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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Forofos

Javier Rodríguez Marcos

Como el Gobierno le ha cogido el gusto al mando de la tele, los periodistas de TVE han pedido a través de su Consejo de Informativos que los dejen trabajar en paz y que cada final de legislatura no sea para ellos el fin del mundo. En tiempos de revolución digital, conmueve la fe de La Moncloa en la televisión de siempre. Solo así se comprende el afán de moverles la silla a periodistas que tenían muchos defectos, pero una gran virtud: resultaba difícil saber si eran de izquierdas o de derechas, justo lo que pasa con la bendita BBC —tan seguida en España—, de la que aún no sabemos si es laborista o tory.Sostiene la gente de izquierdas que declararse apolítico —o parecerlo— es de derechas, pero este Gobierno piensa lo contrario. Según su criterio, el afán de objetividad es una manía no ya de la izquierda, sino de la extrema izquierda. Será por devolverle a Zapatero el regalo de descubrir que bajar los impuestos no era conservador.

Lo decían nuestros padres: es malo ver la tele mientras comes. Sobre todo, es malo para la tele. Si en lugar de prepararse para servir como información en Televisión Española los platos que nadie quiso tragarse como propaganda en Telemadrid los nuevos jefes de RTVE hubieran visto los Juegos Olímpicos, sabrían que las medallas de Lochte y Murray valen el doble porque las consiguieron ante Phelps y Federer. Un gran rival es una bendición, por eso dicen que el maduro Miguel Ángel lloró la muerte del joven Rafael: lo odiaba, pero a la vez era la única persona capaz de comprender del todo lo que valía su arte.

Poco renacentistas, nuestros políticos prefieren la pintura a rodillo. Creen que reconocer los méritos ajenos es una forma de debilidad y no de inteligencia. Es decir: al enemigo, estrictamente el agua que mande la ley. Gota a gota. Por eso sorprendió el gesto del Gobierno socialista de renunciar por ley a manosear la televisión pública. Como a Rajoy la independencia le debe de parecer cosa de perroflautas, ha vuelto a la casilla cero. Eso tiene dos riesgos. Uno: su contrarreformismo —¿cuándo le toca a la ley del divorcio?— conseguirá que el PSOE parezca de izquierdas. Dos: su política televisiva pondrá injustamente bajo sospecha a los llamados profesionales de la casa. Comprarán el regocijo de los convencidos con el escepticismo general. Peor para todos: cualquier logro del Ejecutivo podría sonar a mitin de campaña. Es lo que tiene gobernar para forofos.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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