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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Padrastro

David Trueba

Los Juegos Olímpicos son un monumento a la precisión. La distancia entre sombra y gloria es muchas veces una milésima de segundo. Atletas que trabajan de manera esforzada durante cuatro años ponen su suerte en juego en un instante donde cuenta un gesto, un detalle, un guiño para resolverlo en favor o en contra. Por eso todo lo relacionado con las Olimpiadas se somete necesariamente a las leyes de la precisión. Incluso su gala de apertura, donde la ciudad designada por los turbios intereses cruzados de la aristocracia olímpica entona un canto a sí misma bajo la mirada de millones de espectadores.

 Cuando desfilaban los deportistas británicos, cerrando el desfile interminable de las delegaciones, la televisión mostró el plano de la reina de Inglaterra. Con tan mala suerte de que en ese momento ella tenía un padrastro en la uña que le robaba toda la atención y hasta la emoción. El padrastro era más inoportuno que molesto, pero ahí estaba ella, entregada a la automanicura. Ese error de precisión se repitió en demasiadas ocasiones durante una retransmisión que nunca llegó a verle la cara a Kate Middleton porque se la tapaba una señora delante, o que no supo cómo terminar el gag de Bond llevando a la Reina en helicóptero al estadio. La ausencia de precisión empobreció su rico fundamento.

La gala desdeñó competir con la abrasiva grandeza de su precedente chino. Como la economía mundial, competir contra los privilegios dictatoriales del gigante oriental solo te puede llevar a la ruina. Así que Londres tiró de historia, teatro, cultura. Dejemos aparte las elecciones musicales, donde había hasta dudosas reconversiones del punk y la protesta en banda sonora de la sumisión. Nada mejor que personalidades heterodoxas y geniales representan lo británico. De Chaplin a Mr. Bean, de Shakespeare a Paul McCartney, la envidia mundial hervía al comprobar cómo esa mezcla de humor, emoción, ingenio y talento, es seña de identidad de una cultura de todos y para todos.

Alguien debería encontrar solución estética al desfile de atletas, una mejor imaginería quizá centrada por continentes y que evite la desidia y el aburrimiento. El padrastro fue un símbolo de la falta de precisión, durante dos semanas celebraremos lo contrario.

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