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CRÍTICA / DISCOS

El acento argentino de Calamaro

Andrés calamaro ofrece un álbum con la voz como eje central, casi solemne en su completa desnudez, pero vibrante

Este álbum es fruto del olfato musical de Fernando Trueba: Andrés Calamaro se reunió con él para ver si le producía un próximo trabajo, en la intención de probar algo distinto, y el cineasta (también melómano y productor musical) le respondió que no hacía falta, que el disco ya estaba ahí, en una grabación cruda, solo a piano y voz, que el argentino le había facilitado para mostrarle sus intenciones.

Y eso es Romaphonic Sessions, el feliz resultado de la grabación de un ensayo con el que Calamaro preparaba un concierto especial abriendo para Bob Dylan: con su voz, el piano de Germán Wiedemer y un micrófono en una sala del estudio porteño que da nombre a las “sesiones”, y sin otra pretensión que rodar los temas, registrados inicialmente solo como guía de escucha privada. ¿El repertorio? Clásicos propios (‘Mi enfermedad’, ‘Los aviones’, ‘Paloma’, ‘Siete segundos’) y ajenos (tangos poco manidos más la inolvidable ‘Nueva zamba para mi tierra’, de Litto Nebbia).

¿El resultado? Un álbum de acento argentino, con la voz como eje central, casi solemne en su completa desnudez, pero vibrante, pletórico de sentimiento y vida, alejado del rock y a situar junto a las obras en las que Calamaro vuelca su pasión por la interpretación: El cantante, Tinta roja y El palacio de las flores. Salirse de la propia piel puede deparar sorpresas de lo más agradables y emocionantes. Este el caso.

Romaphonic Sessions. Andrés Calamaro. Gasa / Warner.

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