'Ray Donovan': otra gran metáfora de la vida norteamericana
Por Juan Carlos Galindo y Fernando Navarro.
El cine y la televisión han utilizado los relatos de familia, envuelta en asuntos turbios con la mafia, para plasmar con asombrosa precisión y emoción la gran metáfora de la sociedad norteamericana. Desde El Padrino hasta Los Soprano, las historias en las que las relaciones familiares están ligadas indisolublemente al ajetreo mafioso se han convertido en obras del séptimo arte para explicar la gloria y la decadencia del sueño americano. Ray Donovan, la serie producida por Showtime (Homeland), cuya segunda temporada acaba de estrenar Canal+, y creada por Ann Biderman (Southland), posee todas las credenciales para convertirse en la siguiente gran narración al respecto.
Ambientada en Los Angeles, la serie cuenta la vida de Ray Donovan (Liev Schreiber), un “arregla asuntos”, un hombre para todo tipo de tejemanejes, de una poderosa empresa que representa a ricos y famosos de la pomposa California. Su día a día, siempre pegado al teléfono móvil, transcurre entre multitud de problemas con la policía, la prensa, los chantajeadores y los sacacuartos. Pero no sólo eso. Más dolores de cabeza le traen los problemas con su familia. En casa con su mujer y sus dos hijos; como en la ciudad con sus hermanos y, sobre todo, especialmente, angustiosamente, con su padre, un espectacular Jon Voight, que interpreta a un mafioso de segunda recién salido de la cárcel.
Con un ritmo trepidante, repleta de claroscuros sobre la moral, con una ética maquiavélica donde el fin siempre justifica los medios, Ray Donovan se adentra, a través de todo tipo de chanchullos y enfrentamientos cotidianos de familia y otros mucho más serios donde está en juego la vida, en la psicología de todo un país, donde el dinero y el éxito son dioses paganos y la supervivencia un método en sí mismo.
El reparto es sobresaliente. Alrededor de una decena de actores secundarios, como los que dan vida a los desestructurados hermanos de Ray Donovan o a sus eficaces compañeros de trabajo, permiten conocer un mundo de prismas sentimentales lleno de fantasmas del pasado y bofetadas del presente. Conviene destacar cómo el concepto de lealtad desempeña un papel fundamental en la serie. El exsoldado israelí, que cuida de su madre, y la lesbiana con atisbos violentos, que forman el equipo de confianza de Ray en la empresa, ofrecen la perspectiva perfecta de cómo funciona la lealtad entre personas, más allá de que cada uno tenga su vida. Lo mismo se puede decir de la familia de Ray, en la que todos están dispuestos a matar por el otro pero existen fisuras emocionales, entre mentiras y silencios aplastantes, que forman parte del drama.
El silencio es una de las grandes virtudes narrativas de esta serie. El silencio de Ray, el gran chico duro, un gladiador que viste elegantemente con traje y sin corbata, cuyas miradas incisivas son como balazos en la sien. El silencio de Ray con su mujer Abby (Paula Malcomson), que pasa a ser la nueva Carmela Soprano del siglo XXI, buscándose a sí misma y a su marido, peleando por mantener una familia pero tapándose los ojos ante el fracaso de su vida. Y el silencio de Ray y sus hermanos ante el padre, un amoral y hedonista, fichado por el FBI, que puede vender a su hijo por un puñado de dólares y estar convencido de que lo hizo por su bien. Y, con todo, el espectador también se siente cautivado ante él. Una frase es la clave de esta serie. La que dice Ray a su mujer en la primera temporada: “Si dejas entrar al lobo, estamos perdidos”. Y el lobo entrará para traer todos los miedos olvidados. Como en Los Soprano o El Padrino, los personajes se pasan toda la vida intentando arreglar su pasado, pegándose a todas horas con el presente. Es la verdadera trama de la serie.
Ray Donovan es, además, una oda a lo mejor del género negro. El antihéroe Donovan se sitúa de manera nítida al otro lado de la línea moral entre el bien y el mal, pero no nos importa. Nos pasa con nuestros queridos héroes de novela negra y sus coqueteos con la violencia y sus aventuras al margen de la ley. Nos pasa con Philip Marlowe y con Harry Bosch, conocedores de los rincones de una ciudad, Los Ángeles, que aparece aquí distinta, maravillosamente retratada en sus lujos y miserias, con un toque James Ellroy que hipnotiza. Nos pasa con Patrick Kenzie y Angela Gennaro, esos detectives de Dorchester, Boston, barrio de irlandeses y polacos por el que es mejor no pasar y del que, ¿casualidad?, proviene la familia Donovan y el indeseable de Sullivan. Por cierto, la novia de este asesino rastrero se llama Katherine Shaughnessy. Puede que sea otra casualidad, pero es un apellido muy raro y lo comparte, imaginamos que a modo de homenaje sarcástico, con la maravillosa femme fatale de El Halcón Maltés.
Ray Donovan está llamada a ser una de las grandes series de los últimos tiempos, si no se pierde en peripecias narrativas. Un relato de silencios, disparos, huidas, mentiras, lealtades y soledades. Una obra de interés para acercarse a esa gran metáfora de la vida norteamericana siempre vigente.
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