El programa Escola Nova 21 llega a su fin pidiendo más implicación de la Generalitat
La iniciativa ha sumado más de 500 centros escolares para lograr modernizar los métodos educativos
El programa Escola Nova 21 nació en enero de 2016 ya con data de caducidad: tres años. En ese tiempo se proponían ser un motor de cambio y provocar una oleada de renovación pedagógica que ya no fuera posible de parar. A punto de cumplirse esos tres años, sus promotores hacen una valoración positiva de la experiencia, pero admiten que se quedan con la incertidumbre de qué va a pasar con el trabajo realizado durante este tiempo. “Hemos ayudado y acompañado a las escuelas que querían hacer el cambio, pero esto no puede quedar así, alguien tiene que continuar con la formación a los profesores y el resto de tareas. Tememos que nadie nos coja el relevo”, asegura su responsable, Eduard Vallory. El consejero de Educación, Josep Bargalló, le respondió este miércoles, durante el acto de clausura del programa, asegurando que cogía el guante del proyecto, aunque admitió que el proceso de transformación “es difícil” por la existencia de 5.000 centros.
Escola Nova 21 baja la persiana tras remover los cimientos del actual sistema educativo para caminar hacia un modelo basado en cuatro pilares: qué deben aprender los alumnos, cómo lo aprenden (más creatividad, experimentación y emociones y menos memorizar conocimientos), que la evaluación no sea sancionadora y que la organización de la escuela se rompa para dejar de estar compartimentada y permita la relación entre el profesorado.
Pero el programa –impulsado y financiado por Unesco Cataluña, la fundación Jaume Bofill, la Diputación de Barcelona, la Universitat Oberta de Catalunya y la fundación LaCaixa- no es el iniciador de estos cambios educativos. Antes de su existencia muchas escuelas ya decidieron experimentar y desarrollar métodos más innovadores alejados de las clases magistrales en que el profesor es el centro. “Se hablaba mucho de la innovación, pero no acababa de despegar. Nuestro objetivo era poner medidas para hacerla efectiva”, apunta Vallory. Escola Nova 21 ha agrupado estas escuelas pioneras en lo que ha denominado centros impulsores, unos 25 en toda Cataluña, que son los que han servido de modelo para extender la renovación en el resto de centros que se han interesado en ello: 525. Pero el programa no ha logrado dar una cobertura completa a todos ellos –Vallory admite que la cifra ha superado las previsiones- y solo han realizado un acompañamiento cercano a 30 centros, mientras que en el resto se han centrado en la orientación y el asesoramiento.
El instituto escuela Àngela Bransuela de Mataró forma parte de esa treintena de centros que Escola Nova 21 llama “muestra representativa”, que durante los tres últimos años han llevado a cabo cambios en su metodología. Àngels López, secretaria del equipo directivo y directora cuando hace tres años se inició el programa, explica que la escuela ya había empezado a aplicar algunas mejoras por iniciativa propia, pero que el hecho de pertenecer a la red de Escola Nova 21 “ha sido un impulso” para desarrollar los cambios. Especialmente valora la posibilidad de intercambiar experiencias con profesores de otros centros para adaptar aquellas ideas que creen que pueden funcionar. “Los centros acostumbramos a quedar aislados y este tipo de intercambios es enriquecedor y te ayuda a crear comunidad”, admite López.
En este tiempo, la Àngela Bransuela ha aprovechado los amplios espacios de sus instalaciones para poner mesas y sofás en los pasillos para crear nuevos espacios de trabajo. También han fomentado el trabajo cooperativo y ha mejorado la calidad de los trabajos por proyectos, abunda López. Además han roto el tradicional horario de clases de 45 minutos para doblar su duración. “Esto te permite dar un buen inicio a la actividad y cerrarla con una reflexión del alumnado”, añade la docente. Un método que repiten en el esquema semanal. “Iniciamos la semana con una reflexión del alumnado, planteando los objetivos de la semana, y el viernes valoramos las cosas que han aprendido. Esto te permite también resolver otros aspectos, como los problemas de convivencia, que en algún momento han sido habituales”, admite la exdirectora de este centro de alta complejidad. Precisamente el pararse a pensar es lo que López más valora de los cambios que se están produciendo en su centro. “Lo más valioso ha sido que el profesorado haya aprendido a reflexionar, que antes de hacer una cosa se pare y se pregunte por qué lo hace y de qué sirve”, remacha López.
El instituto escuela Pi del Burgar de Reus se encuentra entre los 494 centros que Escola Nova 21 ha asesorado, pero no ha monitorizado su transformación. Después de participar en las jornadas de formación y de intercambio de experiencias con otras escuelas, emprendieron un proceso en que profesores, alumnos y padres participaron en el diseño de cómo querían que fuera la escuela en un futuro cercano. “Esto nos ha dado información vital para ver que había que cambiar ciertas prácticas educativas demasiados tradicionales”, admite el jefe de estudios, Oriol Folgado. A partir de aquí, fulminaron la división por edades y mezclaron niveles. “Los alumnos de diferentes edades pueden aprender muchos unos de otros. En infantil los alumnos tienen libre circulación y pueden decidir en qué ambiente trabajan y con quién. Y en primaria y La profesora ya no es la que enseña, sino la que acompaña”, tercia Folgado. Aunque todavía es pronto para apreciar los resultados académicos, aseguran que sí han notado transformaciones. “Son cambios más emocionales, los alumnos están más felices y contentos en el aula. Y también permite llegar mejor a los alumnos con más dificultades de aprendizaje, y eso mejora la convivencia”, resume Folgado.
Como colofón a su trabajo, Escola Nova 21 ha hecho una evaluación para medir el grado de implantación de los cambios propuestos, como flexibilizar horarios, implantar el trabajo por proyectos, modificar espacios o cambiar la organización de los centros. Los responsables del programa se muestran satisfechos de los resultados porque aseguran que no hay diferencias apreciables entre tipos de centros (públicos y concertados, barrios acomodados y barrios populares). “Todo el sistema se puede cambiar”, sentencia Vallory. Pero también hay obstáculos en el camino. La auditoría ha detectado algunos, como la falta de formación del profesorado, presupuestos insuficientes y el relevo constante de profesores que da poca estabilidad a los centros y sus proyectos.
Vallory considera que, en estos momentos, la renovación pedagógica “ya no es una moda, sino una necesidad. La percepción social ha cambiado y ahora hay demanda de las familias”, pero reclama un acuerdo político global. “Los gobiernos cambian y esto no depende de un solo consejero”, añade.
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