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Merecerlo

David Trueba

A veces la única virtud de un premio es que obliga al ganador a merecerlo, aunque sea a posteriori. Acostumbrados a ver las trayectorias de mucha gente con talento venirse abajo por el peso de la púrpura, que decía la cursi expresión, nos olvidamos de que un buen premio fuerza a alguien inteligente a pugnar por hacer méritos para justificarlo. El Nobel de la Paz para Obama fuera como darle el de Literatura a un chaval tras esbozar su primer cuento escolar, EE UU ha mantenido una contención bélica internacional apreciable, aunque solo sea por comparativa con la presidencia anterior. La parálisis internacional ante la guerra en Siria tiene muchos eslabones, equilibrios geopolíticos, alianzas de hierro y la sospecha de que los excesos en ambos bandos perturban una abierta participación.

Si finalmente la resolución para mirar hacia Malí y su territorio caído en manos del integrismo islámico, sirve para evitar que se cree otro rincón medieval, estaremos salvando la vida y el futuro de tantas Malalas, la niña paquistaní convertida ya en un símbolo de las cotas que puede alcanzar la salvaje iluminación dogmática, capaz de justificar el asesinato de una menor como un recurso sagrado. La Unión Europea está capitaneada por los reyes de la ausencia, por especialistas en mirar para otro lado y así nos va.

En el culebrón sobre Julian Assange ha cobrado más relevancia la visita en su encierro de Lady Gaga a invitación de M.I.A. que cualquier iniciativa oficial europea. Nadie parece capaz de corregir el empecinamiento británico. A Cameron se le acumula la tarea, puede que resuelva el derecho a decidir de los escoceses con bastante más cabeza y espíritu democrático que nuestros dirigentes españoles y eso que en su caso una derrota le obligaría hasta cambiar de nombre, porque seguirse llamando Reino Unido sonaría a chiste. Hace poco el abogado Beltrán Gamblier proponía que Assange recibiera un salvoconducto británico para desplazarse a la Embajada de Ecuador en Estocolmo y allí someterse a la justicia sueca sin renunciar a su deseo de protegerse de los desmanes jurídicos que tan habitualmente presenciamos. El Nobel de la Paz puede ser una excusa para no seguir mirando hacia otro lado.

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