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OPINIÓN
Columna
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Más faraones

Hicieron una revolución para cambiar el maldito estado de las cosas y todo sigue igual

Carlos Boyero

Ignoro si hay una genética ancestral en algunos países tercermundistas que facilita que sus miembros siempre estén delgados, pero sorprendentemente descubro una y otra vez que hay cantidad de gordos entre la casta de los ricos, que son muy pocos. Y lucen ufanos esa adiposidad, que imagino es el orgulloso signo diferencial de que te va muy bien en la vida, de que eres un ganador en un mundo en el que casi todos han nacido para perder, para sobrevivir malamente y con resignación, porque los infalibles designios de los dioses así lo han dispuesto.

En El Cairo, esa ciudad más que caótica, agobiante, en medio de esa permanente neblina que no la provoca el clima sino la brutal contaminación, atravieso una larga calle( o un barrio) en la que se transforma la misérrima arquitectura de la ciudad, en la que llegas a creer incluso que no estás inhalando mierda al respirar. Me aclaran enseguida el fácil misterio. Ahí habitan los que hicieron fortuna con el régimen de Mubarak y a los que ninguna revolución se va a atrever a despojar de nada, a exigirle cuentas. Normal.

No hay jaleo en la plaza Tahrir cuando doy una vuelta por esa enorme explanada a las tres de la tarde. Solo algunas tiendas de campaña y escasos manifestantes con pancartas. Confundo con policías a tipos con pinta de duros que exigen la identificación a determinada gente que pretende acceder a la plaza, pero forman parte del servicio de orden de los manifestantes, intentando evitar que se infiltren reventadores de la manifestación, militantes del fundamentalismo que saben que la policía tiene un pretexto inmejorable para machacar a los protestones en el momento que alguien les arroje una piedra.

El nuevo faraón, arropado por sus fervorosos Hermanos Musulmanes, ha decidido que sus decretos son incontestables y sagrados, por encima de controles judiciales y otras chorradas occidentales. Y hay gente muy racional que se siente desolada. Hicieron una revolución para cambiar el maldito estado de las cosas y todo sigue igual. O peor. El turismo, que aliviaba el hambre, no llegará este año al millón de visitantes. Antes recibían a nueve. Y sientes compasión ante algo tan grato e insólito como estar solo en las tumbas del Valle de los Reyes, que no te roce nadie observando estatuas y monumentos fascinantes.

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