Idoneidad
La penosa salida de Dívar de la presidencia del Poder Judicial nos retrotrae al nombramiento muy cuestionable por parte de Zapatero a instancias de Fernández de la Vega. Todo final patético, viene de un inicio equivocado. Pero funcionamos así. Las comparecencias parlamentarias de los nuevos consejeros de RTVE, y entre ellos la del futuro presidente al que se desea la mejor de las suertes, aumentan la perplejidad con la aceptación del funcionamiento anómalo de nuestras instituciones. El candidato a presidir probablemente la empresa pública que tiene mayor impacto sobre la sociedad española, a excepción de la Federación de Fútbol, se somete a un examen de idoneidad. Para empezar la regla de juego fue variada por el Gobierno, que decidió por decreto ley que no fuera necesario el consenso de dos tercios del parlamento, sino tan solo el voto del partido mayoritario. La absoluta indiferencia de la sociedad española por sus mecanismos democráticos explica nuestra biografía como país.
Quizá lo más sorprendente es que la comparecencia se reduce a la expresión de sucesivos parlamentarios de su acuerdo o desacuerdo con los nombramientos propuestos y la intervención de los candidatos que afirman cosas tan sorprendentes como que trabajarán para hacer una televisión de todos, que no responderán a consignas de partido, que aunarán entretenimiento y cultura, que serán servicio público pero también buenos gestores y que son firmes defensores de la radiotelevisión de todos. Pues si un estudiante estuviera al día de estas comparecencias, le bastaría para sacar matrícula de honor en su siguiente examen con afirmar que será un alumno ejemplar, que estudiará las asignaturas con ahínco, que se aprenderá el nombre de todos los ríos y capitales que le propongan, que jamás hablará con los compañeros durante la clase y que no se mofará de los profesores por la espalda. Fácil, ¿no?
En vista de este trámite de idoneidad, podemos proponer que en la próxima ocasión el candidato a presidir RTVE sostenga que le importa un bledo el periodismo de calidad, que se la pela el servicio público, que se cisca en la madre de los espectadores nacionales y que se la trae floja la gestión financiera. Si aún así sale nombrado, es que funciona de verdad nuestro sistema institucional. Como un reloj.
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