El rey de la comedia inglesa
'Absurd Person Singular', el primer gran éxito de Alan Ayckbourn, se representa 20 años después en versión catalana
1 Alan Ayckbourn es uno de mis héroes y uno de los autores más imaginativos y prolíficos de la historia del teatro. Tiene 76 años y desde 1959 lleva estrenadas 79 obras: la última, Hero’s Welcome, se estrenó el pasado septiembre en Scarborough, su sede habitual. Lo que más me seduce de sus funciones es que logran ser hilarantes y devastadoras, y que su forma combina con frecuencia lo popular y lo experimental. Ayckbourn domina como pocos el arte de ponérselo difícil, y asume retos dramatúrgicos y escenográficos que harían temblar a muchos autores vanguardistas. Ahí van, tal como me vienen a la cabeza, unos pocos ejemplos: los tiempos alternos en un mismo espacio de How the Other Half Loves; la historia contada desde tres diferentes ángulos en The Norman Conquests; los cortes en sección de las casas de Taking Steps y A Small Family Business; la piscina de Man of the Moment o el yatecito que surca el Támesis en Way Upstream; la continuidad a cara o cruz en Sisterly Feelings o la locura combinatoria (16 escenas alternativas) de Intimate Exchanges; la mujer que crea una realidad paralela en Woman in Mind o el desafío extremo de House & Garden, creada para representarse de modo simultáneo por el mismo elenco… en dos teatros vecinos.
Bajo su apariencia de sátira costumbrista, explota la píldora amarga de una radiografía feroz de las relaciones humanas
En la década de los setenta, cuando despegó su carrera, sus comedias llegaban a España con una cierta regularidad, pero al poco tiempo fue imposible, lógicamente, seguirle el paso: desde entonces se representan muy de tarde en tarde. Absurd Person Singular, su primer gran éxito, se estrenó en el Librery Theatre de Scarborough en 1972. Al año siguiente saltó al West End, primero en el Criterion y luego en el Vaudeville, y en octubre de 1974 recaló en el Magic Box de Broadway. Ha tenido innumerables revivals: el más reciente fue un retorno a Scarborough, en 2012, conmemorando el 40º aniversario de su estreno. En España se estrenó en 1975, con el título de ¡Qué absurda es la gente absurda!, protagonizada por Marisa de Leza, María José Alfonso, Mari Carmen Yepes, Fernando Guillén, José Vivó y Francisco Valladares, a las órdenes de Jaime Azpilicueta, en el madrileño teatro Beatriz, donde permaneció tres meses en cartel. Tardó 17 años en volver y supuso el debut en nuestra escena de Tamzin Townsend, que la dirigió en el Teatreneu barcelonés, en 1992, como Bones festes y un reparto del que recuerdo ahora a Mingo Ràfols, Pilar Orgillés y Alfred Lucchetti. Su siguiente resurrección está teniendo lugar estos días de nuevo en Barcelona, en el Borrás, con una notable compañía comandada por Joan Peris y el título, más cercano al original, de Absurds i singulars. Bajo su apariencia de sátira costumbrista, explota la píldora amarga de una radiografía feroz de las relaciones humanas, tan bien observada como estructurada; una farsa progresivamente negra (tensiones, humillaciones, incomunicación) recuerda a un Neil Simon pasado por el ácido de Feydeau. Tres actos, tres parejas, tres domicilios, tres Navidades, tres finales catastróficos.
El director no fuerza los ritmos y sirve con eficacia el tono y la arquitectura de cada acto. Todo está muy cuidado
El primer acto transcurre en la cocina de los Hopcroft, Sidney (Eduard Farelo) y Jane (Lluïsa Mallol, que también firma la versión al catalán), un matrimonio de clase media obsesionado por el ascenso social: su torpeza y nerviosismo ante la llegada del banquero Ronald Brewster-Wright (Toni Sevilla), de quien esperan obtener un crédito, y su esposa, la superferolítica Marion (María Lanau), detona una escalada de pequeños desastres. Ayckbourn juega aquí con el fuera de campo: todo lo que sucede en el comedor y que no vemos. El segundo acto, una pieza maestra de slapstick macabro, tiene lugar en la cocina de los Jackson y juega con fuego: Eva (Marta Millà), que acaba de ser abandonada por el adúltero Geoffrey (Pere Ponce), toma una decisión que no revelaré, y que los invitados (Sidney y Jane, Ronald y Marion), ajenos por completo a sus intenciones, truncan una y otra vez sin pretenderlo. Un desagüe atascado, una bombilla fundida y un perro enloquecido precipitan el desenlace. El tercer acto sucede en el domicilio de los Brewster-Wright, y no lo hubiera imaginado mejor el dickensiano fantasma de la Navidad futura: desolación absoluta, rematada por una metáfora sardónica, sencilla, perfecta. El director no fuerza los ritmos y sirve con eficacia el tono y la arquitectura de cada acto: tal vez falte un poco más de brío en el primero. Todo está muy cuidado: la triple escenografía de Herminia Carulla, el vestuario realista y con un toque de sorna (puro kitsch setentero) de Antonio Belart y la imaginativa resolución de los cambios de decorado, óptimamente coreografiados por Montse Colomé sobre éxitos musicales de la época, a cargo de Francisco Grande. La principal baza del elenco radica en jugar con verdad, esquivando la caricatura, aunque convendría que María Lanau redujera un poco la afectación inicial de su personaje, mucho mejor resuelto en el último tercio.
Eduard Farelo dibuja con pulso brillante la evolución de Sidney, de trepador servil a payaso malévolo y dominante, y lo mismo hay que decir de Lluïsa Mallol, cuya Jane, temerosa, humilde y obsesiva al principio, acaba mutando en una dama rutilante que impone su ley. Marta Millàs reina sin trabas en el segundo acto, con un tour de force mudo y de expresividad rotunda. De Toni Sevilla me gustó mucho la nube de indiferencia afable y al mismo tiempo atroz de Ronald, incapaz de percatarse de lo que le rodea, y Pere Ponce está impecable como el golfazo Geoffrey (y le queda de perlas ese traje de terciopelo verde que parece sacado de un figurín de Tony Curtis en Los persuasores).
2 También he visto 73 raons per deixar-te (73 razones para dejarte), el musical de Guillem Clua y Jordi Cornudella, en el Goya (Barcelona). No me ha seducido del todo su partitura, a la que falta personalidad y temas memorables, pero sí la mezcla de humor y melancolía en el libreto y los cantables de Clua, y, sobre todo, la entrega interpretativa del estupendo cuarteto protagonista (Àlex Casanovas, Mercè Martínez, Marc Pujol y Mone Teruel) a las órdenes de Elisenda Roca. En breve se lo cuento.
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