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Más allá de los hábitos de lectura

De la revolución de los libros (de arte) a la revolución política pasando por Roland Barthes

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max
Ilustración de Max

Stéphane Mallarmé, autor del célebre y precoz poema tipográfico Un coup de dés n´abolira l´hasard, dijo en cierta ocasión que "todo lo que existe en el mundo está para que quepa en un libro". Y podríamos añadir: y no sólo de forma espiritual, sino en toda su mundana materialidad. Ese seguramente ha sido el principio, consciente o no, que ha informado todos los "libros de artista" que en el mundo han sido, desde los anónimos códices miniados hasta los de artistas contemporáneos como Eduardo Chillida, Ed Ruscha o Raymond Pettibon, por citar a los autores de algunos de los más bellos que conozco. En realidad, el moderno libro de artista, una taxonomía proteica y de difícil definición, surge con William Blake, que integraba (con ayuda de su mujer Catherine) sus poemas y sus dibujos en libros-objeto en los que el maridaje de texto e imagen proponía un nuevo estilo de comunicación literaria; mis improbables lectores pueden hacerse una idea de la concepción del genial artista en el par de volúmenes en que Atalanta ha reunido (edición de Bernardo Santano) sus Libros proféticos.

El gran impulso lo dieron, sin embargo, las vanguardias: futuristas (italianos y rusos), constructivistas (Malevitch, Tatlin, El Lissitsky), dadaístas y surrealistas adoptaron con entusiasmo esa forma artística tan característica de los años de entreguerras, su auténtica edad de oro. En el libro de artista cabe todo: desde los experimentos tipográficos (tan apreciados por los artistas-agitadores soviéticos) hasta las cajas-libro de Fluxus, pasando por los pop-up, los dioramas, los rollos desplegables, los "discos visuales", o los más convencionales volúmenes sin (o casi sin) palabras, como esa fantástica narración en collages que es Una semana de bondad (1934), de Max Ernst, incluido en Tres novelas en imágenes (Atalanta, 2008). La Fundación March ha inaugurado en su sede madrileña la muy veraniega exposición Libros (y otras publicaciones) de Artista: 1947-2013, una modesta muestra en la que el único problema del visitante es vencer el impulso de llevarse a casa uno de esos objets d´art. Las piezas reunidas en la muestra provienen fundamentalmente de las bibliotecas de Zóbel y Cortázar, y en ella pueden admirarse, además del multiusos poético Cent mille milliards de poèmes, de Raymond Queneau, libros de artista de Picasso, Dalí, Zóbel, Guerrero, Saura, o Chillida, además de otros que fueron resultado de la feliz colaboración de escritor y pintor, como la Novel.la de Tapies y Brossa o Mutilados de paz, de Manolo Millares y Alberti. Si se pasan por Madrid (en cuyas calles, les advierto, no se han instalado todavía cabinas expendedoras de aire frío para hacer más llevadera la canícula), no se la pierdan.

Barthes

Posiblemente con el fin de ir creando masa crítica para la próxima conmemoración del centenario de Roland Barthes (1915-1980), se ha creado -quizás un poco apresuradamente, si se tiene en cuenta la ausencia de contenidos de sus apartados- el primer sitio dedicado exclusivamente al semiólogo y crítico francés, uno de los más influyentes intelectuales europeos de la segunda mitad del siglo XX. En www.roland-barthes.org los investigadores y lectores del gran teórico encontrarán una revista semestral, una bibliografía crítica, el índice de sus obras completas, y una iconografía cronológica -todavía en fase de construcción- que se pretende exhaustiva, además de agendas y protocolos de contacto abiertos a todos los barthesianos. Barthes fue, para mi generación, no sólo uno de los símbolos de la renovación de la crítica y los estudios literarios, sino también un perspicaz estudioso de las relaciones entre el lenguaje y el mundo, así como de las mediaciones "parásitas" que, a menudo, se interponen entre el texto y su comprensión (véanse El grado cero de la escritura, 1953, o Crítica y verdad, 1966). Si en Mythologies (1957) creó escuela mediante su aproximación original a los mitos de la contemporaneidad ("puesto que el universo es infinitamente sugestivo, todo puede convertirse en mito"), analizando como signos asuntos como el strip-tease, el automóvil Citroën, el filete con patatas o el Tour de Francia, en Roland Barthes par Roland Barthes (1975), uno de sus libros más sugestivos (Kairós lo publicó en 1978 en traducción -mejorable- que luego heredó Paidós), se convirtió a sí mismo en personaje de análisis, elaborando una autobiografía intelectual y sentimental a partir de breves fragmentos, como medio de manifestar su rechazo a la totalidad retórica -y a menudo mentirosa- de las (auto)biografías tradicionales. En mi opinión, ese libro oblicuamente confesional, compuesto por píldoras aparentemente inconexas, sigue constituyendo la mejor introducción al hombre y a su pensamiento.

Revoluciones

La crisis y las (todavía) tímidas y la mar de civilizadas protestas sociales de los sectores más afectados por ella, ha suscitado en los partidarios de que las cosas sigan "como Dios manda" (y, si es posible, con más beneficios para los que siempre los obtienen) una reactualización de los miedos irracionales a presuntos próximos procesos revolucionarios. Desde el resultado de las últimas elecciones, con la irrupción de inesperadas fuerzas políticas que pretenden dar cauce democrático a la indignación ciudadana, se escucha constantemente en boca de ciertos telepredicadores de la derecha extrema la palabra "revolución" (hay quien ha evocado la quema de iglesias), como si tal cosa estuviera a la vuelta de la esquina. De hecho nadie en su sano juicio la ve ni a lo lejos, lo que no impide que el gobierno de la derecha multiplique las medidas (jurídicas y policiales) "de seguridad" y control de la población. En este ambiente, adquirí hace unos días un número especial de la revista de Historia del National Geographic (RBA) consagrada a las "grandes revoluciones sociales que han cambiado el curso de la historia". Lo malo es que los editores de la revista han decidido que la última que llevó a cabo tal cosa fue la Comuna de París, puesto que en ningún momento se menciona la rusa de 1917, de la que falta poco para que se conmemore un centenario que va a crear muchas incomodidades a uno y otro lado del espectro político. Revistas aparte, si se quiere leer algo verdaderamente serio acerca de las dos más grandes revoluciones de la historia y, especialmente, sobre la represión y el terror por ellas desencadenados, les recomiendo Furias. Violencia y terror en las revoluciones francesa y rusa (Prensas de la Universidad de Zaragoza), de Arno J. Mayer, un importante historiador judío-norteamericano (nacido en Luxemburgo en 1926; no en 1946, como indica la solapa del libro) y del que sólo estaba traducido La persistencia del Antiguo Régimen, publicado en 1984 (inencontrable) en aquella memorable colección, hoy desmochada, que se llamó Alianza Universidad. Marxista disidente y acusado de antisemita a cuenta de su denuncia de la explotación por los judíos de la memoria del Holocausto, Furias, publicado originalmente en 2001, es uno de los más completos y rigurosos estudios que pueden leerse acerca de las motivaciones y causas de la violencia revolucionaria.

 

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