La ficción inglesa aspira al trono
Las series británicas ya no inspiran a las estadounidenses, compiten con ellas
Lo de la televisión inglesa es digno de estudio y –probablemente- una perfecta excusa para una tesis doctoral. Si hasta hace una década el panorama catódico anglosajón aparecía monopolizado por los aires que llegaban del otro lado del Atlántico en el tiempo que ha transcurrido desde el inicio del s.XXI hasta ahora los hijos de la Gran Bretaña se han propuesto demostrar que cuando se habla de ficción catódica ellos son capaces de competir con quien les venga en gana.
Ricky Gervais fue el primero en sugerir que el Reino Unido gozaba de un estatus propio a la hora de plantear nuevos formatos televisivos cuando se inventó The office. Luego HBO empezó a coproducir series con la BBC inglesa y los ejecutivos americanos empezaron a escrutar las islas buscando oro. Después llegaría el remake de The office, la mudanza de los chiflados de Little Britain a Estados Unidos, la (re)interpretación de Shameless a los códigos estadounidenses, la traslación al cine de la fabulosa mini-serie State of play (protagonizada por Russell Crowe), Episodes, la invención de Misfits, el exitazo de Inbetweeners… no había género que se les resistiese o muralla que no pudieran tumbar. Las razones son variadas pero algunas son fácilmente identificables: en primer lugar el bagaje cultural de los nativos involucrados, criados en el amor al teatro clásico, a la literatura de altos vuelos y al cine de impacto social. En segundo lugar su desinhibición natural y la obsesión por arriesgar a lo cual se une una –asombrosa- disposición de las cadenas (incluida la pública, la estupenda BBC) a experimentar, a retar al público, a saltarse los convencionalismos.
Si a eso sumamos una generación de cómicos, actores y guionistas que no tiene parangón en ningún otro país (y que va de Stephen Merchant a Matt Lucas, pasando por Stephen Mofatt, Neil Cross, Hugo Blick, Paul Abbott o –como no- Ricky Gervais) y a un mercado que necesita transfusiones a diario para seguir siendo competitivo nos daremos de narices con el perfecto coctel para el éxito: un cóctel imbatible.
El resultado de todo este batiburrillo de elementos es una suerte de invasión británica personificada en series como Sherlock (vendida ya a todo el mundo; en España en TNT), Luther (que ha conseguido que a Idris Elba le dieron los premios que le negaron por The wire; en España en AXN) o Black mirror (también en TNT en abril). Este último se ha convertido en la quintaesencia del modus operandi ingles a la hora de afrontar algo a priori tan liviano como la caja tonta: arranca con el primer ministro del país en una situación algo comprometida, ya que debe perpetrar un acto sexual con un animal, un cerdo para ser precisos, ante la mirada de toda la nación, en riguroso directo. Resulta difícil de imaginar que algún creador en alguna otra parte del planeta (incluida Estados Unidos) se atreviera a entrar por la puerta de un canal, llámese x o z, con tamaño precepto. Pero Charlie Brooker, creador de aquella rareza llamada Dead set (un Gran Hermano con zombies) no solo se plantó en el Channel 4 con esa idea sino que encima la vendió, la rodó y la enseñó a todo el país con notable éxito de público y crítica y sin que nadie se rasgara las vestiduras.
Eso demuestra que por encima de todo lo dicho anteriormente existe otro factor (que no es coyuntural) y es la madurez del espectador británico, abierto a toda clase de propuestas y absolutamente activo a la hora de juzgar lo que ven en la intimidad de sus casas. Por supuesto, la televisión británica también sufre mediocridades y productos de medio pelo pero lo cierto es que no hay ninguna otra nación en el mundo tan ambiciosa con su ficción y tan consciente de lo importante que es invertir esfuerzo (y dinero) en internacionalizar el talento local. Cierto, el hablar la lengua de Hollywood y sus satélites también ayuda pero de nada serviría eso si los que manejan el meollo en el Reino Unido no pusieran toda la carne en el asador cada vez que pusieran sus manos en una serie: ningún género sin tocar, ningún timbre sin llamar, ningún tabú que no pueda ser abordado. En esto, como en muchas otras cosas, las comparaciones las carga el diablo.
Series británicas imprescindibles
'The shadow line': una deliciosa vuelta de tuerca a las series policiacas, nada de ficción autoconclusiva ni tramas inofensivas de final feliz, tan solo una historia implacable con un policía amnésico y un villano de altura.
'Black mirror': Google, Twitter, Facebool, el capitalismo, la sociedad de consumo… todo cabe en la batidora de Charlie Brooker, un hombre que para muchos es ya el nuevo gurú de la ficción británica. Una mini-serie tan salvaje que cuesta creer que exista.
'Sherlock': la revisión de matrícula de honor del mito inglés por excelencia. Una experiencia fascinante capaz de encajar el personaje de Conan Doyle con el ajetreo propio del SXXI como si fuera algo completamente natural.
'Luther': un Colombo negro de dos metros de altura con una tormenta interior de muy señor mío y unos amigos poco adecuados. Añádasele una –superlativa- galería de maniacos y tenemos una serie de culto.
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