Riguroso análisis de las pensiones
Luis Martínez Noval estudió a fondo la economía del Estado de bienestar en su tesis
Luis Martínez Noval dejó este mundo demasiado pronto. Parafraseando a Blas de Otero, ahora nos queda su palabra, la del paisano asturiano, la del economista, profesor, político y socialista. Condiciones todas de las que él jamás abdicó.
A Luis —bastaba su nombre de pila— le apasionaba el análisis económico de base humanista y dotado de realidad, no ese otro escondido tras formalismos o seudoideologías. La economía es ciencia y es social, por lo que debe aplicarse a la mejora de la vida de las personas. La “mano invisible” de Adam Smith necesita un guante que la proteja y haga explícitas sus intenciones, muchas veces honestas y productivas, pero otras tantas, obscenas y dañinas.
Luis Martínez Noval defendía esas posiciones desde el compromiso, la honestidad y la coherencia, valores que no parecen abundar y, menos aún, juntos. Apostaba por un sector público que corrija fallos del mercado y logre metas de igualdad de oportunidades y redistribución. Un sector público garante de los derechos de las personas, activo en política fiscal, política monetaria, regulación y control (también fue un excelente consejero del Tribunal de Cuentas). De todo ello Luis sabía mucho, pero de sistemas de pensiones y Seguridad Social era un maestro. Dominaba los fundamentos y tenía clara posición científica y ética, completada con una experiencia de varios trienios de servicio público.
Su libro póstumo, ¿Pensiones públicas o pensiones privadas? constituye un legado fundamental, como fruto maduro de una dilatada trayectoria vital en la materia, y valiosísimo compendio de doctrinas y datos. Tiene su origen en la tesis doctoral dirigida por el catedrático de Hacienda Pública Carlos Monasterio Escudero. La publicación se redondea con otros textos seleccionados de Martínez Noval, incluyendo, como pieza singular el discurso de réplica a José María Aznar en el debate de investidura del año 2000. También se acompañan un DVD con intervenciones, un prólogo de Felipe González y las semblanzas de Juan Luis Rodríguez-Vigil, Jesús Arango, Alfonso Guerra y Javier Fernández. Este último recuerda que Luis Martínez Noval siempre estaba muy orgulloso de haber sido parlamentario (página 25), algo que en mi opinión no consiste en ser un charrán (en el sentido que le damos los asturianos al término), sino en “entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia”. ¡Cuánta falta hace esto hoy en España y en el mundo!
El argumento del “excesivo gasto” en pensiones sirve muchas veces para amedrentar a la población
En su libro Luis comienza por analizar la “implacable demografía”, pretexto cansino de algunos colegas economistas para la privatización de las pensiones, a pesar de que la realidad haya ido desmontando sus erradas proyecciones y sus pesimistas vaticinios. Afirma Martínez Noval que la baja fecundidad, el envejecimiento de la población o la reducida inmigración en ciertos momentos pueden debilitar la sostenibilidad futura del sistema de pensiones basado en el reparto intergeneracional. Negar estos hechos sería de necios. Lo que Luis se hace —y nos hace— es una pregunta clave: “¿Por qué tratar de solventar los efectos sin atajar las causas?” (página 115). Para ello recurre a algunas de las proposiciones clásicas —que no anticuadas— de la socialdemocracia: conciliación laboral y familiar, fomento del acceso al mercado laboral a una edad razonable, incentivos fiscales a la natalidad, políticas activas de vivienda, generalización de la escuela infantil (sin menoscabar el resto de niveles educativos), y otras de este tenor. Que nadie olvide que el sistema de pensiones públicas no se sustenta en el vacío, sino que se inserta en un conjunto que llamamos Estado de bienestar.
En otro capítulo el autor afronta la decisiva cuestión del “excesivo” gasto público en pensiones en España (páginas 153-154). Para empezar, recuerda lo obvio: ese supuesto exceso siempre será relativo, puesto que España está por debajo del nivel de prestaciones de países como Italia, Alemania, Francia o Austria. No sólo eso, sino que esta suerte de argumento sirve muchas veces para amedrentar a la población, ante una peligrosa disyuntiva que obligaría a elegir entre lo malo (menos y más bajas pensiones) y lo peor (la bancarrota del sistema). Para nuestra desgracia, la actual crisis ha sido aprovechada para extender esta peligrosa elección al ámbito de la sanidad, la educación o los servicios sociales. En el libro se repasa críticamente la capitalización como la otra gran alternativa al sistema de reparto y, aunque sería fácil intuir la opinión de Luis, de nuevo impone el rigor como su herramienta de trabajo para ir desmontando “mitos, leyendas y controversias”.
Frente a los dos argumentos más fuertes dados por los defensores de la capitalización, a saber, libertad individual y rentabilidad financiera, Luis contrapone dos ideas cruciales. En primer lugar, la libertad no debe ser sólo negativa (ausencia de coacción del Estado frente al individuo), sino también positiva (capacidad de autorrealización personal), igual que la paz no es sólo la ausencia de guerra. Por eso el sector público puede y debe intervenir a la hora de asegurar una jubilación digna a través de un sistema de pensiones solidario (léase, reparto), al tiempo que eficiente y sostenible a largo plazo. En segundo lugar, sobre la hipotética y mayor rentabilidad financiera del sistema de capitalización, decir que ella misma se agota cuando se internaliza el riesgo asociado, y se detraen los altísimos costes de administración. No obstante, los alentadores de este sistema no se suelen dar por vencidos y terminan estimulando la rentabilidad desde el Gobierno, esta vez mediante beneficios fiscales (sobre todo en el IRPF), lo cual supone debilitar la recaudación del Estado. Lo peor de todo es que ese potencial ahorro “personal” tampoco garantiza un mayor ahorro “nacional”, ya que el primero sólo es uno de los componentes del segundo. Luis califica ese intento de “operación arriesgada” (página 237).
En definitiva, estamos ante una publicación merecida (por su autor) y necesaria (por sus contenidos). Tras la disección final de la economía política de las pensiones, el autor termina así contestando al interrogante del título: “Las garantías que al trabajador le proporcionan las pensiones públicas son mucho más sólidas que las que puede esperar de las pensiones privadas” (página 376). No es un eslogan facilón de programa electoral irrealizable; detrás hay un sólido corpus teórico y un vasto conocimiento práctico, cuya publicación póstuma ha sido posible gracias a la colaboración desinteresada de algunos de sus amigos entrañables.
En resumen, Martínez Noval propone reformas en los parámetros de un sistema que, como todo en la vida, necesita de ajustes continuos para no morir de éxito (o de fracaso). Es preciso superar cierta confusión conceptual y desterrar debates circulares, posiciones maximalistas o lugares comunes que no conducen a nada. Navegar las olas, pero nunca hundir el barco, frente a una mar de fondo que se agita demasiado.
En tiempos tan difíciles como los actuales no cabe la resignación. “Si habla, tendrá desempleo; si camina, tendrá violencia; si piensa, tendrá angustia; si duda, tendrá locura; si siente, tendrá soledad”, nos alerta Eduardo Galeano. No podemos permitir que por ese miedo inducido se destruya lo que tanta gente buena como Luis Martínez Noval ayudó a levantar.
¿Pensiones públicas o pensiones privadas? Luis Martínez Noval. La Fábrica de Libros. Oviedo, 2014. 584 páginas. 20 euros.
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