El ritmo de Nueva Orleans hace temblar el Razzmatazz
La pionera y veterana Dirty Dozen Brass Band se muestra volcánica en el Barcelona Jazz Festival
Las calles de Nueva Orleans están completamente llenas de música, de todo tipo. Caminar por Faubourg Marigny es abrirse paso entre las músicas más dispares que surgen de todos los edificios. Pero entre todas, la música de las brass bands callejeras es la que mejor mantiene, y más alto, el espíritu de la ciudad. Estas bandas nacieron allí en una plaza en la que se reunían los esclavos y siglo y medio después siguen paseando por las calles una melodía muy similar a la de sus inicios pero contaminada, no podía ser de otra manera en Nueva Orleans, por todo lo que ha ido llegando a la ciudad. Y en ese mestizaje tan natural como imparable, la Dirty Dozen Brass Band tiene el mérito de ser la pionera que rompió unos esquemas antes algo acartonados acercándose al rhythm and blues, al soul, al funk y al rock. Eso fue hace 43 años y ahí siguen tan frescos y volcánicos como el primer día. Y lo demostraron en el Voll-Damm Barcelona Jazz Festival en un Razzmatazz cuyas paredes temblaron mientras nadie, absolutamente nadie en su interior, podía permanecer quieto.
Dirty Dozen Brass Band
FESTIVAL DE JAZZ DE BARCELONA
Barcelona Jazz Festival
Razzmatazz, 16 de noviembre de 2019
Imposible mantenerse impávido ante la avalancha de ritmo que desplegó el sexteto y que no paró durante más de hora y media.Tres de los fundadores de la banda siguen al pie del cañón, y nunca mejor dicho porque fue un verdadero cañonazo. El cuarto aún en activo se descolgó de la gira europea, pero tampoco se le echó en falta: cuando el torbellino es imparable no viene de un saxo sobre el escenario.Comenzaron fuerte y en segundos Razzmatazz ya bullía. La propuesta de la Dirty Dozen se basa en un ritmo agitado, sostenido por una tuba implacable, que incita indefectiblemente al baile. Sobre esa base rítmica que por si sola lo pone todo en movimiento, pueden sobrevolar tanto solos jazzísticos como apremiantes melodías funk; y todo siempre con la herencia africana de llamada-respuesta, que el público hizo suya integrándose en la fiesta.
El inicio de la velada discurrió por terrenos contemporáneos, incluyendo el Blackbird Special marca de la casa que va con ellos desde sus inicios, mucho gumbo, ese funk de Nueva Orleans en el que es imposible distinguir los ingredientes, y una constante incitación al baile. Ya en la recta final quisieron dejar claro sus orígenes y deslumbraron con un When the Saints tan clásico como frenético. Y todos la cantaron con ellos como si estuvieran desfilando por una calle de Tremé con una sombrilla de colores en la mano.
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