Ray rescata a Ray
Termina otro día en la vida de Ray Donovan. Sentado en el sofá, whisky en mano, exhibe una mirada de dolor que transforma sus ojos en proyectiles a punto de estallar. No hay lágrimas, pero su rostro impasible sufre los efectos de su hoja de servicios. Cadáveres, muchos cadáveres. Algunos, muy queridos, habían dibujado por momentos una sonrisa en su férrea amargura; muchos aún respiran, comen o duermen, pero no tienen alma, lo perdieron para siempre. Resulta paradójico que un mafioso encargado de mantener los líos de sus clientes bajo control sea en sí mismo un volcán autodestructivo que genere tantos problemas como los que pretende resolver. Ray yace en un lujoso salón vacío sin rastro de vida; el ruido está en su mirada, allí no cabe el silencio. Su semblante solitario está reviviendo sin palabras cómo su indomable carácter y las heridas sexuales de su infancia empañan su propio presente y el de quienes le rodean.
Ray Donovan, una serie de Showtime cuya máxima responsable es Ann Biderman, recorre la vida de un mafioso que trabaja para una gran firma de abogados con clientes ricos y famosos en Los Ángeles. El último capítulo de la segunda temporada, estrenado este lunes en España en Canal + Series, es un cierre magnífico a una narración en alza que destaca por la potencia del personaje que le da nombre, interpretado por Liev Schreiber. La fuerza de la serie recae ahora en él debido al decadente atractivo de su padre, Mickey Donovan, tan brillantemente recreado por Jon Voight en la primera temporada y cuyo desarrollo se ha tornado decepcionante. Schreiber da la talla con su pose imponente, su expresiva mirada y su facilidad para transmitir emociones, especialmente cuando su personaje pierde el control. La desesperación de Ray tiene alma, no es la violencia de un mafioso al uso.
Si la primera temporada abordaba cómo la salida de Mickey de la cárcel ponía en peligro al entorno de su hijo, la segunda desarrolla el hundimiento de Ray Donovan por su destructivo carácter. La fiesta de cumpleaños de su hijo Conor es el mejor ejemplo de cómo se aleja irremediablemente de su mujer, sus hijos y sus hermanos. Su diálogo con todos ellos se torna superficial y estéril. Ray no admite consejos. Impera su ley y sus decisiones son irrevocables, un oscurantismo que queda muy bien reflejado en sus diálogos. No dice una palabra prescindible ni le gusta interactuar sin un fin claro. Eso le da a cada frase una sustancia especial.
En el otro extremo está Abby, su descuidada mujer. El personaje, interpretado por Paula Malcomson, odia ser un convidado de piedra en las decisiones de su marido, y por ello coquetea con el detective Jim Halloran (Brian Geraghty), el perfil opuesto a Ray: un hombre atento que respeta los límites. Abby necesita empezar de nuevo tanto como depende de ese instinto que de alguna forma le ha modelado Ray: si es necesario hacer algo, hazlo, independientemente de las consecuencias. Aunque su papel, sin demasiados matices, acaba siendo previsible y algo repetitivo, es otra de las que transmite perfectamente la incertidumbre y el dolor.
El personaje de Jon Voight parece agotado. Mickey Donovan, ese superviviente egoísta sin límites, representaba una revolución. Sin esa finalidad destructiva, tiene difícil acomodo como personaje rutinario. Su traición ya no sorprende y su tono chulesco y pretendidamente gracioso está agotado. Mientras sus amistades destapan sus mascaradas, convive con un expresidiario terminal entrañable que sí le da frescura a la serie. Los hijos de Mickey recelan en mayor o menor medida de él y tienen la valentía de buscar una vida mejor.
El descontrol de Ray queda muy bien reflejado en el libre albedrío de sus hijos adolescentes, de los que solo se ocupa cuando necesitan la terapia de choque del padre. Y esa es su especialidad: apagar fuegos. Cuando hay un problema de verdadera magnitud, ahí está su frialdad para asumir las consecuencias, aunque acabe haciendo más daño del que pretendía paliar. El poder de un tipo como Ray reside en controlar los movimientos del resto. En esta temporada las exigencias son mayores; también, los remedios para encauzarlas. Si algo transmite su personaje es veracidad en sus amenazas.
Showtime ha confirmado que sus andanzas contarán con una tercera temporada el año que viene. Con la profundidad de su personaje como principal como punta de lanza, la serie tiene el reto de seguir innovando en una línea argumental con riesgo de tornarse previsible. Con tantas tramas tan bien conectadas en el final de esta segunda entrega, algunas ya agotadas, la serie necesitará novedades narrativas para mantener la frescura. Hasta entonces, disfrutemos de este Ray perturbado en la soledad de su salón y hagámosle compañía.
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