede en ese bosque shakesperianísimo. A ratos se muestra, a ratos lo evocan. Hay una escena de emoción muy grande y pura. Al viejo rey le es concedido ver de nuevo a sus 100 hijos muertos, surgiendo del río, sonrientes, reconciliados: un instante de luz antes de volver a la ceguera; y Kunti verá también a su hijo Karna, río arriba. El río es el sagrado Ganges, que habla y se dirige a ellos. Luego se incendia el bosque y el viejo rey dice: “Caminemos hacia las llamas”, y toma a Kunti de la mano y avanzan juntos, y es hora de aplaudir esas modulaciones solares a cargo del gran iluminador Philippe Vialatte. O los ritmos medidos por el tambor de Toshi Tsuchitori, otro veterano de la banda de Bouffes du Nord. Cuando acaba el último repique y se abre de nuevo el silencio, los cuatro intérpretes quedan detenidos como en un daguerrotipo en sepia, o un fresco cuyos colores se borran al contacto con el aire, pero quedan fijos en la memoria: ahora mismo yo los veo perfectamente.

Ah, y corran a ver Los temporales, de Lucía Carballal. Nueva autora, con muchísimo talento. Con gracia, con verdad: sabe muy bien de lo que habla y lo cuenta de un modo certero y sorprendente. Excelentes actores: David Boceta, Mamen García, Carlos Heredia, Lorena López, Nacho Sánchez, muy bien dirigidos por Víctor Sánchez Rodríguez, en la sala de la Princesa del María Guerrero.

Battlefield, basado en el Mahabharata. Teatros del Canal (Madrid). Dirigida por Peter Brook y Marie-Hélène Estienne. Intérpretes: Carole Karemera, Jared McNeill, Ery Nzaramba, Sean O’Callaghan.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_