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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Encadenados

Hubo un tiempo en el que el buen político era aquel que siguiendo la norma de Keynes cambiaba de posición de acuerdo al cambio de las circunstancias. Y a eso se le llamaba responsabilidad.

Josep Cuní
Albert Rivera comparece ante los medios en el Congreso, el martes.
Albert Rivera comparece ante los medios en el Congreso, el martes.ULY MARTÍN

Ya es aciaga casualidad que después de acusar a Pedro Sánchez de sembrar sectarismo Albert Rivera fuera hospitalizado por una gastroenteritis aguda. La coincidencia promocionó en Twitter una de sus recurrentes discusiones entre quienes bromearon y quienes lo vieron improcedente por tratarse de la salud personal. Debates éticos al margen, aceptemos que si el líder de Ciudadanos lo dijo, sus razones tendrá. Y éstas, fruto de su percepción o de su constatación, son tan subjetivas como lícitas. Le asiste además la misma libertad de expresión que a cualquiera de los catalanes que, recordando el nacimiento tanto de la formación como de su liderazgo, no se extrañan que de aquellos polvos iniciáticos surjan los lodos esparcidos por la política española.

Por lo acontecido desde aquella etapa hasta nuestros días, la autoridad moral de Rivera para recriminar a los demás atisbos de sectarismo es tan poco consistente como que el resto de líderes proyecte hacia él. A nuestros representantes difícilmente se les puede conceder hoy el plus de referencia ética para censurar nada a nadie. Todos arrastran su parte alícuota de responsabilidad que, añadida a la que nos corresponde a la ciudadanía, ayuda a entender por qué hemos caído tan bajo. Algo está pasando cuando todos coinciden en la alineación por la ingobernabilidad y el bloqueo y mantienen una claque que se lo aplaude. Lo indican las encuestas. Igual le pasa al independentismo y sus grupos de agitación y propaganda cuando se plantan ante las sedes de los partidos que tenían por propios para recriminarles pactos inadecuados con las circunstancias que les hicieron creer que concurrirían. Pero el destino es cruel y la hora de la verdad siempre llega con un espejo en la mano.

Hoy la política se hace más a través de Twitter que de charlas presenciales y propuestas parlamentarias

Así, el panorama nos muestra a la derecha contra la izquierda pero de manera evidente contra sí misma, a la izquierda contra la derecha pero especialmente contra sus propios postulados y al secesionismo contra el mundo empezando por el propio. Nada se sustenta ya ni en conceptos ideológicos, ni en paradigmas existenciales ni en otras legítimas aspiraciones que no sean las de optar o mantener las respectivas cuotas de poder y engaño. Por mucho que lo nieguen o intenten disimularlo. Tensaron tanto la cuerda, se obligaron tanto a mantener el pulso que ahora ni siquiera son capaces de ceder ante sus propias contradicciones. “No es no”, “líneas rojas” o “sí o sí” son algunos de los eslóganes convertidos en tendencias de difícil revisión que esclavizan a quienes las crean y obligan a quienes se las creen. Y de ahí la gran irresponsabilidad compartida. Unos, los políticos, por no querer asumir las consecuencias públicas que provocan sus posiciones privadas. Los otros, sus seguidores, por no verter sobre las consignas recibidas la imprescindible razón crítica que debería avanzarse a cualquier toma de posición. El resultado es pavoroso: las bases exigen coherencia y firmeza mientras amenazan a través de las redes sociales o se manifiestan en las calles arrebatadas por si a sus representantes se les ocurriera dar un paso atrás o hacer una concesión deshonrosa. Estos, y como respuesta, suben el listón de sus apuestas permanentes hasta poner en peligro la mesa de juego que es donde estamos.

No hace falta ser muy perspicaz para deducir que la complejidad cada día será de más difícil gestión

Hubo un tiempo en el que el buen político era aquel que siguiendo la norma de Keynes cambiaba de posición de acuerdo al cambio de las circunstancias. Adaptación elegante, lógica y necesaria del principio de Groucho Marx en Una noche en la ópera. Y a eso se le llamaba responsabilidad y se enmarcaba en la categoría de alta política. Y si bien es cierto que aquella escuela permitió grandes avances sociales y beneficiosas estabilidades económicas, también lo es que se abusó de la confianza que algunos confundieron con impunidad. Es incuestionable que los alumnos aventajados de aquellos viejos maestros han aprendido lo peor olvidando lo mejor. Entonces se sabía que existía una hemeroteca donde constaban todas las contradicciones pero se acudía poco a ella y cuando se hacía, el resultado merecía el descrédito por ser imprudente, tendencioso, maniqueo y desestabilizador. Hoy la política se hace más a través de Twitter que de charlas presenciales, de titulares mediáticos que desde propuestas parlamentarias. Por lo menos la política que transciende a la calle. La misma calle que está al acecho permanente y atenaza a sus representantes hasta secuestrarles la voluntad y la razón. Reconvertirlo no es fácil porque el poder de las redes que canalizan la amenaza no está en la crítica sino en el elogio envenenado. Una alabanza de la que se desprenderá el riesgo de decepción contra el cual nadie quiere estar vacunado.

No hace falta ser muy perspicaz para deducir que la complejidad cada día será de más difícil gestión. Vivimos encadenados y, como en el bolero, “el paso del dolor ha de encontrarnos de rodillas en la vida frente a frente. Y nada más”.

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