Gestos
Hace mucho tiempo que no veo una película que amo titulada Muerde la bala, pero me aparece una sonrisa beatifica cada vez que recuerdo su final. Describe una larga, extenuante y heroica carrera de caballos a través de valles, montañas y desiertos en la que solo puede haber un ganador. La recompensa es dinero, fama y gloria. Casi todos los que participan en ella son perdedores. Hay aficionados y profesionales, pero todos se juegan mucho. Por distintas razones, necesitan imperiosamente ganar. Les acechan todo tipo de odiseas que ponen a prueba algo más que la dignidad. Concluyo. Un Hackman roto va a llegar a la meta. Le sigue su colega de toda la vida con la lengua fuera. Hackman desmonta, espera a su rival, entran juntos.
Cualquier escéptico con argumentos, cualquier persona realista y sensata, estará convencida de que esos gestos tan hermosos como increíbles solo ocurren en el cine, que es una utopía adolescente pretender que algo así ocurra en la vida real. Pero en la memorable final de la Eurocopa veo cómo Torres, solo ante el portero, con la posibilidad de ser máximo goleador para alguien cuya eficacia despierta dudas desde hace demasiado tiempo, le regala ese gol a su compañero en el Chelsea, a alguien que no se había movido del banquillo en todos los partidos que había jugado España. Fue lo que no hizo egoístamente Pedro con el deprimido Torres, este con inaplazable necesidad de un gol, en la final del Mundial. Me emocionó el gesto del Niño rubio. Y me puse a aplaudir con el beso de Casillas a su novia en Sudáfrica. O sea, la realidad imita al gran cine, como a mí me gusta.
Hace años, tuve una larga y gozosa conversación con Vicente del Bosque. Coincidimos en un programa de televisión que ocupaba la tarde y la noche. Hablamos de muchas cosas, incluida la ciudad que nos parió a ambos. Le comenté que allí vivían mis ancianas madre y tía, mi única familia y que el alzhéimer había empezado a cebarse con ellas. No volvimos a vernos. Hasta hace unos días. Casualmente. El hombre más popular, halagado y glorificado (justamente) en este país lo primero que me dice es: “¿Cómo están tu madre y tu tía?”. Y noto que se me hace un nudo en la garganta. Lo suyo se llama educación, humanidad, respeto, clase. Bendito sea.
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