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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gerontorock

David Trueba

Randy Newman tiene una canción titulada Estoy muerto pero ni me he enterado, en la que ironiza sobre su edad y esa incapacidad de los músicos para retirarse de las giras y conciertos. Cuando llega el verano uno comprueba que no hay jubilación posible para las glorias musicales. De jóvenes casi todos aseguran que no se ven de viejos subidos a un escenario, pero aunque la mítica encumbra las vidas vividas aprisa y los cadáveres hermosos, ganan por goleada los veteranos que se resisten al retiro. El que ha expresado con más claridad las razones para tal longevidad ha sido recientemente Julio Iglesias al afirmar: “¿Y qué quieres que haga, que me quede en casa tocándome el pito?” En una época donde solo unos pocos elegidos alcanzan ventas millonarias, la actuación en directo se ha convertido en fuente primordial de financiación para cantantes y casas de discos. La actividad se ha alargado tanto que pronto se inventarán andadores para rockeros y guitarras eléctricas para artríticos.

Hay una variante, copiada del mundo taurino, que consiste en la gira de despedida. El récord lo tiene una cantante que lleva dando su último concierto desde 1987. Morir sobre las tablas suena mucho mejor que las alternativas vulgares. Pero hay tanto placer escondido en esa prolongación del vibrante directo, que no me extrañaría que pronto las estrellas tuvieran que pagar a su público y no viceversa, como sucede hasta ahora. Un poco como los abuelos que dan una propina a los nietos si pasan un rato a verlos. De los Rolling a los Beach Boys no es raro que incluso se superen incompatibilidades juveniles para celebrar reuniones lucrativas. Alguien dijo que nada reconcilia más que un buen negocio.

El desnivel geriátrico se apoya en la televisión, que apenas ha renovado su repertorio en los últimos treinta años. Hay sequía total de nuevos programas musicales de gran popularidad y la tendencia es apoyarse en artistas imperecederos para garantizar audiencia. En un mundo que tan tontamente ha impuesto lo juvenil como un absoluto, es emocionante ver contaminarse algo tan lozano como el rock de valores gerontófilos. Y por ello se siguen moviendo las caderas, aunque estén hechas de implante de plutonio, cuando todo va mal.

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