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MÚSICA

Rabiosa contradicción

Tras nueve discos con Pretenders, Chrissie Hynde vuela en solitario con 'Stockholm'

La cantante estadounidense Chrissie Hynde.
La cantante estadounidense Chrissie Hynde. Cristóbal Manuel

Lo que hace única a Chrissie Hynde (Akron, 1951) es la rabiosa frescura con que actúa sus contradicciones. Una voz de vibrante complicidad, arraigo melódico, letras pendientes de los claroscuros del amor y las injusticias e hipocresías la hicieron soma radiofónico, pero ella se negó a perder la vida a pie de calle. Otro singular rasgo de un carácter indómito, heredado quizá de una adolescencia en el Ohio industrial. En su seno bulle todavía la muchacha que soñaba con la Inglaterra de los Kinks y los Rolling Stones. La chica que endurecía su femineidad al asalto de un gremio donde impera la testosterona.

De opiniones propias, en 1981 me confesaba su rechazo a la píldora anticonceptiva, pues regula el ciclo menstrual. “Hay muchas otras formas de evitar la concepción, y no estoy defendiendo el aborto. El acto de la procreación es lo más real e importante que pueda hacer un ser humano. Me parece una barbaridad que no se tenga control sobre ello”. En aquellos días vivía con Ray Davies, con quien tuvo una hija. Años después, su matrimonio con Jim Kerr, de Simple Minds, produciría otra niña. Su idea de una buena educación la resumía en “caballos y libros”. Naturaleza y cultura, parece indiscutible.

Flaca e impetuosa, bien conservada, en 2009 se mantenía librepensadora al lamentar que las parejas vitalicias se estén extinguiendo. “Tus amigas te animan a abandonar una relación que no funciona. Y te sientes presionada a no luchar por enmendarla. No sé si esto es bueno o malo, nadie quiere verse atrapado en una relación horrible. Pero nadie quiere tampoco estar solo, y la alternativa es saltar de una a otra, lo que a la larga resulta doloroso”.

Fiel a su perfil, Hynde rompe su miedo a volar en solitario tras nueve discos con la marca Pretenders. Stockholm, producido en la capital sueca por Björn Yttling, suena a paso en falso, pero será digerido gustosamente. Hay destellos rock —ecos de Phil Spector, un fogoso cameo de Neil Young—, pero falla la materia prima, manufacturada en gomoso artificio pop. Persiste empero la autora que pone el dedo en la llaga. Ella se excusa asumiendo falta de ambición: “No quiero que el arte sea perturbador; ya estoy bastante perturbada. No necesito que invite a la reflexión; ya pienso demasiado. Quiero que me haga sentir mejor”.

Volvamos a 1973, fecha en que aterriza en Londres y se da de bruces con la realidad. Escribe para el semanario New Musical Express. Trabaja en la tienda Sex que Malcolm McLaren y Vivienne Westwood regentan en Kings Road; intenta enseñar a tocar la guitarra a Rotten y propone matrimonio a Vicious para obtener la residencia; entabla duradera amistad con Jones y Strummer. Pero su sensibilidad, educada en el rock psicodélico, no encaja en la procacidad del punk.

Tras varias intentonas, encuentra músicos afines y nace Pretenders. Dos rotundos elepés la aúpan al éxito, pero la muerte por sobredosis del bajista Farndon y del guitarrista Honeyman-Scott romperá el molde original. Cuando reconstruya la banda, se verá abocada a jugar según las reglas de la industria. Y surgen clásicos radiofónicos como Don’t get me wrong o I’ll stand by you, que hoy dice detestar aunque le hayan proporcionado una vida confortable. También caerá en la autocomplacencia creativa; está en otros frentes: la maternidad, el activismo.

Vegetariana desde los 16 años, feroz antitaurina, apoya fervorosamente a PETA. Guarda la guitarra cuando no trabaja, y cree en el instinto para navegar el negocio. Se declara un espíritu asocial pese a su afición a perderse entre la multitud, aspirando quizás a la pertenencia. Y se arrepiente de sus mediáticos exabruptos, de haberse dejado llevar por el ardor vegano al atentar contra una cadena de hamburgueserías. “Hemos alcanzado un punto de saturación consumista”, me decía. “Hablo desde el corazón cuando expreso estas cosas, no digo que yo no consuma. Y no es política, sino la condición humana misma”. Le duele el rumbo que ha tomado el mundo desde los prometedores años sesenta… y su reverso oscuro.

Parecía embelesada con Vicky Cristina Barcelona, donde tuvo novio, un pintor sudamericano. Y a raíz de ésta me contó lo que suponía para un estadounidense acceder a una cultura donde hay vida en la calle. Esto explicaba el giro en su país hacia lo local, reacción a un mundo corporativo sin freno. “Y lo impersonal no es humano”, zanjó.

La huella genética persiste en su hija mayor, Natalie, detenida el año pasado en una manifestación antifracking. La música, al fin y al cabo, no lo es todo.

Stockholm, de Chrissie Hynde, está editado por Caroline / Music As Usual.

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