El disco de Matthew E. White transforma el dolor en magia
En 'Fresh Blood', su segundo álbum, el músico habla de la muerte de Hoffman, el suicidio o los abusos sexuales, pero le sale otra dulce amalgama de estilos rebosante de sensibilidad
Matthew E. White mantiene que su segundo álbum es sobre el amor y la muerte, que es casi lo mismo que decir que trata sobre la vida. Eso en cuanto a la temática de las canciones; musicalmente, lo que emerge de Fresh Blood es una dulce amalgama de estilos manejada y ordenada con maestría para que resulte algo único. “La temática del álbum surgió espontáneamente”, explica White desde su casa de Richmond, Virginia, donde tiene su base de operaciones. “No es algo que me planteara de antemano. Lo que ocurre es que me gustan mucho las canciones de amor que a su vez hablan sobre la experiencia humana”.
Con su primer álbum, Big Inner (2012), White apareció de improviso con una obra que le daba una nueva vuelta de tuerca al americana, esa etiqueta estilística que engloba toda aquella música norteamericana de raíces hecha por artistas surgidos durante los últimos 20 años. En su disco, White integraba estilos haciendo alarde de una visión clásica y a la vez innovadora de la música. Clásica porque se alimenta básicamente de rock, soul y góspel. Innovadora porque la mezcla que lleva a cabo la hace a su modo, y el resultado, que es la suma de varias tradiciones musicales, acaba sonando a algo, si no distinto, sí propio. “Quiero hacer música que se pueda escuchar sin complicaciones y que a la vez sea algo distinto, que te haga sentir como en casa, pero que te lleve a otros sitios. Que sea un reto, que es lo que busco yo también como oyente”.
Tras la espléndida recepción que tuvo Big Inner, White asumió que las únicas expectativas a las que tenía que responder de cara a su segundo álbum eran las suyas. “No hace falta sentir ninguna presión, simplemente hay que meterse en el estudio y hacer lo que quieres hacer. Cuando eres artista es porque tienes algo que decir. Yo puse mis cartas sobre la mesa ya con mi primer disco. Lo que no esperaba era que tuviese tanta repercusión”.
La magia de aquel debut reaparece con igual o más fuerza en Fresh Blood gracias a una maquinaria musical que funciona con la eficacia de un reloj sin dejar de resultar humana ni un solo segundo. Es su manera de unir violines y vientos, coros góspel, cadencias del soul propias de los periodos clásicos de Atlantic y Stax la que lo hace especial y lo convierte en un blanco surcando el camino abierto por músicos negros y que en otros momentos han seguido Van Morrison o Kurt Wagner, de Lambchop. Todo ese decálogo está presente desde que ‘Take Care of my Baby’ abre el disco. La sincronía que lo ilumina se debe al equipo que le acompaña y que forma parte de Spacebomb, la discográfica desde la que opera White, una especie de factoría de sonido al estilo de Motown o Stax, con unos músicos dotados trabajando al servicio de diferentes artistas. Bajo esta filosofía se han registrado sus dos discos y también el debut de Natalie Prass, una de sus colaboradoras, y el que será el próximo disco de la cantautora inglesa afincada en España Alondra Bentley. “No me gusta el término ‘factoría’ para calificar Spacebomb”, se queja White. “Somos un grupo de gente que trabaja en conjunto en una serie de discos. Cada una de las notas que sale de esos músicos tiene mucho que ver con ellos. Me gusta más definir Spacebomb como una comunidad”.
Quiero hacer música que te haga sentir como en casa, pero te lleve a otros sitios. Que sea un reto, que es lo que busco como oyente”
Fresh Blood es una expresión anglosajona que hace referencia a algo nuevo. White quería hacer algo que fuese una consecuencia lógica de su obra anterior y pensó que era el título idóneo. “Este álbum es más oscuro y mucho más personal”, avisa. ‘Rock & Roll is Cold’, una reflexión de esa popularidad alcanzada de la noche a la mañana, y musicada como una pieza de suave rock sureño, da fe de ello. ‘Feeling Good is Good Enough’ es una balada inspirada en una ruptura amorosa, bendecida por los espíritus de Curtis Mayfield y Otis Redding con un final redentor al estilo de ‘Hey Jude!’. El autor reconoce que gran parte de ese feeling proviene del hecho de trabajar en Richmond. “Es una gran inspiración y no estoy muy seguro de que pudiera hacer esto en muchos otros sitios. Vivir en una ciudad pequeña te da mucha flexibilidad, la música se convierte en una gran vía de comunicación. Mis discos suenan como la gente que toca en ellos, yo solo soy la lente que enfoca”.
Hay tres puntos álgidos en Fresh Blood, tres canciones que, por sus letras y la comunión que establecen con la música, elevan el disco a la categoría de clásico por sí mismas. ‘Tranquility’ carga con el peso de estar inspirada en Philip Seymour Hoffman y su trágica muerte. La música transmite el sentimiento de empatía que White siente por el actor, una cadencia sonora de calma, truncada en algún momento por una tormenta eléctrica. “Hoffman representa todo lo que me gustaría ser como artista, me identificaba mucho con su manera de trabajar. Su muerte me afectó mucho y quería expresarlo. A veces pierdes algo que ninguna otra cosa puede reemplazar”. ‘Circle Round the Sun’ habla del suicidio de la madre de un amigo; está escrita desde el punto de vista de quien se ha ido (“Sé que este mundo no es mi hogar”) y es una balada soul cuya carga emocional fluye con una contención que la hace más emotiva aún, sin más catarsis que el tono de la canción en sí misma. La historia de ‘Holy Moly’ parte de un caso de abusos sexuales en la Iglesia. “Es una situación que desgraciadamente viví de cerca a través de un conocido cuando era más joven. No me pasó a mí, pero experimenté el dolor que una situación como esta deja como rastro. Es bueno poder escribir una canción sobre algo tan doloroso y que se convierta en un alivio”. La canción funciona como un crescendo de rabia y dolor. White utiliza una vez más el lenguaje del rock con sensibilidad y sabiduría para convertirlo, tal como él dice, en parte de la experiencia humana.
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