Trampantojo de la Pantoja
‘Mi gitana’, esperada miniserie sobre la vida de Isabel Pantoja, se estrenó el lunes en Telecinco Este artículo lamenta las inverosimilitudes y excesos de un fallido intento de biografía
Hubo un tiempo feliz en el que los biopics musicales del cine reflejaban, en mayor o menor medida, el arte de sus protagonistas. En nuestra televisión, oh, sorpresa, parece que solo hay espacio para la casquería íntima, como evidencia Mi gitana, la presunta biografía novelada de Isabel Pantoja que acaba de estrenar Telecinco, precedida de los heraldos que suelen anticipar grandes revelaciones. Para quien, como yo, desconozca los entreveros sentimentales de la tonadillera, el primer episodio de esta miniserie puede provocarle una cierta confusión. Pese a los trompeteos citados, tiene uno la sensación de que los guionistas no han podido ser todo lo explícitos que hubieran querido, so pena de querellas (significativamente, la principal persona que podría querellarse está muerta), y eso ha generado una peculiar sintaxis narrativa, donde se muestra menos de lo que se promete, alternando de modo desconcertante el perfil inverosímil y el subtexto estentóreo.
Líder de audiencia
Mi gitana se estrenó el lunes pero su polémico contenido ha ocupado varias horas en otros programas de la cadena. La apuesta y la expectación generada han resultado rentables en términos de audiencia: el primer capítulo de la serie arrasó en la franja de prime time con un 20% de share y 3.799.000 espectadores.
El debut de Mi gitana es el capítulo de miniserie más visto desde el desenlace de Felipe y Letizia (24,6%) y también la tercera miniserie más seguida en Telecinco por detrás de esta y La Duquesa (22,8%).
El diccionario define el término “trampantojo” como “pintura que, mediante los artificios de la perspectiva, crea la ilusión de objetos reales en relieve”. No busquen aquí escenas polémicas ni, desde luego, personajes de carne y hueso: en apenas 60 minutos, la protagonista, a la que se empeñan en llamar Isabel Pantoja (Eva Marciel), pasará de cándida paloma a mala de Falcon Crest. El modelo del primer tercio se diría un cruce entre El último cuplé e Infeliz de la que nace hermosa. Uno de los grandes problemas del personaje parece ser “tener que besar a un hombre que no es mi Paco” en el rodaje de Yo soy esa. Iván Morales interpreta al varón tentador (a quien se empeñan en llamar José Coronado) con bigotito de galán de Cifesa. Muy a tono con esas esencias de antaño, Fanny de Castro encarna a la madre de la artista con una gesticulación “andaluza” como no se veía desde el teatro de los Quintero. Hay, sin embargo, incrustaciones pasmosamente bitchy, como cuando la mamá proclama: “No le pongáis vestidos verdes, que el verde le resalta el vello”. El interés dramático no brota hasta el segundo tercio, un melodrama almodovariano en el que reina Blanca Apilánez, que interpreta a Encarna Sánchez (añadan “presuntamente” a cada nuevo personaje) muy en la línea de la añorada Ana María Noé, llevándose la función sin competencia posible. Blanca Apilánez inyecta elegancia y verdad humana a un imposible rol de lesbiana celosísima con todos los clichés del género (mi preferido: la pasión gay por las antigüedades) pero intensamente enamorada, mientras que Eva Marciel parece seguir calzando en el modelo cándida paloma, como si fuera una criadita que acepta los avances de su señora por bondad de corazón, porque la vida es muy dura y porque no le queda otro remedio.
Parece que hoy, en nuestra televisión, solo hay espacio para la casquería íntima
De repente, subtexto estentóreo (o brochazo de incomensurable mala leche, a elegir): cuando muere Encarna y la tonadillera canta La bien pagá, maridando a Juan de Orduña con cualquier tertuliano/a de Sálvame y similares. En ese segundo tercio aparece también (añadan adjetivo y comillas) María del Monte, interpretada por Lulú Palomares. Frase capital, que el personaje espeta muy mexicanamente, con moño y al pie de una escalera de caracol, como está mandado: “¡Tú solo nos utilizas y luego nos abandonas!”. Renovado pasmo del espectador desavisado, porque hasta entonces la tonadillera tan solo parecía haberla utilizado para ir a perder juntas al casino y tomar unas cervecitas en un Museo del Jamón.
En el tercer tercio, que en puridad es un epílogo anticipador de males mayores, se ha producido una extraña mutación, anunciada por la fatídica copla. La cándida paloma parece dispuesta a convertir Marbella en su tablero de Monopoly: habla en susurros ofídicos, lleva perversas gafas negras y solo le falta que le pinten el signo del dólar en cada lente. También, y esto es a mi juicio lo más enojoso, tenemos que hacer un enorme esfuerzo para recordar que esta Isabel Pantoja es artista, y de las buenas: las contadas veces que aparece en el escenario tiene un aire de icono irreal, como una modelo exangüe en una pasarela lunar, sin un átomo de la fuerza y el desgarro de la original. Desde el punto de vista técnico, Mi gitana está muy competentemente realizada.
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