El protagonismo ‘in absentia’ de Vox
El partido de Abascal no participará finalmente en los debates electorales, pero estará muy presente. Durante toda la campaña se ha beneficiado de la estrategia crispadora de Casado y Rivera
Esta es una campaña electoral muy atípica. Iniciada de forma abrupta y partida por la mitad por las vacaciones de Semana Santa, una campaña que empieza con un 41% de los electores indecisos está llamada a alcanzar rápidamente un alto voltaje. Los candidatos saben que será decisiva para decantar voluntades y por eso se han lanzado a una batalla sin cuartel con la dificultad añadida de que tienen que pelear en diferentes frentes, pues casi todos tienen diversas fronteras que proteger de los otros partidos. La batalla se dirime en los medios y en las redes, por eso los dos debates a cuatro previstos para los días 22 y 23 van a ser decisivos.
Lo que más preocupa en los cuarteles generales de cada candidato es cómo plantear el debate. Todos arriesgan mucho. Por lo visto hasta ahora no es difícil prever una alianza entre Rivera y Casado para intentar acorralar a Pedro Sánchez. Iglesias necesitará también diferenciarse de las posiciones del PSOE para retener a sus electores, y Pedro Sánchez tendrá que defenderse de todos, pues es el que parte como ganador. La forma en que lo haga será determinante para el resultado.
Hasta ahora la estrategia desesperada de Casado y Rivera para evitar la fuga de votos a Vox ha llevado la campaña a un terreno inhóspito dominado por la ansiedad. Al comienzo de la campaña, Ciudadanos era el partido con mayor porcentaje de antiguos votantes indecisos: el 49%. El 12% de todos los indecisos de la encuesta del CIS dudaban entre Ciudadanos y PP, pero 10% entre Ciudadanos y PSOE, lo que explica el gran nerviosismo de Rivera. Más que hacer propuestas, Casado y Rivera han intentado colonizar el espacio público a base de exageraciones y falsedades. Las secciones de Fact cheking que han estrenado diversos medios para desenmascarar las mentiras constituye un esfuerzo loable, pero no ha evitado que lograran su propósito: dominar la conversación y enfangar.
Pedro Sánchez no ha tenido que esforzarse tanto. Le ha bastado con avivar el miedo a un gobierno de la derecha y mantener un tono presidencial para hacer resaltar el contraste entre su actitud conciliadora y la agresividad de sus contrincantes. Ellos, con sus exageraciones, le han hecho la campaña, especialmente ante quienes prefieren un enfoque de la política racional y constructivo. De momento no le ha ido mal. O al menos eso dicen las encuestas.
Pero el recurso a la agresividad no es solo una cuestión de estilos. No es casualidad que Vox apenas recurra a los medios convencionales para lanzar sus mensajes. Se dirige a sus posibles votantes directamente a través de portales afines. Tampoco polemiza con Ciudadanos o con el PP. Se limita a exponer propuestas retrógradas y provocadoras como la de permitir la tenencia de armas, desmantelar la Seguridad Social o rebajar 15 puntos el IRPF a las rentas más altas. Solo con el eco que provoca tiene suficiente. Sabe que, compitiendo en su terreno por el espacio de la derecha, Rivera y Casado trabajan para él.
Vox quiere hacerse con el electorado extremista que votaba a disgusto al PP porque le parecía demasiado blando. Es el votante que se manifestaba con la jerarquía eclesiástica contra el aborto o el matrimonio homosexual, el ultranacionalista español al que le irritan los otros nacionalismos o el resentido contra todo y contra todos porque no le gustan ni entiende los cambios de la modernidad. Pero Vox también se nutre de la antipolítica. Seduce a gente que no solía votar, esa que dice que todos los políticos son iguales, que todos roban y todos mienten, y esto lo arreglaba yo con dos hostias. Muchos sociólogos, entre ellos José Félix Tezanos, director del CIS, creen que hay un voto oculto a Vox que no se refleja en las encuestas. El partido de Abascal no participará finalmente en los debates electorales, pero estará muy presente.
Si los partidos de la derecha recurren tanto a la bronca y la descalificación es porque esperan algún resultado de ese tipo de estrategia. Por una parte, movilizar el segmento de sus votantes más rabiosamente militante. Y por otro, desmovilizar a quienes les disgusta que la política discurra por estos derroteros, muchos de ellos votantes de izquierda. El estilo de Cayetana Álvarez de Toledo, la cabeza de lista del PP por Barcelona, es el paradigma. Ella misma lo ha dicho: “He venido a provocar”. Muchos de quienes vieron el primer debate televisado se sintieron profundamente incómodos. Si alguien va solo a provocar, es difícil debatir. Lo que emerge no es un contraste de ideas, sino de invectivas, y eso provoca desánimo entre quienes se sienten hastiados por ese clima político y la movilización de quienes, por miedo o por malestar, quieren pegarle una patada al tablero.
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