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Victorino Ruiz de Azúa, el guardameta de la redacción

El periodista, que desarrolló gran parte de su carrera en EL PAÍS, ha fallecido a los 69 años en Madrid

El periodista Victorino Ruiz de Azúa.
El periodista Victorino Ruiz de Azúa.
Francesco Manetto

La voz anunciaba su llegada, cada día, de domingo a jueves. “Buenas tardes”. Victorino Ruiz de Azúa repetía el saludo tres veces: al entrar a la sala central de la redacción de EL PAÍS, a medio camino y antes de sentarse a su mesa. El timbre, rotundo y sin titubeos, anticipaba que la cosa iba en serio. El cierre de un periódico es un momento decisivo de la rutina informativa y lo era aún más cuando los diarios impresos eran la foto fija de una jornada y la integración con las ediciones digitales todavía daba sus primeros pasos. El responsable de esa liturgia cotidiana ha fallecido este sábado a los 69 años.

Su trabajo se parecía en última instancia al de un portero en la final de un Mundial. Evitar los goles, que en un medio de comunicación son los descuidos, los textos y titulares imprecisos o de difícil comprensión, las noticias de última hora pasadas por alto o la lentitud. De ocho de la tarde a diez de la noche no había margen para el error y eso entrañaba una serie de premisas: a esa hora se aparcaban las perífrasis y las instrucciones no admitían réplicas. A veces resonaban las voces. “Mal y empeorando”, zanjaba cuando alguien le preguntaba cómo estaba.

El talante marcial de esos momentos, sin embargo, tenía su recompensa: verle trabajar era en sí una clase de periodismo y Victorino, un maestro ingenioso, atento y generoso que siempre quiso y defendió a la redacción, pese a la multitud de regaños que repartía cada día. Antes de ser un formidable redactor jefe de Cierre de EL PAÍS, Ruiz de Azúa fue delegado en el País Vasco, jefe de local en Madrid, corresponsal político y subdirector de Cinco Días. Nacido en Burgos en 1952, estudió en Sevilla y a veces, ya entrada la madrugada, recordaba algún episodio de su pasado o revelaba alguna pasión. Su compromiso contra la dictadura, la militancia antifranquista, su querencia por los cantautores en euskera, la cultura francófona y la historia del carlismo.

Cuando la actualidad lo permitía, se concedía alguna licencia y conversaba con los redactores más jóvenes de la mesa o encargados del cierre de alguna sección. Una noche, Álvaro de Cózar le señaló una errata al final de un texto de uno de los periódicos de la competencia, que solían llegar pasadas las doce de la noche. Victorino llamó, pidió hablar con su homólogo y se presentó. “Mire, uno de mis redactores ha llegado hasta el final de un texto de su diario”. Silencio. “Sí, a mí también me sorprende, el caso es que vio una errata”.

En torno a Ruiz de Azúa se creó, durante esos años, una pequeña mitología. Hay una generación de periodistas marcada por sus enseñanzas, sus broncas, sus frases y sus rutinas. Como la llamada que cerraba cada jornada, al filo de las tres. Levantaba el teléfono para hablar con el jefe de producción y enlace con las rotativas: “José Luis, el que quiera que se quede”.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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