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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo de Siria

Es curioso observar la actitud de los medios norteamericanos sobre el previsible ataque sobre Siria. La guerra resulta ser una promesa apetecible, pararlo ahora sería dejar una película sin clímax

David Trueba

Es curioso observar la actitud de los medios norteamericanos sobre el previsible ataque sobre Siria. La guerra resulta ser una promesa apetecible, pararlo ahora sería dejar una película sin clímax. La presión sobre Obama pone a prueba su autoridad y firmeza. La retórica encendida sobre la tradición norteamericana por involucrarse en defender los valores democráticos en el exterior ha fabricado un oxímoron conocido como guerra humanitaria. Para un español resulta un poco difícil creerse del todo que es la conciencia de esa obligación moral la que ha guiado sus movimientos estratégicos. Lo que limita las acciones del presidente no es la espera de un consenso nacional e internacional, sino una idea solvente de lo que le espera a un país roto por una guerra civil si es descabezado de su dirigencia tradicional.

Es obvio que esos valores democráticos son los que están poniendo toda la presión sobre Obama, en lugar de trasladarla, también un poquitín, sobre Putin y su escasa preocupación por limitar el daño que sus socios causan sobre la población. La ansiedad mediática no deja de anhelar el estallido de los fuegos artificiales, que vendrá adornado por su retransmisión distendida. Pero cualquiera que haya pisado las calles de Damasco comprende que el daño puede ser demoledor. La encrucijada es suficientemente compleja como para adornarla. Incluso los que niegan la legitimidad del ataque no podrán ignorar que la guerra ya hace meses que se está cobrando vidas a velocidad de vértigo.

La idea de ver a Obama ordenar la lluvia de misiles estimula a aquellos que aun hoy buscan resarcirse de la mala prensa que tuvo la invasión de Irak. El ataque va a dirigirse contra los almacenes de armas químicas de El Asad, pero también contra los millones de personas que se opusieron a la guerra pasada. Nada puede gustar más que ver bajarse a Obama del atril donde conmemoró los 50 años del discurso pastoral de Luther King y correr a ordenar el bombardeo. El oportunismo trata de igualar el rasero moral de todos en la escala más baja. Sería, pues, muy estúpido no entender que de los acuerdos, condiciones, prudencia y calendario de los ataques depende no su éxito puntual, sino su significado histórico.

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