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Munch, la voz detrás del grito

La obra del artista noruego resurge en su doble vertiente, pictórica y literaria, con dos exposiciones en Madrid y Ámsterdam y la publicación de una antología de sus escritos

Andrea Aguilar
Edvard Munch pinta en la playa de Wandermünde, en Alemania. Autorretrato fotográfico (1907).
Edvard Munch pinta en la playa de Wandermünde, en Alemania. Autorretrato fotográfico (1907).Munch Museum
En un estado de ánimo
intenso
un paisaje ejercerá
cierto efecto sobre
la persona— al representar
este paisaje [la persona] llegará a
una imagen de su propio estado —
y esto— este estado de
ánimo es lo principal

Como prueban sus propias palabras, Edvard Munch (Loten, 1863-Ekely, 1944) abogó por un arte en el que el sentimiento indefectiblemente turba la vista. El filtro emocional inunda de color y de fuerza sus lienzos. Las escenas, siempre figurativas y narrativas —con historias y personajes— se transforman. Y el arrebato establece un potente vínculo con el espectador: atrás queda el plano objetivo, llega el ensalzamiento de lo subjetivo sin disimulo y con una notable carga de sentida sinceridad. Fue criticado y ridiculizado por críticos que clamaban que sus cuadros arañados no estaban acabados. Él, incluso ya en la madurez y plenamente consagrado, montaba sus estudios al aire libre; le gustaba el efecto que la naturaleza y los elementos podían tener sobre los lienzos.

La conexión que Munch trataba de establecer con el público no apela simplemente a la reproducción de ese mundo exterior común a todos, sino que busca el nexo en el crudo sentimiento, la angustia o la pasión que todo ser humano ha padecido. A golpe no sólo de pincel sino de pluma, en miles de cartas, en notas, aforismos, apuntes, versos y algún que otro relato, el icónico y prolífico artista noruego trató también de explicarse y defender su postura.

'Agonía' (1915), obra de Edvard Munch.
'Agonía' (1915), obra de Edvard Munch.Munch Museum

Este otoño ambas vertientes de Munch, la pictórica y la literaria, cobran un nuevo impulso. A la exposición Arquetipos en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid —que reúne desde el 6 de octubre hasta el 17 de enero cerca de 80 obras del artista noruego y ha sido organizada conjuntamente por el Munchmuseet de Oslo—, se suma la publicación por primera vez en castellano de una antología de sus escritos en El friso de la vida (Nórdica).

"La escritura fue muy importante para Munch. Sintió la necesidad de expresarse por este medio, algo que resulta evidente a la vista de la cantidad de material que legó y el cuidado que puso en que no se perdiera", explica por correo Hilde Bøe, autora del prólogo de El friso de la vida y directora del archivo digital del Munchmuseet. A pesar de sus frecuentes viajes el pintor guardó sus apuntes. Rara vez fechaba sus textos, usaba los mismos cuadernos para escribir y dibujar, a veces durante décadas. Su tía Karen y su hermana Inger le ayudaron a conservarlos, como prueba la larga correspondencia que mantuvo con ellas. La publicación en la Red —en noruego y alemán— del conjunto del archivo del artista dentro del proyecto emunch arrancó en 2011 y ya permite acceder a un 60% del material. El libro Cuadernos del alma (Casimiro), aparecido en septiembre, reúne una selección tomada de esta web.

"Ahora sus escritos están jugando un papel muy importante en la preparación de las exposiciones que sobre su obra se están realizando", añade Bøe. Por ejemplo, en la muestra Munch: Van Gogh que este otoño, tras su paso por Oslo se ha instalado en Ámsterdam. La exposición enfrenta por primera vez la obra de los dos pintores que nunca llegaron a conocerse personalmente, aunque fueron contemporáneos y compartieron una aproximación similar al lienzo. Algo de lo que el noruego era claramente consciente:

El horno del infierno del alma –
es extremadamente
agresivo para
los sistemas nerviosos
(P[or ejemplo] Van Gogh…)
(En parte yo mismo)

La celebración del 150 nacimiento de Munch en 2013 consolidó la nueva etapa que venía cuajándose desde los años noventa en torno al estudio de su obra. El pintor, cuya prolífica e intensa obra había quedado en buena medida sepultada por El grito —más exactamente por los cuatro gritos que pintó en el plazo de 17 años— , resurge con fuerza. Nuevos matices se añaden, como capas de pintura, a la leyenda del artista hipersensible, enfermo y atormentado.

En la infancia Munch perdió a su madre y a una hermana por tuberculosis y se crio junto a su padre médico, estricto y devoto cristiano. A los 17 años escribió en su diario que había decidido hacerse artista y efectivamente se entregó a la bohemia y al alcohol, frecuentó a escritores como Hans Jaeger y gracias a una beca se instaló en París en 1899 durante tres años, y poco después en Berlín.

Vivió turbulentas pasiones llenas de celos y desespero, que culminaron en una bronca fatal con Tulla Larsen en la que Munch disparó una pistola y se mutiló un dedo. En 1905 ingresó en un sanatorio mental después de sufrir una crisis nerviosa y volvió a ser internado tres años después. Fue definido por el poeta Strindberg como "el pintor esotérico del amor, de los celos, de la muerte y de la tristeza". En sus cuadros hay angustia, dolor, mujeres vampiro.

Igualmente cierto es que Munch vivió hasta los 81 años y que su obra, a pesar de haber sido muy criticada al principio, llegó a gozar de un amplio reconocimiento. "Fue un artista-empresario muy productivo y de gran éxito que consagró fervientemente su vida a lo único que consideraba su verdadera misión: crear una obra de gran altura y ser respetado como artista", apunta en el catálogo de Arquetipos Jon-Ove Steihaug, director de colecciones y exposiciones del Munchmuseet y comisario, junto a Paloma Alarcó, de la muestra en el Museo Thyssen. "No es su vida lo que nos llama la atención, sino lo que como artista logró producir". De hecho, Munch realizó 1.800 óleos, 750 grabados y un ingente número de dibujos que no han sido catalogados.

La sobrevaloración del peso de su biografía en el arte de Munch es uno de los mitos que empiezan a caer. Aunque en su biografía se pueda rastrear, y allí resida el interés que tuvo por determinados temas (como la enfermedad o los celos), su plasmación a lo largo de cinco décadas escapa los márgenes de esta estrecha lectura.

Detalle de 'Mujer vampira en el bosque' (1916-1918), de Evard Munch.
Detalle de 'Mujer vampira en el bosque' (1916-1918), de Evard Munch.Munch Museum

Otro mito que ha caído es que su obra posterior a la década de 1890 no valía realmente la pena. Contra esto cargó la exposición Munch: The Modern Eye que en 2012 estudió la influencia del cine y la fotografía en la obra de las últimas etapas de su trayectoria. Munch diseñó rompedoras escenografías teatrales y realizó muchas fotografías, los planos y puntos de vista de sus cuadros tienen un carácter fuertemente cinematográfico.

Ahora, la muestra Arquetipos —que presenta sendos programas de cine y de conferencias— ahonda en otro de los puntos candentes en torno al artista noruego: al tratar la obra de Munch no se debe hablar de copias en referencia a los cuadros que llevan un mismo título y tratan una misma escena, sino de versiones o interpretaciones.

La manera en que se mira también depende del estado de ánimo y de cómo se encuentra uno en general.
Esa es la razón por la que un motivo —
puede verse de muchas maneras y eso es lo que hace interesante el arte

La muestra Arquetipos abarca un amplio espacio cronológico de más de medio siglo, con obras que van desde 1881 hasta 1935. Y es precisamente esta dilatada horquilla temporal lo que refuerza la idea que sustenta la exposición: Munch trabajó a lo largo de su vida con ahínco una serie de asuntos sobre los que volvía una y otra vez. Igual que el dramaturgo Henrik Ibsen hizo en sus obras, podría decirse que Munch también trabajó en torno a moldes o arquetipos que revisitaba incesantemente.

'Autorretrato ante la fachada de la casa' (1926), obra de Edvard Munch.
'Autorretrato ante la fachada de la casa' (1926), obra de Edvard Munch.Munch Museum

En plena efervescencia del psicoanálisis y el subconsciente, con el arquetipo jungiano que habla del mito cultural que se impone y se traslada generacionalmente con visiones estereotipadas de la mujer y del hombre, pinta Munch. En su obra aborda reiteradamente escenas como la de una pareja retratada de espaldas que mira al mar en Los solitarios —imagen plasmada por ejemplo en un grabado de 1894, en una xilografía de 1899 y en un óleo de 1935 presentados en la exposición—. Cambian los colores, la postura, el sentido, como un recuerdo cuya evocación va mutando. "Había un inventario de temas que le interesaban y repite obsesivamente obras sobre estos arquetipos en óleo, grabado y dibujo. Tenía una especie de catálogo de imágenes en la cabeza. La repetición es una fórmula moderna de experimentación", explica la comisaria Paloma Alarcó, jefa de conservación de pintura moderna del Museo Thyssen. "Quizá porque sus obras son narraciones ha costado leerlas así. La variación se ha entendido mejor en la abstracción, en las series de pintores como Rothko o de Monet con sus nenúfares".

—El arte es la forma del cuadro—
nacido a través de los nervios—
ojo —cerebro y corazón—
del ser humano
El arte es la necesidad
humana de cristalización
La naturaleza es el reino
infinito del que
se nutre el cuadro—

Melancolía, Muerte, Pánico, Mujer, Melodrama, Amor, Nocturnos, Vitalismo y Desnudos son los ejes que ordenan Arquetipos. La muestra arranca con la quietud y luminosidad impresionista de los retratos de sus hermanas, con figuras melancólicas que miran lejos. La sección muerte presenta las múltiples versiones de La niña enferma sobre las que Munch trabajó hasta llegar a esa Agonía densa y expresionista. En la sección del pánico están las litografías y xilografías de El grito, de Ansiedad y de Pánico en Oslo. El color vuelve al tratar el tema de la mujer, donde surgen las amenazadoras vampiras, que acaban desembocando en Celos y Sorpresa, y en esa habitación de papel verde moteado que presta un fondo repetido en los cuadros que desarrollan el Melodrama. Amor recoge el Beso con el que Munch llega a la abstracción. En Nocturnos van desapareciendo las figuras. Aún queda el Vitalismo fresco y Desnudos, el último bloque, que se cierra con El artista y su modelo mirando fijamente desde el lienzo.

Edvard Munch. Arquetipos. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid. Desde el 6 de octubre hasta el 17 de enero.

Munch: Van Gogh. Museo Van Gogh, Amsterdam. Hasta el 17 de enero.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.

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