Realistas en el Thyssen: el grupo que no fue
A mediados del siglo XX, cuando la mayoría de los artistas tendían a la abstracción, algunos estudiantes de Bellas Artes se mantuvieron en el arte figurativo
Tito, Fernando, Carmen, Santos y Sebas son amigos. Paco, Julio, Amalia, Mari, Antoñito, Maribel y Esperanza también lo son. Los primeros son personajes de El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio; los otros siete, el grupo de artistas que forman parte de la exposición Realistas de Madrid que se podrá ver en el Museo Thyssen de la capital desde el 9 de febrero hasta el 22 de mayo.
El uso de los apelativos o los nombres de pila se debe a que es la manera de llamarse entre ellos. Tanto la novela de Ferlosio como la muestra cuentan sendas historias de grupos de amigos. El relato podría ser el de cualquier serie actual de jóvenes: un grupo de chicos y chicas que estudian en el mismo lugar y que pasan muchas horas juntos, comparten momentos, conversaciones, trabajos… Esos lugares eran la escuela de Bellas Artes, el Casón del Buen Retiro —donde estaba el Museo de Reproducciones Artísticas—, el Museo del Prado, los viajes de estudios, las estancias en Italia y posteriormente los talleres de cada uno.
Estos pintores y escultores reunidos bajo el epígrafe Realistas de Madrid tienen en El Jarama una de las referencias de su época y su libro de cabecera aún hoy. El pintor Antonio López —al que llaman Antoñito (incluso ahora) por ser el chico más joven del grupo, hasta aparece así escrito en el cartel de su primera exposición conjunta en 1955— cuenta cómo lo coge algunas noches y lee algún fragmento. Recuerda a la perfección su primer encuentro con él: "Era 1956, estaba en el palacio de la Magdalena (Santander) con una beca. En el vestíbulo había una mesa con novedades literarias que hojeaba al salir y entrar. Al leer las primeras líneas de El Jarama me hechizó, fue un flechazo. No ha cambiado nada, el sentimiento que tuve es el que tengo ahora cuando lo cojo. Nunca había leído nada así, ese realismo tan literal despertaba totalmente la imaginación. No tenía dinero para comprarlo, así que cada vez que pasaba por allí leía unas páginas". Maribel, la pintora Isabel Quintanilla (Madrid, 1938), explica su devoción por la novela porque la ha vivido: "Nos vemos reflejados. Yo iba con mis primos al río a pasar los domingos".
Ferlosio utiliza un lenguaje veraz, sobrio, sin retórica ni ringorrangos. Es su mismo idioma, sus mismos silencios. Es una época de silencios. Todos coinciden en esa manera de entender la realidad, en un momento —mitad del siglo XX— en que otros tendían a la abstracción, como Lucio Muñoz —compañero suyo en Bellas Artes—, que le recordaba a Antonio López que los cielos ya no se pintaban azules. Ellos representan lo que ven, lo que hay, lo que tienen más cerca, van juntos a contracorriente. Repiten los mismos temas: ventanas, jardines, quicios, bodegones, estancias domésticas, vistas de Madrid. Y aun así no se denominan grupo artístico. El tomellosero argumenta que, si no naces como tal, tienes más posibilidades de perdurar. Razón no le falta porque otros más o menos contemporáneos como El Paso o el catalán Dau al Set tuvieron una vida mucho más corta.
En Realistas de Madrid se vuelven a reunir estos artistas. El Thyssen va a exponer obra inédita de Antonio López; de su esposa, María Moreno, Mari (Madrid, 1933); cuadros de Isabel Quintanilla que vendió en Alemania (donde se halla gran parte de su obra) y que la propia autora no ve desde hace medio siglo. Muestra verdadero interés por reencontrarse con un jardín que pintó en Roma en 1966. Otro de los óleos, Habitación de costura (1974), está en su estudio y lo enseña antes de que parta para el museo. Guarda con cariño una anécdota relacionada con esta escena: “Cuando la vio la reina Sofía, me dijo que le recordaba al olor a plancha de su infancia en palacio”. La pintora se muestra satisfecha de conseguir evocar recuerdos. Todos lo tienen fácil, sus imágenes son reconocibles, son retratos de una época cercana.
Las máquinas de coser Singer, los vasos Duralex, una botella de Coca-Cola, el bote de Ajax están presentes en obras de distintos artistas de este grupo. Cualquier parecido con el pop es pura coincidencia. Aunque son coetáneos no comparten las ideas de esta corriente. Su ámbito es íntimo y doméstico, aunque parezca que se apegan a los lugares, en realidad eligen los que tienen a mano.
Guillermo Solana, comisario de la exposición junto con María López —hija del pintor—, divide el espacio en tres: el primero es el que va de la mesa a la ventana — con todas las estancias de la casa o del estudio—. En el que una repisa de un cuarto de baño o la escultura de una silla con una gabardina puede hacer un retrato de la persona que lo ocupa aunque no esté presente. Dentro de este ámbito se incluyen las naturalezas muertas de Quintanilla, de su marido, Paco, el escultor Francisco López (Madrid, 1932); de Moreno…
El segundo ámbito es el patio y la visión de la calle, siempre desde dentro de la casa. El jardín no es más que la extensión del hogar para nutrirse de otros elementos y temas. Les permite mostrar algo de cielo, pero sin perder de vista el suelo. Son espacios acotados por multitud de tapias. Incluso en la tercera área, cuando se llega a la ciudad, las vistas siguen teniendo al ser humano y lo que habita como centro.
Las pinturas, los dibujos, los relieves y las esculturas —no solo las de Francisco López Hernández, también las de su hermano Julio, con un punto de vista más simbólico— dialogarán en las salas del museo como lo hacían ellos. Francisco López recuerda las largas charlas con Antonio López cuando este le acompañaba a su casa en la calle de Francos Rodríguez, y luego él, para no interrumpir la conversación, le acompañaba a la suya en Embajadores (dos zonas distantes de Madrid).
Cada uno de los siete habla con un dialecto propio dentro de la lengua común que comparten, y llevan más de 60 años entendiéndose.
Realistas de Madrid. Museo Thyssen Bornemisza. Madrid. Del 9 de febrero al 22 de mayo.
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