David Sanz
El humor que muestran David Trueba y Jorge Sanz está lejos de la brocha gorda a la que tan aficionadas son las series españolas
Cuando Billy Wilder recibió un premio de honor en una Berlinale comentó: “Estoy muy agradecido por el premio, pero hubiera preferido un Volkswagen”, aunque ahora sería dudoso. En cualquier caso, y tras ver la segunda entrega de ¿Qué fue de Jorge Sanz? (Canal + Series Xtra y Yomvi), lo que habríamos preferido es ver a continuación la tercera.
David Trueba y Jorge Sanz han conseguido lo más difícil: crear una serie y un personaje en los que el sentido del humor cumple una regla esencial: reírse de uno mismo antes que reírse de los demás. Lo sorprendente de esta segunda entrega (un único capítulo de 90 minutos escasos) es que han logrado que se rían de sí mismos todos los que salen en ella, y son muchos. Desde un Pedro Ruiz, empresario teatral pragmático (“su madre se empeñó en que fuera al Pilar porque le habían dicho que podía ser ministro”, comenta sobre su hijo), hasta un Willy Toledo que confiesa en una sesión de terapia que se afilió al PP para ver si consigue trabajo.
El humor que muestran está lejos de la brocha gorda a la que tan aficionadas son las series españolas. Más cerca de Lubitsch que de Manolita Chen, dicho con todos los respetos para la señora de Chen, aunque, en el caso de ¿Qué fue de Jorge Sanz?, lo que rezuma es Woody Allen y, sobre todo, Larry David, coguionista de Seinfeld y con serie propia. Se coge la realidad más inmediata (las revistas del corazón, los actores reconvertidos en fontaneros, los idilios rentabilizados en el papel cuché, las paellas en familia desestructurada en una Villa Valeria posfranquista, etcétera), se agita con buenos diálogos y se sirve en un sábado noche.
Solo hay un momento en el que el director deja rienda suelta a su afición más íntima: cuando Pedro Ruiz grita eso de “¡me cago en el Real Madrid!” ante el ataque de pánico que le da a Elena Furiase porque le dejó su novio futbolista.
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