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FERIA DE JULIO

Emilio de Justo, pletórico, única oreja de la tarde

Román reapareció tras su gravísimo percance de Madrid

El diestro Emilio de Justo da un pase a su primer astado durante el tercer festejo de la Feria de Julio de València.
El diestro Emilio de Justo da un pase a su primer astado durante el tercer festejo de la Feria de Julio de València. EFE/Kai Försterling

Reapareció Román a los 48 días de su gravísimo percance en Las Ventas, y sus paisanos lo recibieron con honores de héroe. Le hicieron saludar tras el paseíllo e invitó a su compañero Emilio de Justo a compartir el momento. Y salió el toro.

No sirvió de nada la buena estocada que Emilio de Justo recetó al primero de la tarde. El toro no se rindió y el descabello fue para el torero casi un mundo insalvable. Se frustraba el final de una impecable labor de muleta. El de Montalvo, con cabeceo molesto en cada viaje, no estaba por entregarse en la muleta. Pero De Justo, desde el principio, gobernó el asunto. Mandó en todo momento en una faena de largos muletazos, para alcanzar momentos altos en el toreo al natural. Las dos últimas series, una a pies juntos y la otra a compás abierto, dejaron la faena cumplida y bien cumplida. Luego llegó el Vía Crucis con el descabello. Y adiós.

Montalvo / De Justo, Román

Toros de Montalvo, el cuarto como sobrero, de impecable presencia, bien armados. Manejables en general, excepto cuarto y sexto, de mal estilo.

Emilio de Justo: estocada, aviso, cinco descabellos, 2º aviso y cuatro descabellos más (palmas); buena estocada (oreja con petición de otra); dos pinchazos y estocada (vuelta al ruedo).

Román: aviso, dos pinchazos, media atravesada, 2º aviso, y tres descabellos (palmas); estocada habilidosa (silencio); tres pinchazos y dos descabellos (silencio).

Plaza de Valencia. 27 de julio. Tercera de Feria. Algo más de media.

La espada sí funcionó con el tercero, y de qué manera. Antes de la formidable estocada, el toro, sin rendirse del todo, tampoco presentó mayores problemas. Los doblones de inicio fueron un prólogo de torería contrastada. Consintiendo, ganando terreno al toro en cada momento, De Justo sacó partido como quiso, cuando quiso y por donde quiso. Con mayor esfuerzo y pelea por el lado derecho, con mayor rítmo por el pitón izquierdo. El clasicismo siempre por bandera y una notable distinción en la ultima serie al natural, a pies juntos y de frente.

Una seguridad pasmosa y un torero en plenitud en el quinto. Mucho ajuste en Emilio de Justo, tanto, que en algún trance pareció desplazado del embroque. Pero la profundidad como primera asignatura, y otra vez a consentir a un toro obligado a embestir por las buenas o por las malas. Y de nuevo al natural lo más logrado en faena muy trabajada. Una trincherilla con la mano izquierda, al final de faena, fue un verdadero cartel. Pero la espada frustró la puerta grande.

El segundo planteó sus problemas en banderillas y no pareció ser toro para esperar mucho. Román, dubitativo en principio fue cogiendo confianza poco a poco. Le costaba al toro y parecía que también le costaba a Román. Pero el valenciano se fue metiendo en harina. Cuando el de Montalvo hizo un amago por marcharse a tablas, Román pareció recomponer la situación y mostró ya una clara declaración de intenciones. Hubo pelea, sobre todo, pero también muletazos sueltos de buen porte. La casta de Román quedó demostrada. Pero a la hora de matar todo se diluyó. Este toro lo brindó Román al ministro en funciones José Luis Ábalos, que el público recibió con división de opiniones con más sonidos de pitos que de aplausos.

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La mole que hizo cuarto, sobrero por sustitución del titular, con 610 kilos manseó en varas y se puso a pensar más de la cuenta en banderillas. El peón Raúl Martí salvó la piel en dos ocasiones, gracias a dos providenciales quites, el segundo del sobresaliente Víctor Manuel Blázquez. Pero el de Montalvo gastó toda su munición en los dos primeros tercios y llegó al final como un marmolillo: ni para adelante ni para atrás. Román lo intentó, pero no había por donde salir airoso.

El que cerró la corrida presentó sus credenciales desde el principio: manso en varas, a cabezazo limpio con el peto, esperando en banderillas y de mal estilo en la muleta. Román tuvo que salvar los topetazos de un toro que se negó a cualquier pacto.

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