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Crónica
Texto informativo con interpretación

El tobogán de Estepona

La crisis entre ERC y JxCat es irrecuperable, lo cual no significa que no vayan a tener que gobernar juntos de nuevo

Manel Lucas Giralt
El presidente del Parlament, Roger Torrent, en la reunión de la mesa.
El presidente del Parlament, Roger Torrent, en la reunión de la mesa. Albert Garcia (EL PAÍS)

El presidente de Parlament, Roger Torrent, suele mostrar un gran aplomo y una inquebrantable seguridad ejerciendo el cargo. Ayuda a ello su porte impecable y su voz pausada y grave. Si yo fuera diputado, me sentiría tranquilo por su capacidad de aplicar el reglamento. Incluso sin pertenecer a su grupo parlamentario. Hablo de conducir conociendo las normas de tráfico.

Por eso, al detectar, por un gesto y una pausa, que le sobrevenía un instante de desorientación, me alarmé, y vi con claridad que la pendiente por la que se desliza esta legislatura es más pronunciada que el tobogán de Estepona.

No entro en detalles porque serían ininteligibles —lo eran para bastantes diputados y diputadas—, pero en un momento de la tarde, el portavoz de Junts per Catalunya, Albert Batet, le argumentó que debería suspender el pleno. Torrent, como digo, hizo una pausa, miró papeles, trató de decir algo. En ese momento parecía un árbitro solicitando el VAR. En seguida se repuso y anunció una parada momentánea para reunir a la mesa. Pero incluso eso sonó como si pidiera el comodín del público.

El pleno se suspendió, y era ya la tercera vez en una hora y media. Se reanudó para dos votaciones, y murió definitivamente antes de cumplir todo el orden del día. No sé si ustedes se han quedado alguna vez sin gasolina en el coche, de tanto apurar. Yo sí. Les cuento: los momentos antes del parón total, el motor da unas señales de ahogo, interrumpiéndose, jadeando, como si tosiera. Bien, eso es lo que me ha parecido este pleno intermitente. Los instantes previos al colapso total.

La legislatura está muerta y sólo falta certificarlo. La crisis entre ERC y JxCat es irrecuperable (lo cual no significa que no vayan a tener que gobernar juntos de nuevo, según lo que diga la aritmética futura, pero bueno, llevan años así). Hoy por hoy, no se puede detectar ni un ápice de confianza mutua. Ya se encargó Junts per Catalunya de evidenciarlo con el rito de las entradas y salidas del hemiciclo: los consejeros de ese partido entraron cuando Torrent ya llevaba dos minutos hablando, después se ausentó todo el grupo, más tarde anunciaron que no iban a votar si no podía votar Quim Torra (sin acta de diputado)… Y si en el hemiciclo hay escenificación del divorcio, en los pasillos ya no hay paños calientes contra el adversario. Perdón, quise decir contra el socio de Gobierno.

A estas alturas, el pendrive del consejero de Economia Pere Aragonés con los presupuestos de la Generalitat lleva camino de no conectarse jamás a ningún ordenador, y la bucólica imagen del acuerdo Govern-Comunes de la semana pasada parece hoy una foto sepia de antes de la guerra (la expresión se refiere a la Guerra Civil, no a la metafórica entre indepes). Todo indica que sólo falta decir cuándo serán las elecciones.

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Eso es lo que hoy está en juego, mal que le pese a Ciudadanos, que trató de llamar la atención, una vez más, con preocupante infantilismo -gritando “¡delincuente!” a Torra-y sólo logró ser la guinda ridícula de un pleno ya de por sí bastante friki. Se diría que han entendido que el fin de la legislatura no les es favorable, y apuran sus últimas opciones de primeros planos.

Lo más triste de todo es caer en la cuenta de que la fractura no ha llegado por una discrepancia de fondo en la gestión gubernamental, sino que ha bastado la cuña introducida por un órgano de exagerado y sobrevenido protagonismo, la Junta Electoral Central, ejerciendo un poder jamás antes imaginado. Y por una pancarta.

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