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PAISAJES DE PELÍCULA (4)

El perdedor del Greenwich Village

'A propósito de Llewyn Davis' recorre escenarios del folk en un lugar rico en historias legendarias

Llewyn Davis recorre las calles Nueva York cargado con su guitarra.
Llewyn Davis recorre las calles Nueva York cargado con su guitarra.

Cuando, ya en los créditos, el espectador de A propósito de Llewyn Davis lee que lo que acaba de ver es una obra de ficción y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia piensa que hay algo que no encaja. Tampoco encaja lo que ve poco después, cuando entre los créditos de la banda sonora lee los nombres de Mozart, Beethoven, Chopin, Mahler y Schumann. ¿No acaba de ver una película sobre el mundo de la música folk en el Greenwich Village a principios de la década de los sesenta? ¿En qué momento ha oído los fragmentos que aparecen detallados con tanta precisión en la pantalla? [La lista completa incluye: ‘Lacrimosa Dies’, del Réquiem en re menor (Mozart); Sonata número 15 en re mayor para piano, opus 28 (Beethoven); Balada número dos en fa menor, opus 38 (Chopin); ‘Sehr Behaglich Wir Geniessen’, ‘Die Himmlischen Freuden’, del Cuarto movimiento de la sinfonía número 4 en Sol (Mahler), y Tres romances en fa sostenido mayor, opus 28 (Schumann)]. Desconcertante, sin duda, pero si algo ilustra a la perfección la sutil textura emocional que Ethan y Joel Coen logran imprimir a sus trabajos son los vuelcos de este tipo. Lo mismo cabe decir de la evocación de lugares, acontecimientos y personajes que aparecen en A propósito de Llewyn Davis.Su parecido con la realidad, huelga decirlo, no es ninguna coincidencia.

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Tanto literaria como musicalmente, es difícil encontrar un enclave más rico en historias legendarias, protagonizadas por personajes míticos que la minúscula retícula de calles que constituyen el Greenwich Village, sólo que no hay nada que interese menos a los creadores de A propósito de Llewyn Davis que cuanto guarda relación con la cartografía de la fama. Por el contrario, el fin de la película es llevar a cabo una minuciosa anatomía del fracaso. La radiografía del village llevada a cabo por los Coen tiene mucho en común con introspecciones como la que realizó Anatole Broyard en Kafka hacía furor (1993), sus memorias póstumas. El retrato que hace Broyard del ambiente artístico e intelectual del village a mediados del siglo pasado permite comprobar que la personalidad del barrio estaba perfectamente definida hacía décadas. Como harán después los Coen, a Broyard, uno de los cronistas más brillantes y ácidos del village, lo que le interesa de verdad es algo que no logra captar el radar de la fama. El ejercicio no es fácil.

En la película hay ecos de A Freewheelin’ Time. A memoir of Greenwich Village in the sixties (2008), de Suze Rotolo, así como de Positively Fourth Street (2001), de David Hajdu, dos crónicas que permiten observar de cerca a sus personajes antes de que los devore el cáncer de la fama. Bob Dylan se enamoró de Suze Rotolo cuando ella tenía 17 años y él 20. La imagen de Rotolo dio la vuelta al mundo en 1963, cuando apareció cogida de su brazo en la portada de Freewheelin', paseando por un village nevado. En Crónicas, Volumen 1 (2004), Dylan dedica mucha más atención (tres capítulos) a los sucesos de 1961 (el año de su llegada al village, durante el cual transcurre también la acción de A propósito de Llewyn Davis) que a la época en que se empezó a hacer famoso. En todo caso, la fuente de inspiración más directa de la película de los Coen es El rey de MacDougal Street (2005), memorias póstumas de Dave van Ronk, intérprete y compositor folk de considerable importancia histórica. Llewyn Davis es, con matices, Dave van Ronk. En cuanto a Van Ronk, uno de los comentaristas de sus memorias, que tuvieron una magnífica recepción, lo caracterizó como un músico del talento de Dylan, pero sin su fama.

Entre los créditos de la banda sonora se leen los nombres de Mozart, Beethoven, Chopin, Mahler y Schumann

En un momento de la película, atisbamos fugazmente la carátula de un elepé titulado A propósito de Llewyn Davis que es un calco de la de Inside Dave van Ronk, álbum publicado originariamente en 1963. En la portada del disco ficticio, Oscar Isaac, el actor que encarna a Davis, remeda descaradamente a Van Ronk. Los dos llevan una chaqueta gastada, barba recortada y miran de soslayo, apoyados en una desvencijada puerta de madera, con la mano izquierda en el bolsillo y en la derecha un cigarrillo. Van Ronk era uno de los personajes más conocidos de la escena folk cuando Dylan tomó el village por asalto. En sus memorias Dylan lo caracteriza como “una marioneta sin hilos”, y cuenta que su arreglo de House of the Rising Sun le gustó tanto que decidió apropiarse de él.

A propósito de Llewyn Davis nos muestra visiones fugaces de lugares emblemáticos como la fachada de Village Cigars, los bancos cubiertos de nieve de Washington Square, un restaurante italiano y un café sin distintivos que sabemos que son el Rocco’s y el Reggio. La película se abre con Isaac, excelente músico y cantante por derecho propio, interpretando Hang Me, Oh Hang Me, un tema clásico de Van Ronk, en el Gaslight, un local de la calle de MacDougal, donde a lo largo de los años actuaron, entre otros, Richie Havens, Tom Paxton, Phil Ochs, Ramblin’ Jack Elliott y, por supuesto, Dylan. No obstante, la escena que constituye el centro de gravedad emocional de la película tiene lugar en otro local y otra ciudad: el Gate of Horn de Chicago.

Como hizo Van Ronk en su día, Llewyn Davis viaja en autoestop a la capital del Medio Oeste a fin de entrevistarse con el dueño del Gate of Horn, Albert Grossman (Bud en la película), célebre promotor en cuyo poder estaba otorgar la fama o negarla. Tras un sinfín de incidencias, el cantante contempla la fachada del legendario local en medio de la nieve y se decide a entrar. Bud Grossman no está. Cuando llega, una hora después, accede a escuchar al recién llegado en medio del local vacío. Davis hace una interpretación exquisita de The Death of Queen Jane. Tras un largo silencio durante el cual contemplamos su rostro inexpresivo, Grossman emite su dictamen:

Un retrato cruel

Diego A. Manrique

Tras las recientes películas sobre la beat generation, cabía imaginar que la próxima parada de Hollywood sería el folk revival,aquel movimiento disidente que politizó a buena parte de la mocedad estadounidense y mundial. Pero se adelantaron los hermanos Coen y jodieron la marrana.

No hay romanticismo en A propósito de Llewyn Davis. Es invierno en la ciudad y en el corazón de los personajes. El protagonista, antaño seductor, ahora sufre el rechazo de sus mujeres. Literalmente, no tiene ni techo para dormir. El Greenwich Village es hostil, con angustiosos pasillos y descarnadas habitaciones.

Las visiones de la industria del folk resultan devastadoras. El dueño de su discográfica es tacaño y paternalista. En Columbia, le despluman. La poca humanidad está en el trasunto de Tom Paxton, un soldado aspirante a folkie.

Ni rastro de la vitalidad de O brother, Where art thou?: allí brillaban músicas con raíces, productos del fértil delta del Misisipi; las del Village son frágiles plantas de interior. Y la puntilla final: la irrupción del carismático Dylan, que relegará a los Llewyn Davis a notas a pie de página.

“No veo mucho dinero ahí”.

Es todo. El perdedor emprende el regreso a Nueva York en autoestop. Aprovechando que el dueño del vehículo que lo ha recogido duerme profundamente mientras él conduce, Davis se sale de la autopista para ir a visitar a su padre, que vegeta en un asilo de Akron, Ohio. Viendo que no lo reconoce, Llewyn interpreta una canción que tocaba para él cuando era niño. Por toda respuesta, el anciano defeca involuntariamente. Cuando, al principio de la película, tras su interpretación de Hang Me, Oh Hang Me, Davis sale del Gaslight por la puerta trasera, un tipo que le está esperando la emprende a puñetazos con él. La escena se repite al final, con la diferencia de que ahora se nos permite entender por qué. Sólo que lo que importa de verdad no es la paliza, sino lo que ocurre un momento antes, cuando la cámara nos muestra quién se sube al escenario inmediatamente después que Llewyn Davis: un Bob Dylan jovencísimo que ataca los primeros acordes de Farewell. Mientras el eco de los puñetazos se mezcla con los de la canción, Llewyn Davis levanta el rostro del suelo nevado y contemplando las luces traseras del taxi en que se aleja su agresor dice con un deje de ironía, despidiéndose no sabemos muy bien de qué: Au revoir.

Tráiler de 'A propósito de Llewyn Davis'.

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