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LIBROS / ENTREVISTA

David Monteagudo: “El precio de leer es volverte escéptico”

El autor de ‘Fin’ regresa con 'Invasión'. “He contenido mi propia voz literaria porque buscaba el choque entre el estilo y la inverosimilitud”, relata

Carles Geli
El escritor David Monteagudo.
El escritor David Monteagudo.Joan Sánchez

No sorprende quizá tanto que García vaya viendo cada vez más gigantes de tres y cuatro metros por las calles, en el supermercado o en el trabajo como que no lo comente con nadie normal, de su estatura; ni que estos parezcan percibirlos, o que ni tan siquiera den una minúscula muestra de temor como él. “Mis libros siempre tienen una ambigüedad grande que da pie a interpretaciones casi opuestas; la mayor parte de los lectores verán en este una enfermedad mental del protagonista, pero yo quisiera que intuyeran la lectura existencial: a una persona normal se le desea imponer una realidad nueva, anómala, absurda… Es una metáfora de la dificultad de defender una personalidad propia ante un pensamiento impuesto, algo cada vez más común”, define el autor de la celebrada Fin (más de 50.000 ejemplares), David Monteagudo, su última novela, Invasión (Candaya), tras seis años de sequía creativa camuflada por la aparición de libros que ya tenía escritos.

Tarda casi tanto el angustiado García en encararse a uno de esos gigantes o en interpelar a sus conciudadanos normales como en afrontar que su relación con Mara, por falta de compromiso, está rota desde hace ya años. Parece que sea mejor posponerlo todo, no afrontar la realidad, dar una patada a seguir a lo incómodo, quizá una enfermedad moderna. “Es como si existiera un código de silencio, se enmascara todo, funcionamos como bajo un sistema mafioso”, enmarca Monteagudo (Viveiro, Lugo, 1962), algo que, en su opinión, se detecta especialmente en la relación conyugal. “Hoy puedes vivir en pareja, pero sin que se dé una experiencia compartida de la vida profunda; la gente tiene pavor a hablar de las cosas reales y afrontarlas; García ha construido su seguridad a base de negar sentimientos y debilidades… Eso funciona un tiempo, pero acaba entrando en crisis: las emociones y los sentimientos no se pueden ocultar siempre”, concluye.

En un contexto donde compañeros de trabajo o el psiquiatra al que acude no generan más que inquietante tranquilidad, parece que al protagonista, el individuo, solo le queda perder la batalla ante la uniformización… “Él sabe que la medida es la suya y que lo de los gigantes es una imposición absurda, pero de alguna manera se acaba rindiendo. La sociedad anula al individuo siempre; los errores humanos siempre son los mismos”, dice el escritor, que, meticuloso, barajó hasta otro final: “García se encontraba con otros que veían gigantes y empezaban una rebelión. Pero si uno es consecuente, héroes hay pocos; era más realista que se acabara rindiendo”.

Misántropo (“yo lo soy, pero soy un solitario listo: tengo una familia e hijos donde me refugio cuando estoy cansado de ejercer de solitario”, confiesa pareciendo que no bromea), García solo encuentra sosiego en una lectura casi compulsiva que, en cambio, le hace pensar que “mientras su cabeza era más rica, su corazón se iba secando y empobreciendo”. El escritor coincide, claro, con su criatura: “Si lees seriamente y en profundidad, el precio de leer es ser más escéptico ante la vida; el escepticismo es consecuencia de la sabiduría; no creo que los sabios sean gentes de grandes emociones”.

En esa línea de contención parece estar, consecuente, el estilo de Invasión, de sobriedad casi espartana, sin imágenes ni metáforas, muy alejado del resto de la obra novelística de Monteagudo hasta ahora: Fin (2009), Marcos Montes (2010) y Brañaganda (2011), algo de tan de regusto notarial que solo puede ser muy premeditado. “He contenido mi propia voz literaria porque buscaba el contraste entre lo sobrenatural y el proceso mental de degradación psicológica del personaje, buscaba el choque entre el estilo y la magnitud de la inverosimilitud de lo que sucedía”. Eso se tradujo en un texto de regusto kafkiano: “Sí, claramente, el Kafka de El proceso y El castillo; un lenguaje más lírico hubiera contaminado la narración… En cualquier caso, en este país a los clásicos los puedes fusilar impunemente porque no los lee nadie”.

El escritor David Monteagudo.
El escritor David Monteagudo.Joan Sánchez

Con este u otro código, Invasión no deja de ser una variante del leitmotiv de la obra de Monteagudo, la autodestrucción y el hurgar en mentes de personajes algo perturbados. “Creo que es lo que hago mejor como escritor y por eso sigo en esa línea; yo mismo soy dual: la gente me ve como un buenazo y un extrovertido, y alucinan cuando leen mis libros; mi madre era muy social, y mi padre, un misántropo, y yo pasé una juventud con al menos un par de subidones al día entre el gozo y el tormento”, se psicoanaliza. ¿Y eso en relación a la literatura? “Todos hemos vislumbrado en nosotros mismos alucinaciones, obsesiones… Los escritores solo amplificamos esos momentos y tiramos de los hilos de esas atmósferas”.

Monteagudo ha acabado ya la segunda parte de Fin, que de momento ha titulado Eva, pero que está en barbecho porque “me ha salido demasiado de género”, y que igual publica de nuevo en Candaya, salto de editorial sorprendente cuando toda su obra anterior está en Acantilado. “No les interesó y tampoco nos pusimos de acuerdo en lo económico”, zanja el autor, que admite que las ventas de sus libros han ido descendiendo. En cualquier caso, ¿ni la traducción a seis lenguas de Fin ni su adaptación al cine en 2012 y tres libros más publicados alcanzan para una cierta estabilidad? “Esto no es Alemania: si no estás cerca de los círculos del poder… Y tampoco hay una red de eventos paraliterarios que te ayuden; para consolidarte has de ser un superventas o menear la cola todo el día”, dice quien vive alejado del mundanal ruido literario barcelonés en Vilafranca del Penedès.

Con estoica sinceridad admite Monteagudo que ha pasado un serio proceso de bloqueo tras Fin: desde el éxito de su primera novela apenas ha podido elaborar algún relato de los que conforman El edificio (2012) y el resto de sus libros publicados estaban escritos de antes. “Estaba preocupado ya: tiré dos novelas a medias porque perdía la fe y las ganas de seguir contándolas”. Y además el colchón económico de Fin se consumió, lo que agravaba más el colapso y explica el agradecimiento al final de Invasión a su hermano y cuñada “por su asesoramiento y su mecenazgo”: “Son psicólogos y les consulté sobre brotes esquizofrénicos, medicación… Además, me echaron un cable económico”. ¿Son, pues, los gigantes del libro una metáfora de la dificultad y el miedo suyos a volver a escribir? “A saber: siempre acaba saliendo el subconsciente y los miedos que llevamos dentro”.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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