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OTRES
Columna
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Lo opaco y lo oculto

Qué significa la “visibilidad” en la era de la vigilancia y las políticas de visibilidad

Chenta Tsai Tseng
Un herido es trasladado por voluntarios durante las protestas en Hong Kong.
Un herido es trasladado por voluntarios durante las protestas en Hong Kong. Getty

Todos tenemos el derecho a la opacidad. Esto dice Édouard Glissant, novelista, poeta y ensayista francés. Este reclamo surgió como tema de conversación mientras esperábamos en la puerta del Zenith para entrar en Puñal Dorao, una fiesta cuatrimestral LGTBIQ+ de las artistas Alejandría Cinque y Cachorro Lozano, que nació en 2017 y lleva ya seis ediciones.

El tema de Édouard surgió a raíz de la noticia de la prohibición del uso de las máscaras a los manifestantes en Hong Kong, para así facilitar su identificación y su detención, lo que nos hizo cuestionar lo que significaba la “visibilidad” en la era de la vigilancia y las políticas de visibilidad. “Para visibles y cantosas estamos nosotras, que ni siquiera nos hemos molestado en venir acorde al dresscode”. Esa noche tocaba vestirse en plan “Marbella Vice”. Como suele ocurrir, Madrid te arrastra, de evento a evento. Veníamos del concierto que organizó Elefant Records en la Sala Caracol —tocaron Papá Topo, Nos Miran y Cabiria— y nos urgía poder ver a Tami Tamaki tocar a tiempo, y sobre todo, quitar el olor a Papizza de los dedos. Me resultaba muy gracioso hablar del derecho a la opacidad justo un día después de haber participado en una mesa hablando sobre la importancia de la visibilidad, sobre todo de personas no hegemónicas.

Reclamar el derecho a la opacidad, por lo que yo había entendido, surge como una estrategia de resistencia activa de que lo opaco no es lo oculto. Además, a veces es conveniente reflexionar el lugar donde se pretende hacer esta visibilización, ya que corres el riesgo de exponer vulnerabilidades sobre la comunidad que deberían de gestionarse internamente en vez de estar expuestas al público, porque puede tener efectos perjudiciales.

Como dice J. Mombaça, ensayista y performer racializada y marica no-binaria, “hacerse visibles también exige que estemos presentes en nuestra precariedad y en nuestra vulnerabilidad, que pueden servir para destruirnos. Vivo en un mundo que constantemente me recuerda que me quieren destruir. No es una paranoia, tiene que ver con caminar por la calle y ser mirada todo el tiempo, apuntada todo el tiempo”.

La visibilidad no solamente se ha de cuestionar en espacios físicos, sino en los espacios virtuales, en los que cada vez más estamos expuestos a la vigilancia y la vulneración de nuestra privacidad. Varios artistas han manifestado ese estado de vigilancia, como Zach Blas con sus máscaras amorfas que modeló a partir de los datos faciales agregados de varios participantes, para que las tecnologías biométricas de reconocimiento facial no pudieran detectarlos como rostros humanos. O Hito Steyerl y su videoinstalación Cómo no ser visto, del año 2013. Reclamar la opacidad por lo tanto no es rechazar la visibilidad per se sino aprender a construir múltiples dispositivos y decidir a quiénes queremos ser visibles y a quiénes no.

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