Gil Albors, entre la radio y el teatro
Vivió absorto en medio de una Valencia que un siglo antes había vibrado con el teatro popular, pero que no supo adaptarse a la modernidad.
Hacia finales de los cuarenta Gil Albors jugaba en primera división como portero titular del Alcoiano y estuvo a punto de morir como consecuencia de la patada fortuita de un delantero que le perforó el colon. Le salvaron en un hospital de sangre polaco que las Brigadas Internacionales habían abandonado íntegramente en Albaida, pero ya no pudo volver a jugar. Entonces se reunió con su madre en Valencia y entró a trabajar en La Voz de Levante, donde pasó más de veinte años redactando guiones y diálogos de locutores. Esta práctica diaria tan intensa le soltó la mano, y escribir diálogos era para él coser y cantar. La radio fue su cámara de maduración. Hombre de radio, en la transición fue director regional de Radio Cadena. Y hombre de teatro, entre 1973 y 1976 dirigió el Teatro Nacional de la Princesa y los Festivales de España en Valencia.
En 1982 el empresario Luis Suñer le contrató para montar y dirigir la red de emisoras de Radio Color. Después de esa aventura fallida se hizo cargo del gabinete de prensa del Colegio Oficial de Médicos de Valencia. Cuando en 1996 el consejero Fernando Villalonga cesó al estrambótico Manuel Ángel Conejero como director artístico de Teatros de la Generalitat, recurrió a Gil Albors para que le sustituyera y calmara las turbulencias que se habían producido en el sector. De carácter afable y diplomático, Gil Albors hizo una gestión correcta, se ajustó al presupuesto, puso orden en el caos e impuso un código de buenas prácticas basadas en la honradez y el sentido común.
A pesar de todo, no tenía vocación de gestor. Por el contrario, llevaba dentro del veneno del teatro y había montado unos cuantos centenares de obras en la radio. La profesión le despertó la afición, y aprendió a dominar la carpintería teatral y a emplear recursos dramáticos para mantener el interés del público. En 1954 había estrenado en el Eslava su primera obra, Por aquella noche en París. En un concurso para autores noveles, en 1959 quedó finalista −ex aequo con Vicente Aranda, futuro director de cine− con Pobres gentes, que se estrenó en el Talía, el Teatro de la Casa de los Obreros. El mismo año, en el Teatro Circo de Alcoy La Cazuela montó Al-Azrach, el caudillo andalusí en que se basa la fiesta de moros y cristianos. En 1960 estrenó en el Teatro Principal de Valencia una de sus piezas fundamentales, El tótem en la arena, obra de la que arranca todo su teatro, que se mantuvo un mes en cartel. Después el TEU [Teatro Español Universitario] la produjo y la movió por toda la geografía valenciana. Ana Mariscal, una de sus actrices predilectas, la representó también por el resto de España.
Entre los escritores valencianos que integraron la generación perdida de posguerra, Gil Albors fue el mejor autor teatral en medio de aquel desierto. Muchos de los colegas de aquella época no pasaron de escribir una o dos obras que pasaron prácticamente sin pena ni gloria, porque no dejaba de ser teatro de aficionados. Las salas buenas apostaban por el teatro comercial de autores consagrados en castellano y en las que se representaban obras en valenciano, como el Ruzafa y el Alkázar, solo hacían teatro de zaragüelles y alguna astracanada de taquilla segura. El único local de Valencia donde se podía ver teatro europeo contemporáneo, traducido e interpretado por estudiantes, era el Teatro Club del SEU [Sindicato Español Universitario], que abrió en 1955 en la calle de las Comedias, donde se representaron por primera vez en Valencia obras de Ionesco, Sartre, O’Neill, Cocteau o Camus. Otros locales de aficionados de teatro moderno eran el Ateneo Mercantil y Lo Rat Penat.
A comienzos de los sesenta muchos actores emigraron a Madrid y Valencia se quedó vacía; solo hay que recordar algunos nombres de la diáspora como Ismael Merlo, Lola Cardona, Vicente Parra, Elisa Ramírez, Queta Claver, Antonio Ferrandis, Lola Gaos, Maria Fernanda d’Ocon o Pedro del Río, entre otros.
A los pocos autores teatrales que se planteaban escribir en valenciano −Martí Domínguez, Paco Burguera o el mismo Gil Albors−, les animaban personas como Joan Senent, un mecenas de la cultura valenciana que instituyó un premio con su nombre que concedía la Caja de Ahorros de Valencia y que en 1963 se otorgó a Barracón 62, la obra de Gil Albors que permite imaginar cómo habría podido evolucionar el teatro valenciano moderno si no se hubiera extraviado como consecuencia del desaprovechamiento de la generación perdida.
Barracón 62 se estrenó en el Ateneo Mercantil en 1969 fuera del circuito comercial, y todavía se representó en la sala Carme Teatro de Valencia en octubre de 2019. Es una propuesta teatral premonitoria en la que se tratan los temas de la libertad y de la condición humana, y que significó la incorporación del teatro existencialista a la escena valenciana, hecho entonces insólito, aunque su influencia fue imperceptible.
Gil Albors vivió absorto en medio de una Valencia que un siglo antes había vibrado con el teatro popular, pero que no supo adaptarse a la modernidad. Fiel a su vocación, el hombre de la radio construyó un puente teatral capaz de mantener viva la voz de los autores valencianos. Entre sus obras, él destacaba un grupo reducido que había escrito al dictado de la inspiración y de su conciencia: El tótem en la arena (1960), Oseas (1961), La barca de Caronte (1962), Barracón 62 (1963), ¡Grita, Galileo! (1965), El camaleón (1965), Un cerebro con tic-tac (1966) y El cubil (1969).
Desde 1997 era vocal de la Asociación Nacional de Autores de Teatro y desde su creación hasta 2015 fue miembro de la Academia Valenciana de la Lengua, institución en que se distinguió por su carácter cordial, respetuoso y facilitador de conformidades. En 2008 recibió el Premio de las Letras Valencianas como colofón a una vasta y original producción teatral característica de su época.
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