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Columna
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Gomera

Juan Cruz

Una campesina de los altos de Valle Gran Rey le dijo al Telediario 2 de TVE algo que hubieran firmado igual Pablo Neruda o su amigo gomero Pedro García Cabrera, el poeta. Dijo la mujer: “Toda la vida trabajando para que llegue el fuego de viaje y se lo lleve”.

El fuego de viaje. Y no es el primer viaje. Ha destrozado los senderos por donde suele transitar la alemana Angela Merkel, en los aledaños de un parque cuya belleza persiste en todas las estaciones. Ahí, en Garajonay, se rompió también la frontera del fuego, y ahora a La Gomera solo le queda esperar que el tiempo restituya el suelo sobre el que se asienta, majestuosa y ahora herida, la laurisilva.

El presidente Paulino Rivero insinuó en ese telediario que son decisiones técnicas, y no políticas, las que están detrás de la ocurrencia de retirar los efectivos en cuanto se atenuó la primera oleada de este incendio. Si no hubiera la experiencia que ya hay se entendería la confusión ante el fuego de viaje. Esa visita incendiada lleva afectando a la isla desde hace muchos años, y eso es lo que decía la campesina: el fuego está acostumbrado a este tránsito fatal pero los hombres, los técnicos y los que mandan a los técnicos, se confían demasiado, dejan que se amontonen en el monte (y en la mente humana) los materiales del fuego, hasta que éste prende. Y el fuego se va de viaje, arrasa la isla, la deja en ese desamparo medieval que se ha incrustado en el hueso y en el alma del gomero. No es resignación. Es peor: es costumbre.

Otra de las mujeres que habló en la televisión desde la experiencia de haberlo visto dijo que había pasado miedo, “mucho miedo”. Si recuerdas los barrancos que van a Valle Gran Rey, si tienes en cuenta la fragilidad de los caseríos, y si te imaginas esas lenguas de fuego que parecen pinturas feroces entrando en las casas vacías, entiendes la densidad que esa palabra tiene ahora en La Gomera. Miedo. No escapan del miedo, lo conocen. Les pasó otras veces, en La Degollada, en El Cedro. Les pasa ahora. El fuego ha ido de viaje por aquí muchas veces. Lo que se preguntan es cómo, a estas alturas del siglo, todavía no se ha encontrado el modo lógico de acabar pronto con un viajero tan fatal y tan conocido.

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