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Agua lleva

David Trueba

Cuando creíamos que el referendo popular sobre la privatización del agua en Madrid iba a pasar desapercibido, entre el cansancio de unos ante tantas causas perdidas y el desprecio de los que ignoran todo consenso, vino la desmesura periodística a salvar el asunto. Como siempre el encono por aplastar al opuesto refuerza sus argumentos. Algo sucio tienen que estar tramando para echar tanta madera al fuego. Acusar a uno de los promotores del referendo de ser un terrateniente venía a sonar como esa foto de denuncia de unos sindicalistas tomándose unas cañas.

Un terrateniente detrás de la protesta contra la privatización del agua llevaba el conflicto al territorio turbio de los naranjales y la política de riegos, que sirvió de fondo a Chinatown, la película sobre la impunidad del mal que Polanski rodó en Los Ángeles. Al parecer el terrateniente tenía unas hectáreas heredadas y a lo que se dedicaba, en realidad, era a la proscrita tarea de profesor de instituto. Pero enfangar a todos en esa polémica es ya un éxito de quienes la provocan. Lo interesante es apreciar la rigurosa exigencia mediática contra cualquiera que se posicione contra el poder. No se investiga con lupa el proceso de privatización, sino la vida personal y las rentas de quienes plantean que esta sea una decisión colectiva, que haya un mínimo rigor tras la glotonería de la privatización.

La búsqueda constante de las contradicciones de una persona progresista son habituales. Se reprocha a cualquiera que se signifique si tiene éxito profesional, si tiene dinero ahorrado o una casa con vistas. Con lo fácil que es, si alguien quiere buscar contradicciones de verdad, que se dé un paseo por el estado Vaticano, alzado sobre las virtudes de la pobreza. No esconde nada reprobable ser rentista y estar preocupado por los pensionistas sin recursos, ni tampoco ser empresario y preocuparse por las condiciones laborales de los trabajadores, ni ser padre de familia numerosa y estar a favor del derecho al aborto. Ser reaccionario no tendría que ser una obligación para la gente con dinero. Tampoco para un periodista tendría que ser lo fundamental desprestigiar a quien se opone a tus ideas. En esta democracia de parvulario queremos hacer florecer la tolerancia. Habrá que perseverar.

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