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'Manhattan': un drama épico sobre el holocausto nuclear

Juan Carlos Galindo

¿Es posible crear tensión en torno a un grupo de freaks que discuten sobre física? ¿Verían una serie cuyo final conocen desde el minuto uno? ¿Se puede ser espectacular con una puesta en escena teatral en medio de un desierto en medio de la nada? La respuesta a las tres preguntas es un Sí con mayúsculas. La respuesta a las tres preguntas es Manhattan.

La serie sobre el proyecto más secreto de la historia de los Estados Unidos empieza ahora su segunda temporada, estrenada en Movistar + un día después de su puesta de largo en EE UU, y lo hace con todos sus méritos reforzados. El argumento básico de la serie, una carrera a vida o muerte por construir la bomba atómica antes que los alemanes, es la excusa para un drama de grandes dimensiones, donde la lealtad, la integridad personal frente al bien común, la discriminación por género o el génesis de la guerra ideológica contra el comunismo se despliegan en toda su complejidad. No se asusten: no es ningún rollo intelectualoide, y ahí está su magia. Prepárense para temblar y emocionarse con el proyecto Manhattan.

Planteamiento inicial: un variopinto grupo de físicos discute en una destartalada casa de madera sobre cómo avanzar en el método de la implosión. Su jefe, Frank Winter (muy bien llevado por John Benjamin Hickey) es una de las mentes más brillantes de EE UU y ha sido reclutado y recluido, como ellos, en un lugar en ninguna parte, sometido a vigilancia en una ciudad polvorienta convertida a su vez en un Gran Hermano. La seguridad es lo primero en el proyecto más secreto de la historia de EE UU. Otro grupo trabaja en otro método, el Thin Man, el proyecto estrella, el que recibe los fondos, el que está condenado al fracaso. La lucha por llegar más lejos, saber más, conseguir el arma perfecta, la que funciona, la que ponga fin a la guerra, desata todo tipo de alianzas, espionajes y traiciones entre estos dos grupos. Y el esquema funciona. Todos trabajan para Robert Oppenheimer, el jefe, una figura oscura, que casi no sale en la primera temporada y que mueve todos los hilos.

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De quedarse ahí, la serie sería un folleto historicista con tintes científicos. Pero su desarrollo valiente la lleva mucho más lejos. Los personajes trabajan y viven con el peso de estar construyendo el arma más mortífera de todos los tiempos. Una siniestra pizarra en el despacho de Winter recuerda el número de soldados americanos muertos en la contienda. Algunos personajes se tratan de convencer a sí mismos de que es lo correcto, de que en realidad evitan muertes terminando con las guerras para siempre. El secreto destruye sus vidas personales, el peso de la responsabilidad aniquila poco a poco su existencia.

Charlie Isaacs (Ashley Zukerman) es un joven y ambicioso físico que representa mejor que nadie lo que está en juego. Es judío, como muchos de los que estaban en aquellas instalaciones de Nuevo México, tiene familia en Europa y hará lo que sea para vencer a los nazis. Y, sin intención de hacer spoilers, lo que sea significa eso mismo: traición, mentiras, utilización de tus seres queridos, lo que sea. En un momento del derrumbe continuado que es su vida personal discute con su mujer Abbie (genial la bella Rachel Brosnahan en el papel) que le reprocha su mutismo y su adicción al trabajo. Él le dice: “Te estoy protegiendo” y ella le reprocha: “¿Cómo? ¿Construyendo una máquina que nos borre de la faz de la tierra?”.

El propio Winter tiene una colección de frases lapidarias para justificar las faenas, por ser fino, que hace a los de su alrededor: “Cuando llegue hasta allí a nadie le habrá importado cómo” o “Esto es un juego de suma cero y cada movimiento cuesta una pieza”.

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Entre todos los grandes temas que se tratan me gusta la valentía con la que se ataca la discriminación de la mujer, tan bien mostrado en el caso de la mujer de Winter, la doctora Liza Winter, una eminente bióloga que se pudre en el desierto, intelectualmente arruinada, desesperada, sola. Hay también historias de amor entre mujeres y una física holandesa que se come el mundo y se adelanta varias décadas. Todas ellas muestran el amplio retrato que se hace de la sociedad de la época.

Pero si hay algo que me gusta especialmente es la subtrama de espías. EE UU sabe que terminará ganando esa guerra y ya se está preparando para la siguiente, la que sabe que no puede perder, la guerra contra el comunismo. Este objetivo se materializa en la figura de X4 (allí todo el mundo tiene un código, pero sólo él no tiene nombre), interpretado de maravilla por Richard Schiff, un siniestro inquisidor que extiende su manto de sospecha y paranoia por todo el campamento, que interroga, arruina vidas y busca en cada mirada, en cada salida de tono un culpable. “Yo me preparo para la siguiente guerra”, dicen en una ocasión en una sala de interrogatorios digna del peor Guantánamo. Lo dramático es que a veces acierta.

La segunda temporada ha empezado con más presencia de Oppenheimer, las mismas claves y las consecuencias de los secretos revelados al final de la primera temporada a flor de piel. La luz post-apocalíptica usada en la fotografía de la primera temporada, donde a veces parecía que ya había explotado la bomba, se ha sustituido por una preeminencia de la noche y la lluvia. Es el signo de los tiempos. Están a tiempo de engancharse y disfrutar con un drama atípico.

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Sobre la firma

Juan Carlos Galindo
Es responsable de la sección de Pantallas y, además, escribe sobre libros en Cultura y Babelia y coordina el blog de novela negra Elemental. Lleva en EL PAÍS desde 2008. 'Hontoria' es su primera novela, publicada por Salamandra en 2023.

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