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LIBROS / ENTREVISTA

Elena Ferrante: “Escribir es una apropiación indebida”

La fiebre Ferrante alcanza un nuevo pico con la publicación de 'La niña perdida', última entrega de la serie 'Dos amigas'. La autora sigue escondida tras un seudónimo

Andrea Aguilar
Ilustración de Eva Vázquez.
Ilustración de Eva Vázquez.

 Se propuso desaparecer sin dejar rastro. Lila no avisó, simplemente se borró a conciencia de un día para otro: vació los armarios, recortó su imagen de las fotos, no quedó nada. Su íntima amiga de la infancia, la escritora Elena Greco, Lena, es la única dispuesta a llevarla la contraria con el ahínco, la rabia y el coraje del que solo son capaces las mujeres cuando se empeñan en que otra no se salga con la suya. Así arranca la tetralogía ‘Dos amigas’ que ha convertido a la misteriosa Elena Ferrante en un fenómeno literario internacional.

La niña perdida (Lumen)  –que acaba de llegar a las librerías este octubre– pone fin a las cerca de 2000 páginas de esta saga, en las que Lena, la narradora, desgrana la historia de su magnética amiga, súbitamente desaparecida, y recorre cerca de seis décadas de sus vidas: desde el Nápoles de la posguerra en el que ambas crecieron, hasta casi el presente. A las dos mujeres las acompañan un amplio repertorio de personajes del barrio y el trasfondo de la historia de Italia en el último medio siglo. “Dos amigas’ continua la tradición de las novelas decimonónicas (Balzac, Austen, Zola, …) pero al mismo tiempo son muy modernas por su estilo y su descarnada sinceridad”, apunta la editora italiana de Ferrante, Sandra Ozzola.

Saludada por la crítica estadounidense como la nueva Elsa Morante y aclamada como la mejor escritora italiana de su generación, la fiebre en torno a esta autora inunda librerías y aeropuertos. Pero Elena Ferrante mantiene su identidad en secreto desde que en 1992 publicó su primera novela El amor molesto. Ozzola, que ha editado su obra desde entonces, confiesa que esto complica su trabajo. Ahora, a pesar de la fama y el prestigio del que goza Ferrante, no han cambiado las cosas: con un empeño por desaparecer similar al de su personaje Lila, se esconde tras un pseudónimo, no concede entrevistas en persona a ninguna persona que no sean sus editores, ni siquiera por teléfono, y nunca ha promocionado sus libros, ni ofrecido lecturas. Las especulaciones sobre su verdadera identidad apuntan en los círculos literarios italianos al escritor napolitano Domenico Starnone o a que detrás de Ferrante se esconde una pareja (el propio Stranone y su esposa, la traductora Anita Raja), algo que ha sido desmentido una y otra vez. De forma excepcional Ferrante accede a contestar a BABELIA una serie de preguntas por correo electrónico. Su agente advierte que las preguntas no deben abordar el tema de su anonimato, y, claro está, no habrá posibilidad de réplica a sus respuestas.

Mi generación es la primera que ha dejado de creer que para escribir grandes libros hacía falta ser hombre”

Pregunta: A medida que iba escribiendo las novelas de ‘Dos amigas’ la popularidad de estos libros iba creciendo. La tercera entrega fue nominada al Premio Strega y cuando ha salido La niña perdida la saga se ha convertido en un fenómeno literario. ¿Afectó esto su escritura? ¿Lee las reseñas y críticas de sus obras?

Respuesta: Suelo leer atentamente todo lo que se escribe sobre mis novelas, pero solo cuando tengo la impresión de que el libro ya se ha alejado lo bastante. En este caso no ha sido posible. Dos amigas es para mí una sola novela muy larga, muy compacta. Pero su publicación en cuatro volúmenes –uno al año- ha hecho que, mientras yo estaba a punto de completar la historia, ya había reseñas y cartas de los lectores. Se trata de una experiencia sobre la cual aún debo reflexionar.

P. ¿Tenía claro lo que les pasaría a Lena y a Lila cuándo empezó a escribir? ¿Cómo trabajó la trama?

R. Nunca escribo desarrollando de manera diligente un esquema. En general, de una historia conozco de manera bastante sumaria el destino final y algunas estaciones intermedias importantes, pero de los incontables apeaderos no sé nada, y los identifico mientras escribo. Si no fuera así –si lo supiera todo de episodios y personajes–, me aburriría y lo dejaría. Algo que, por otra parte, me sucede muy a menudo. Trabajo durante mucho tiempo ateniéndome al armazón del relato y a la escritura. Luego, me doy cuenta de que no me estoy acercando a ninguna verdad, que estoy dando una especie de falso testimonio, y lo dejo. En eso me veo muy lejos de Lena. Su obsesión con que todo se sostenga con coherencia y distinción, me parece un pecado capital contra la verdad.

P. Y ¿hasta qué punto se identifica con las dificultades que su personaje Lena afronta como escritora?

R. Siempre he escrito muchísimo. Concibo la escritura como un arte que precisa de una práctica continua. Ejercitarme para mejorar es algo que no me angustia. Sin embargo, sigue angustiándome publicar. De hecho, cuando decido publicar lo hago plagada de incertidumbres y solo lo hago cuando creo que la verdad se impone en el relato. Reconozco la verdad literaria. Si llega, lo hace cuando he agotado todos mis recursos de escritura y ya he dejado de esperarla.

El misterio de Ferrante

La lista de fans de Ferrante en EE UU, (desde Gwyneth Paltrow a Alice Munro), no ha dejado de crecer en el último año, dando lugar a la llamada "Ferrante Fever", lema que decoraba carteles en más de una librería. Mientras, la incógnita sobre su verdadera identidad ha seguido abierta: ¿Qué cara tendrá Ferrante? ¿Realmente es un hombre capaz estas historias?

Las discusiones y conversaciones en torno a la escritora tuvieron un momento álgido cuando la revista The Paris Review publicó la pasada primavera una de sus legendarias entrevistas con Ferrante. Era la primera vez en su historia que un autor con pseudónimo aparecía entrevistado en sus páginas. "Al principio pensamos que no saldría porque Ferrante se negaba a hablar con un entrevistador y no íbamos a hacerlo por correo electrónico", explica el director de The Paris Review Lorin Stein. "Yo insistí en que la entrevista debía ser de viva voz". Poco después se topó en Nueva York con los editores italianos de Ferrante y dado que ellos son los únicos que la conocen y tratan les propuso que hicieran la entrevista. Las charlas se celebraron en Nápoles y en Roma y junto al texto parecieron como suele ser la norma, varios manuscritos. "Creo que en la entrevista Ferrante explica de forma muy elocuente porque quiere preservar su intimidad y mantenerse alejada de los libros, del marketing y del mundo editorial", dice Stein. "Tengo que decir que creo que tiene todo el sentido. Lo único que me pregunto es por qué no hay más escritores que tomen esta misma decisión". A. A.

P. ¿Son las mujeres son más críticas con su trabajo que los hombres? ¿Son más clarividentes y duras?

R. No lo sé. Pero creo que si una escritora quiere rendir al máximo, debe imponerse cierta insatisfacción por sistema. Nos enfrentamos a gigantes. La tradición literaria masculina es milenaria, sumamente rica con obras extraordinarias, y tiene su propia forma de plantear todas las posibilidades. Quien quiera escribir debe conocer esta tradición a fondo y debe aprender a replantearla forzándola según sean sus necesidades. Como mujeres la batalla contra la materia bruta de nuestra experiencia exige ante todo capacidad. Además, debemos combatir la aprensión y buscar una genealogía literaria propia con descaro, hasta con soberbia.

P. Las protagonistas de sus libros siempre son mujeres escritoras. ¿Por qué? También la maternidad es uno de sus temas recurrentes. ¿Es difícil escribir abiertamente sobre esto?

R. Las mujeres escriben mucho, y no tanto por profesión cuanto por necesidad. Recurren a la escritura sobre todo en momentos de crisis, y lo hacen para explicarse a sí mismas. Hay muchas cosas de nosotras que no se han contado hasta el fondo o que simplemente no se han contado, y lo acabamos descubriendo cuando la vida de cada día se enturbia y sentimos la necesidad de poner orden. La maternidad, precisamente, me parece una de esas experiencias, exclusivamente nuestras, cuya verdad aún debe ser explorada.

P. Resulta irónico que en sus libros trate el tema del contacto de su personaje Lena con la prensa, y de cómo las entrevistas y la exposición pública la afectan. ¿Una forma sutil de reafirmar su postura personal?

R. No ironizo sobre la condición del escritor en la actualidad. Me limito a contar el efecto que esto tiene en mis dos protagonistas: Lena lo vive debatiéndose entre la adhesión y el desaliento, Lila choca con ella: la padece, o trata de utilizarla.

P. Al recordar las giras promocionales de sus libros, Lena dice que encontró su tono y su discurso en el cara a cara con los lectores. Confiesa que a menudo improvisaba a partir de su propia experiencia. ¿Hay algo de esto en cómo usted se enfrenta a la escritura?

R. No. La escritura es diferente de cualquier exhibición pública. En estas respuestas escritas, por ejemplo, yo soy una escritora que se dirige a los lectores bajo el estímulo de sus preguntas, también escritas. No improviso respuestas como en otros intercambios, no salgo a escena. Guardo mucho, muchísimo mi intimidad, la cual, bajo formas distintas de comunicación, exhibiría sin problemas. Para mí escribir es una actividad bajo un control riguroso, que contempla una única confrontación posible: la lectura.

P. Cuando Lena recuerda las charlas y lecturas públicas, dice que echaba mano de historias que no le pertenecían. ¿La ficción siempre acarrea un sentimiento de culpa?

R. Sin duda alguna. Escribir –y no solo ficción– es siempre una apropiación indebida. Nuestra singularidad como autores es una pequeña nota al margen. Todo el resto lo tomamos de quienes han escrito antes que nosotros, de las vidas y los sentimientos de los demás. Sin autorización alguna.

Concibo la escritura como un arte que precisa de una práctica continua. Ejercitarme para mejorar es algo que no me angustia"

P. Lena habla de sus libros y de lo que escribe Lila, pero los lectores de esta historia nunca llegan a verlo. En sus libros hay un cierto rechazo a los hechos en favor de la memoria y el sentimiento. ¿Esta abierta subjetividad hace que una historia sea más realista y contundente?

R. Descarté casi de entrada introducir fragmentos de los libros de Lena, y de los cuadernos de Lila. A efectos del relato, su objetividad cuenta poco. Lo que importa es que Lena, a pesar del éxito, sienta sus obras como una pálida sombra de aquellas que Lila habría escrito; es más, que ella misma se perciba como así fuera. La fuerza de los relatos no está en mimar de modo verosímil a personas y hechos, sino en captar la confusión de las existencias, cómo se hacen y deshacen las creencias, cómo colisionan esquirlas de procedencia diversa en el mundo y en nuestras cabezas.

P. A medida que avanza este cuarto libro, La niña perdida, el personaje de Lila parece encarnar Nápoles. ¿Fue algo que se propuso?

R. Sí, pero es una idea que descarté. No quería que Lila quedara cifrada como esto o lo otro. Lo que deseaba es que la dispersión continua de todos los personajes, desde la infancia a la vejez, acabara derramándose sobre la topografía del barrio y de toda la ciudad. Nápoles es difícil de explicar porque no es lineal, los opuestos se difuminan entre sí, su belleza maravillosa se torna fea, su exquisita cultura se hace trivial, su famosa cordialidad se invierte como violencia.

P. ¿Quiénes son las escritoras que más admira? ¿Y los personajes femeninos que la atraparon?

R. La lista sería interminable, prefiero ahorrársela. Pero sí quisiera subrayar que a lo largo del siglo XX la tradición de las mujeres escritoras se ha fortalecido extraordinariamente, y no solo en Occidente. Creo que mi generación es la primera que ha dejado de pensar que para escribir grandes libros hacía falta ser un hombre. Hoy podemos pensar con serenidad que es posible salir del gineceo literario en el que se tiende a encasillarnos y que podemos enfrentarnos a la comparación.

P. La amistad entre mujeres es un tema que apenas ha sido tratado en la literatura. ¿Por qué?

Las mujeres escriben mucho, y no tanto por profesión cuanto por necesidad. Recurren a la escritura sobre todo en momentos de crisis, y lo hacen para explicarse a sí mismas"

R. La amistad masculina cuenta con una larga tradición literaria y un código de comportamiento muy elaborado. En cambio, la amistad femenina cuenta con un mapa de tanteo que no ha comenzado a definirse hasta hace poco. Existe el riesgo de que el atajo del lugar común se imponga al esfuerzo de otros trayectos más arduos.

P. Lena habla de su distanciamiento del feminismo. ¿Cuál es su postura al respecto?

R. Sin el feminismo aún estaría como cuando era chiquilla: sobrecargada con una cultura y subcultura masculina que asumía como pensamiento propio y libre. El feminismo me ha ayudado a crecer. Aunque hoy veo que las nuevas generaciones se burlan de ello. No saben que con muy poco se puede volver atrás. Nuestras conquistas son muy recientes y, por tanto, frágiles. Lo saben bien todas las mujeres que he narrado en mis libros.

P. En La niña perdida el ritmo se acelera, Lena narra décadas enteras rápidamente. Parece que le cuesta más describir a medida que se acerca al presente. ¿Ha sido difícil concluir esta historia?

R. Es difícil hablar del presente, porque es volátil por naturaleza. Lo he narrado imaginándolo como un precipicio, como el agua que se evapora en una cascada. Aun así, el libro más difícil de escribir no ha sido el cuarto, sino el tercero. Aún es demasiado pronto para sentir realmente distancia de estos libros. De hecho, es como si estuviera todavía escribiendo.

P. Hay un eco de destino fatal y tragedia griega que en sus libros. ¿Hasta qué punto le han influido las obras clásicas?

R. Estudié Lenguas Clásicas y de joven traduje mucho, por placer, tanto del griego como del latín. Quería aprender a escribir y se me antojaba un ejercicio perfecto. Luego no tenía tiempo suficiente y lo dejé. Dice que se nota esa formación en los libros y la creo gustosamente, pero siempre he pensado que mis mujeres, más que atrapadas en el destino, estaban encerradas en compartimentos histórico-culturales.

P. ¿Trabaja en un nuevo libro?

R. Sí, es raro que pase sin escribir periodos largos. Terminar un libro, sin embargo, no es algo que me suceda tan a menudo. Y cuando sucede, publicar no me entusiasma. Escribir me pone de buen humor, publicar no.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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