La final
Nada mejor para un país en crisis que la distracción futbolística. Esta noche, la final de la Copa propone un combate más psicológico que deportivo.
Ganarle al Real Madrid se ha convertido en una misión imposible para el Atlético, que arrastra 14 años de incapacidad. Nada mejor para un país en crisis que la distracción futbolística. Esta noche, la final de la Copa propone un combate más psicológico que deportivo. Es seguro que Simeone trabajará la autoestima como si fuera un músculo. Los aficionados del Atlético, que somos seguramente los más lenguaraces y temerarios de la Primera División, disfrutamos los días previos a estas finales porque sabemos que nuestra victoria al alcance siempre es más dialéctica que real. Estamos acostumbrados a perder y, por tanto, nos esmeramos en ganar en las bromas del despacho, en la espera de la pollería y en la barra de bar. Ahí, el Atlético ha ganado por goleada, ya desde hace días.
Pero quizá lo más emotivo de la enemistad con el Real Madrid es percibir cómo ese sentimiento se transforma en una sincera admiración dentro de todo colchonero con el paso de los años. No existe otro equipo en el mundo como el Madrid, acostumbrado a ganarlo todo en cualquier condición, de remontar en los minutos finales y de darle la vuelta al mundo con un impulso emotivo. El Madrid es capaz de ganar hasta después de haberse caído del guindo de estos tres últimos años para descubrir que su máximo responsable en el banquillo no tenía problemas con los demás, ya fueran rivales o la prensa, sino consigo mismo. Los psiquiatras tienen tipificado desde hace décadas su trauma.
Los jugadores del Atlético llevan 14 años instalados en un complejo de inferioridad frente a su eterno rival. Salen a disputar el partido con el espíritu de la hormiga que levanta la cabecita al sentir la sombra del pie del elefante encima de sí. Por eso los atléticos ganan dos veces pase lo que pase esta noche. Si pierden, porque confirman el diagnóstico sobre el victimismo y la fatalidad que los hace únicos y les justifica la actitud eterna de lectores nostálgicos de los álbumes de Asterix en las Galias. Y si ganan, bueno, si ganan se multiplica la felicidad por mil al mirar contra quién lo han hecho. El esfuerzo va a ser creérselo antes de irse a dormir.
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