La sonrisa pícara de Benny Hill
Cual perro de Pavlov, reaccionaba instintivamente en cuanto aparecían las nubes sobre Támesis y el paisaje londinense y sonaban las ocho notas de la productora Thames. Era la señal de que empezaba Benny Hill y, como las sosegadas ocho notas se aceleraban con el enloquecido ritmo del programa, la tarde tediosa del domingo -yo recuerdo que lo emitían en domingo, pero igual me equivoco- apretaba el paso. Salía ese gordo rubicundo con cara de travieso y el tiempo hasta la cena volaba entre persecuciones a cámara rápida, collejas a 1.000 revoluciones por minuto, miradas lascivas y trucos de primero de efectos especiales.
Seguro que muchos le recuerdan por su humor de cacha y escote, y es cierto que a menudo interpretaba el papel de sobón impenitente, pero tenía también grandes momentos de ingenio, como ese gag de apenas 10 segundos en que, en una sala de espera de un hospital, tras salir de rayos X con la mano vendada, se sienta y explica a una mujer: “Golpeé con la mano el cristal de una ventana”, para que esta le conteste: “Tuvo suerte de llevar ese vendaje”. No se habría mantenido el show durante más de 30 años si Alfred Hawthorn Hill, que así se llamaba el bueno de Benny, no hubiese tenido algo más que ofrecer que chascarrillos cuarteleros.
Alfred nació en Southhampton, al sur de Inglaterra, el 21 de enero de 1924. De sus primeros años no se sabe gran cosa, tan solo que tuvo varios empleos, como el de lechero, baterista y conductor o, ya relacionado con las tablas, asistente de escena. Fue reclutado para la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, su destino fue poco guerrero: aunque recibió formación como mecánico, finalmente fue asignado al Combined Services Entertainment, una institución surgida en la Segunda Guerra Mundial dedicada a entretener a las tropas británicas. Tras la guerra y hasta principios de los 50, trabajó como locutor de radio hasta que encontró su sitio en la pequeña pantalla con El Show de Benny Hill, que estuvo en el aire desde 1955 hasta 1989, hizo archiconocida su oronda cara en todo el mundo y le solucionó los problemas de bolsillo para toda la vida.
El show empezó en la BBC y fue adquirido en 1969 por Thames TV, la productora de las nubes sobre el Támesis, que lo mantuvo en el aire hasta 1989, cuando lo canceló por su baja audiencia. Tenemos pues, 34 años de chistes, unos más graciosos que otros, por supuesto; parodias -hasta de Starsky y Hutch, con Benny haciendo de ambos, o Roy Orbison-; bofetadas, coscorrones, toquecitos en la cabeza al vejete Jackie Wright, bolsazos, paraguazos, faldas que se levantan o se rasgan, pellizcos en el muslo, cachetes en el culo, miradas al escote y trucos facilones de cámara que en su momento me parecían magia. En este sketch, El manitas, tenemos ejemplos cumplidos de todo ello.
Es bien cierto que Alfred tenía en sus parodias una cierta obsesión por las bragas de las señoras, los muslos y el canalillo, que me hacen pensar en Benny como el Fernando Esteso rubiales de Gran Bretaña. Vistos hoy, algunos de sus episodios tienen un tufillo zafio y machista. Un señor mayorcete y gordito, no particularmente agraciado, trataba por todos los medios de tocar, atisbar apenas, algo de carne de señoritas que multiplicaban por mucho su atractivo y dividían su edad por la mitad. Y a veces lo conseguía, a menudo a costa de una esposa fea y malencarada, encarnada en ocasiones por un hombre. De machista y sexista se le acusó en repetidas ocasiones, aunque él siempre se defendía diciendo que usaba recursos clásicos de la comedia, estereotipos, y que las mujeres mantenían su dignidad en los episodios mientras que los hombres que las acosaban acababan retratados como bufones y ridiculizados, a veces a través de una bofetada y siempre con la archiconocida secuencia final, en la que Benny pagaba sus travesuras perseguido a cámara rápida por buena parte de sus secundarios blandiendo cualquier utensilio que sirviese para atizarle. Es en esta mítica persecución que cerraba cada capítulo en la que sonaba el Yakety Sax, la pieza musical compuesta por James Q. Spider Rich e interpretada por el saxofonista Boots Randolph y que todos hemos tarareado. Y digo todos.
Otra de las cosas que más recuerdo del show de Benny son sus enternecedores efectos especiales. Tras años de ver espectaculares secuencias recreadas por ordenador con una verosimilitud a prueba de bombas, emociona revisar cómo se atizaban con palos de goma -¡por favor, se doblaban en el aire!- y cómo caían al vacío muñecos informes para, al siguiente fotograma, sin demasiado cuidado por cuadrar los planos, levantarse un señor vivito y coleando. O cómo Hill compartía plano consigo mismo con mucho cuidado para no traspasar la mitad de la pantalla.
En esos dos aspectos residía para mí el encanto de Benny Hill, en esa zafiedad de baja intensidad y en esos truquitos de prestidigitador televisivo barato. El caso es que nunca fue sacado de la pantalla por su machismo, ni siquiera en la conservadora Inglaterra thatcheriana, ni por sus artificios de vodevil en los albores de los efectos especiales. Fue la audiencia la que le derrotó, según John Howard Davies, su último jefe en Thames, el hombre que lo despidió. En una entrevista, dejó tres razones para cerrar un programa de 34 años que había alcanzado audiencias de 21 millones de espectadores en su cúspide, en 1977: “Las audiencias caían, el programa costaba un montón de dinero y Benny parecía un poco cansado”. El último Show de Benny Hill reunió a 9,5 millones de televidentes.
Alfred ya no se recuperó del despido. Además de su ánimo, su salud comenzó a dar muestras de agotamiento y sumó problemas de peso, corazón, riñones. Aunque hubo algún intento de resucitar el programa, Benny inició una última carrera a cámara rápida, cuesta abajo esta vez, que le llevó a un triste final. Tras varios días sin poder contactar con él, el agente de Benny acudió a su casa el 22 de abril de 1992, para encontrarlo solo, muerto dos días antes en el sillón mientras veía la tele. Irónicamente, tenía un contrato para un nuevo programa en el buzón. Su tumba fue profanada varios días después de su entierro porque se rumoreaba que había sido enterrado con gran cantidad de joyas. Triste final para un hombre que había hecho reír a dos generaciones.
Yo me quedo con esa cara de travieso de la imagen de arriba.
* Recuerda más Series de siempre
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