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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El papel de los estúpidos en la historia

Nuestra famosa 'rauxa' no deja de ser una forma muy catalana de la estupidez o de la locura universal, de consecuencias fatales para nuestra vida en común, ante la que se han levantado las mentes más inteligentes

Lluís Bassets
Josep Tarradellas y Josep Pla.
Josep Tarradellas y Josep Pla.

Raymond Aron se prometió a sí mismo, como coronación de su trayectoria intelectual, un ensayo sobre el papel de la estupidez en la historia. A su muerte en 1981 no lo había escrito. Lo hizo pocos años después, y en un estupendo modo sarcástico, el economista italiano Carlo Cipolla, también ya fallecido, con el título de Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Ambos pensaban en la estupidez referida a la política y en cierta forma a los políticos estúpidos, abundantes en todas las épocas aunque especialmente bien situados en puestos de responsabilidad en la nuestra.

La política exterior de Barack Obama, según reconocidos especialistas, se podría resumir en una sola frase: “No hagas estupideces”. En inglés es don’t do stupid stuff, aunque la literalidad de la expresión coloquial original del presidente es algo más colorista: “Don’t do stupid shit”, “no hagas mierda estúpida”. Además de definir el carácter reflexivo y deliberativo de su presidencia, con un método de toma de decisiones racional y pausado, el lema de Obama era una premonición, casi una profecía, de lo que luego ha sucedido en la Casa Blanca y con la política exterior de Estados Unidos bajo la batuta de Trump.

Lo supo enseguida el primer secretario de Estado de Trump, Rex Tillerson, que calificó de estúpido (fucking moron, es decir, “jodido estúpido”) al presidente en una fecha tan temprana como julio de 2017, a la salida de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional sobre las armas nucleares, ganándose así una destitución que tardó unos pocos meses en llegar.

No caben dudas sobre el inmenso papel de la estupidez en la historia universal, en la española en particular, y en la catalana más reciente, en la que su despliegue, en cuanto a personajes y actuaciones, ha llegado a un grado difícilmente superable. A los independentistas catalanes se les aplica una frase célebre y lapidaria, formulada al parecer por Abba Eban en 1973, entonces ministro de Exteriores de Israel, referida a los árabes y los palestinos: “No pierden nunca la oportunidad de perder una oportunidad”. Eban fue también un buen conocedor del papel de la estupidez en la vida política, como demuestra otra de sus sentencias, adaptable a nuestro caso: “La historia nos enseña que los hombres y las naciones solo actúan sabiamente una vez han agotado todas las otras alternativas”.

Estupidez o algo muy parecido es también la locura tal la caracteriza la historiadora americana Barbara Tuchman, en su célebre The March of Folly, en la que cifra los errores de los gobernantes en su capacidad de autoengaño y de interpretar erróneamente la realidad. La locura de Tuchman exige “nociones preconcebidas que permiten ignorar o rechazar todos los signos contrarios” y una “cabezonería que rechaza beneficiarse de la experiencia”, pero para calificarse como tal locura (o estupidez) hace falta que sus efectos “hayan sido percibidos como contraproductivos cuando todavía se estaba a tiempo de corregirlos”, que existan “alternativas disponibles al curso de acción tomado” y que esta política no sea el resultado de un dirigente loco, sino adoptada por el grupo y “persista más allá de una vida política”. ¿No les suena como tremendamente cercano y actual, a pesar de que se escribió en 1984 y para referirse a los errores, especialmente militares, del siglo XX?

La denuncia de la estupidez tiene también una brillante trayectoria entre nosotros. Y tiene su explicación: si aquí no fuera tan prolífica y tan tóxica no habría necesidad alguna de denunciarla. Son las épocas de plétora las que suscitan la reacción inteligente. Nuestra famosa rauxa no deja de ser una forma muy catalana de la estupidez o de la locura universal, de consecuencias fatales para nuestra vida en común, ante la que se han levantado las mentes más inteligentes del país en cuanto ha sido necesario reconstruir la convivencia. Si tuviera que citar a tres de los más brillantes combatientes contra la estupidez humana en su versión local, me saldrían espontáneamente los nombres de Josep Tarradellas, Josep Pla y Jaume Vicens Vives, causalmente reunidos ahora en el libro de reciente aparición L’hora de les decisions. Cartes 1950-1960. Josep Pla, Jaume Vicens Vives (Destino).

La obra de Pla es un monumento toda ella contra la estupidez. Vicens, junto a su monumental labor historiográfica y pedagógica, escribió un ensayo como Noticia de Cataluña dedicado a caracterizar y combatir la rauxa. Tarradellas es el sabio más práctico en este asunto. Su trayectoria política, en el gobierno, el exilio y luego con la Generalitat recuperada, es un combate permanente contra la estupidez. Los tres aparecen reunidos en este libro, solo inédito en parte, en el que destaca como documento de trascendencia histórica contra la estupidez catalana el Informe de Josep Pla sobre Tarradellas, en el que Vicens tiene un especial protagonismo como gran esperanza para el futuro de Cataluña. Aunque el informe fue publicado ya anteriormente (Josep Tarradellas. L'exili 2. 1954-1977, de Carles Santacana. Editorial Dau; y Amb el corrent de proa: Les vides polítiques de Jaume Vicens Vives' de Glòria Soler i Cristina Gatell, Quaderns Crema), esta nueva publicación merece la máxima atención, especialmente en momentos de desconcierto como los actuales, cuando se trata de superar una de las etapas probablemente más estúpidas de nuestra historia. Es una de las mejores lecturas catalanas para este verano.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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