Buenas noticias en la cancha literaria
Desde que Pasolini rompió el molde, deporte y cultura se aliaron. Varios títulos nos sirven este verano ambas cosas
Corrían otros tiempos. A mediados del siglo XX, el director de cine y escritor italiano Pier Paolo Pasolini aseguraba: “Los deportistas están poco cultivados, y los hombres cultivados son poco deportistas. Yo soy una excepción”. Pasolini, jugador de fútbol aficionado (extremo izquierdo, claro), rompía el molde de la intelectualidad escribiendo sobre fútbol, boxeo, ciclismo o los Juegos Olímpicos de Roma de 1960. Por aquel entonces no era tan fácil ser intelectual y de izquierdas y tifoso del Bolonia, o elevar el juego a la categoría de arte, o predecir en qué se convertirían algunos deportes con la llegada de los intereses económicos. Sobre el deporte (Contra, 2015) recoge los artículos publicados por Pasolini. Pasionales y analíticos, elevados y terrenales, que hablan a la vez del autor y de todos nosotros.
Aunque continúan ciertas reticencias y para muchos el fútbol ha invadido hoy el lugar que ocupaba la religión, los lectores en español parecen haber aceptado, por fin, la literatura deportiva como un género más. Sin llegar a moda, sí se podría hablar de la normalización de una corriente que en el mundo anglosajón lleva décadas triunfando. De la biografía novelada a la ficción, pasando por la crónica periodística o el ensayo, el deporte y sus protagonistas se han abierto un hueco en el mundo editorial.
Porque a través de la carrera de, por ejemplo, una deportista, se puede contar la historia reciente de un país. Sucede con la vida de Nadia Comaneci. Basta retroceder al mágico momento de los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976, con aquellos ejercicios sobre la barra de equilibrio, y los ingenieros de la marca de relojes poniendo cara de circunstancias por no haber previsto el guarismo del 10 —ni, por tanto, que la perfección podía existir— y Ceasescu frotándose las manos ante el pequeño instrumento de propaganda mundial que el deporte le ponía en el camino. La pequeña comunista que no sonreía nunca (Anagrama, 2015), de la rumana Lola Lafon, reconstruye la historia de Comaneci desde años antes de Montreal hasta su huida a Estados Unidos a finales de los ochenta. Pero es también la historia de un país bajo el yugo de un dictador y de su esposa, de la Securitate, del “deber patriótico” de tener mucha descendencia. Y es la historia, claro, de la belleza. De Comaneci dibujando formas en el aire, de acrobacias de las que parece imposible salir de pie (se recomienda tener a mano los vídeos durante la lectura). Y del esfuerzo y complejidad de una niña a la que terminaron por robar la sonrisa.
Lectura y competición
Sobre el deporte. Pier Paolo Pasolini. Contra. Barcelona, 2015.144 páginas. 12,25 euros.
La pequeña comunista que no sonreía nunca. Lola Lafon. Anagrama. Barcelona, 2015. 288 páginas. 18,90 euros.
Los niveles del juego. John McPhee. Dioptrias. Madrid, 2015. 172 páginas. 18.99 euros.
Correr es una filosofía. Gaia De Pascale. Duomo. Barcelona, 2015. 192 páginas. 14,50 euros.
Mercado de invierno. Philip Kerr. RBA. Barcelona, 2015. 416 páginas. 15 euros.
La gran novela americana. Philip Roth. Contra. Barcelona, 2015. 416 páginas. 22,70 euros.
El deporte también puede servir para explicar las diferencias sociales de un país. En 1968, unos meses después del asesinato de Martin Luther King, se disputó en Nueva York el primer Abierto de Estados Unidos de la historia. En la semifinal pasó lo que tantas veces sucede en la vida y en el deporte: que se enfrentaron dos formas de existir. Clark Graebner, blanco, republicano y de familia acomodada, se enfrentaba a Arthur Ashe, negro, demócrata y salido de la clase trabajadora. Los niveles del juego (Dioptrías, 2015) es la narración del partido a cargo del premio Pulitzer estadounidense John McPhee, que lleva la crónica deportiva —por extensión, profundidad y perspectiva— hasta límites poco conocidos, de tal manera que en cada punto entra en juego la historia de los dos contendientes y también la de América. La crónica deportiva, tal vez por aquello de la necesaria distancia histórica, requiere unos años de reposo para convertirse en literatura. Y empiezan ahora a aparecer joyas como El Tour de Francia, de Mario Fossati, o La coronación del Everest, de Jan Morris, ambos editados por Gallo Nero y ambos escritos en los años cincuenta.
El deporte ayuda, a veces, a comprender mejor al ser humano. Y con él, algunas de sus modas. La de correr, por ejemplo. Aunque la carrera haya convivido con nosotros desde siempre, salir a hacer deporte se ha convertido para algunos en un elemento más de exhibición social, gracias (o por su culpa) a las redes sociales. Cuando uno corre, además de volar durante el escaso tiempo en que los dos pies coinciden en el aire, lleva consigo la fuerza de la mitología griega y el origen del mundo chino, a Forrest Gump o a The Scorpions. La italiana Gaia de Pascale construye en Correr es una filosofía. Por qué corremos (editorial Duomo Nefelibata, 2015) un revelador análisis del atletismo. De su relación con lo más íntimo del ser humano: sus límites y su autoconocimiento. Porque al correr, cuando el tiempo avanza, la mente se queda en un estado perfecto para el pensamiento puro y para el disfrute de la experiencia en sí misma. Aunque también haya gente terrenal como el entrenador de fútbol Marcelo Bielsa que dice que corre “por el placer de dejar de correr”. Quien lo haya probado sabrá quién tiene razón.
Y por último, el deporte, con sus infinitas variantes, con su capacidad de crear y destronar ídolos y con su eterna promesa de asistir a un acontecimiento histórico, es también una buena despensa para la ficción literaria. Al cine siempre se le ha reprochado su incapacidad de reflejar el deporte de manera fidedigna, y ahí la literatura ha sido más espabilada, evitando el ejercicio físico puro y centrándose en los personajes. Así, da lugar a series como la que prepara el escritor británico Philip Kerr, cuyo primer título, Mercado de invierno (RBA, 2015), podría ser la crónica de la situación del fútbol mundial (o al menos de aquellas ligas en las que hay dinero). Kerr mezcla un crimen, el fanatismo futbolero y el dinero para ofrecer una novela negra contemporánea y global. Al dinero y al amor hay que sumarle ahora el balón como nueva pista policial.
También Philip Roth (sí, han leído bien) se dio un garbeo en su día (en 1973) por el territorio que muchos intelectuales temían. Lo hizo de forma hilarante, brillante y atrevida. Con una gama hipnótica de personajes y una prosa eléctrica, retrata con inteligencia el mundo del béisbol. “Una desviación extrema”, aclara el autor. Pero es que, claro, La gran novela americana (Contra, 2015), El Dorado que tantos escritores y críticos han buscado durante años, debía desarrollarse en el mundo del béisbol. ¿O no?
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