Antonella Broglia, activista: “La ultraderecha tiene una desfachatez mayor”
La publicista y comunicadora dejó esa industria para aplicar sus herramientas al activismo climático


Antonella Broglia es un torrente de energía en acción. Con un carrerón en publicidad, donde llegó a ser directora o CEO de grandes empresas, un día abandonó todo para saltar al activismo: del clima, la comunicación, el emprendimiento o la innovación. Italiana nacida en Módena en 1959 y doctora en Derecho, hoy aplica lo que aprendió a las causas que abraza. Ha pedido un capuchino, pero pone tal pasión al hablar que ni lo prueba.
Pregunta. ¿Qué hace una italiana como usted en un sitio como este?
Respuesta. Fue inesperado. Me enviaron por tres meses en 1988 cuando trabajaba en publicidad y al aterrizar sentí que algo aquí me pertenecía, una luz maravillosa, una sensación de oportunidad, un confort inmediato. Y me quedé. Aquí he podido hacer lo que he querido, levantar las ideas que me interesaban, transformarlas en proyectos y vivir grandes amores.
P. ¿Por qué saltó de la publicidad al activismo del clima?
R. Soy comunicadora, que también es una forma de activismo, porque exponer los temas en palabras delante de las personas lo es. La publicidad era increíble en esa época, el lugar donde todo el mundo quería trabajar: los mejores directores de arte, escritores, pensadores, planificadores estratégicos, gente que sabía transformar las ideas, era muy artístico. Pero cayó en picado.
P. ¿Se pinchó una burbuja?
R. Por supuesto. Esa industria no supo qué hacer cuando intervino la comunicación digital, que lo subvirtió todo. Además, llegó Belo Horizonte, las marchas del clima, el mundo empezó a ver las cosas de otra manera, la injusticia planetaria estaba ante nuestros ojos y construir unas zapatillas de mil euros era una aberración. Las primeras grandes marchas ecologistas me cambiaron completamente. Leí No Logo de Naomi Klein y pensé que estaba en el lado equivocado, trabajando para que la gente comprara más de aquello cuya fabricación estaba depauperándonos a todos. Y lo dejé, un día cogí la bici y dejé la oficina de Saatchi & Saatchi en plaza Santa Ana, saludé a mis colegas que me miraban desde la ventana y me fui. Stop. Acababa de conocer las charlas Ted, charlas transformadoras en que se hablaba de grandes ideas progresistas. Cogí la licencia de Madrid y empezamos a poner en escenario voces diferentes.
P. ¿Madrid seguía siendo la ciudad que la cautivó?
R. Era 2011, 2012 y esta ciudad estaba en un momento de cambio y enorme ilusión. ¿Se acuerda? Y me dije: vamos a poner en escena a estas personas que están transformando gobiernos locales, hablando de consultas ciudadanas, el 15M, tecnologías abiertas, media lab… Personas que no se conocían se reunían para ver cómo mejorar sus barrios, sus casas, el medio ambiente, y en esa ola empecé a darme cuenta de que la comunicación era una herramienta para acelerar estos fenómenos.
P. ¿Cómo evalúa la publicidad que se hace hoy?
R. Hay grandes creativos individuales en medios a alto nivel como Adidas o Nike y luego está lo digital. Hoy ya no tengo que pensar si un anuncio es bueno o malo. Es más importante que un ordenador pruebe 70 anuncios a ver cuál es el mejor que el genio de una persona.
P. Nos hemos convertido en datos.
R. Somos datos, el nuevo petróleo, somos recursos naturales, no solo en publicidad: el monitor de bebé, la freidora de aire o el móvil están tomando tus datos y miden tu consumo para proponerte venta cruzada. ¿Es bueno o malo? No imagino una civilización que deja el móvil y no sé si la quiero, lo que quiero es decidir yo qué hacer con el dato. ¿Qué pasaría si hiciéramos una cooperativa de gestión de datos? ¿Te imaginas que en lugar de venderlo a freidoras se pudiera usar para algo positivo? Ya sé que es un impensable, pero conviene pensarlo.
P. Usted enseña a dar charlas. ¿En España sabemos darlas?
R. Lo que no sabemos es pensar en las charlas como algo funcional y lo son, tal y como se ven en el mundo anglosajón. Una charla no es buena o mala, sino un ejercicio funcional para lograr lo que me he propuesto. Si sé para qué la doy, estudio los argumentos que me permitan convencer y lo consigo es una buena charla.

P. ¿Y aquí lo conseguimos?
R. Aquí no nos preparamos. Todos sabemos hablar, nadie tiene problema en esta cafetería en hablar con nadie, hace cientos de años nos sentábamos por la noche a hablar de la experiencia de la caza o la pesca. La cuestión es: ¿cuál es el propósito?, ¿qué quiero lograr? Si nos preparáramos más, seríamos tan buenos como cualquiera.
P. ¿Los mejores?
R. Al Gore, que traslada esperanza además de problemas. Ken Robinson, que nos enseñó otra manera de enseñar y escuchar la cabeza de un niño mientras sabía usar el humor. En España, Eva Saldaña, la presidenta de Greenpeace, que sabe presentar un futuro posible. Los buenos nunca improvisan.
P. ¿El principal consejo?
R. Asumir que hay que prepararlo como un concierto de violín. Con mis alumnos trabajo con post-it, nunca con Word, los cambiamos de sitio como ladrillos lego y así la charla puede cambiar. Tienes que dar oportunidad de cambiar de sitio las ideas para ver cuál es el mejor flujo. Luego viene la grabadora. El post-it y la grabadora son las únicas herramientas.
P. El clima es su gran campo de batalla y el gran tema de sus charlas. ¿Los individuos podemos luchar sin los Estados?
R. No. Obviamente hay que saber lo que compras, lo que comes, cómo vas al trabajo y mejor tener placas solares. Es parte de esta conciencia. Pero el poder enorme del individuo es la marcha pública, pedir cambios de leyes, de corporaciones y manifestarse como sociedad. La culpa no es del individuo.
P. Desde el punto de vista de la comunicación: ¿Por qué triunfan ideas de ultraderecha?
R. Para mí hay un hambre de autenticidad, de que alguien hable como tú, y la gente no la encuentra. Los políticos dicen lo que esperas que digan en una pérdida de oportunidad constante, cuando deberían poner su verdad encima de la mesa: ¿Por qué estás en política? ¿Quieres hacer un mundo mejor? ¿Cómo me convences? Algunos tienen un trato más personal, hablan desde su sensibilidad, como Gabriel Rufián, pero es un caso bastante aislado. Como políticos deben venderme una versión de la verdad para que yo la compre. Muchos han tenido escritores, desde Luther King a Kennedy o Obama, pero se sentaban durante días para crear juntos. Echo de menos una conexión más auténtica entre la persona y las cosas que dice, pero se parapetan siempre detrás de frases hechas independientemente de la verdad.
P. ¿Y la ultraderecha es más auténtica?
R. Tiene una desfachatez mayor con discursos más arriesgados, radicales, directos, desafiantes, sin intelectualismos, con un grandísimo atrevimiento. Sus ideas conectan con los problemas de la gente, con chicos varones que se sienten desplazados, con personas que han perdido el trabajo, con los que no entienden la transición ecológica. Y luego está la pertenencia: un artista de EE UU se infiltró en un grupo ultra que estaba convencido de que los pájaros de las ciudades son drones para espiarnos y se dio cuenta de que eso no era lo importante para esa gente, sino sentarse con otras personas con las que hablar. Así de simple.
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