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Sevilla, Málaga y Cádiz: Tres modelos de ciudad para el siglo XXI

Málaga amplía sus propias fronteras

La capital de la Costa del Sol busca diversificar el turismo por los barrios con nuevas infraestructuras que rebajen la saturación del centro histórico

Vista panoramica de la ciudad de Malaga desde GIbralfaro, con el museo Pompidou, el puerto y el Muelle Uno de fondo.
Vista panoramica de la ciudad de Malaga desde GIbralfaro, con el museo Pompidou, el puerto y el Muelle Uno de fondo. GARCÍA-SANTOS (El Pais)

Dos grupos de unas 50 personas cada uno pasean por calle Larios, que ejerce de Gran Vía de Málaga. Persiguen a unos amplios paraguas rojos, que los guías turísticos levantan como faros aunque brilla un imponente sol de invierno. Apenas son las 9 de la mañana y los visitantes acaban de llegar a la ciudad en uno de los enormes cruceros que casi cada día atracan en el puerto. Van camino del Museo Picasso, en cuya puerta ya hay quien espera a que den las diez, hora de apertura. La situación es similar en la Plaza de la Merced -donde un joven ejerce de cicerone y explica a través de un altavoz las peculiaridades del lugar- y en los alrededores del Teatro Romano.

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La escena se repite prácticamente todos los días. La capital de la Costa del Sol apostó por un crecimiento económico basado en un modelo turístico que tiene a la cultura como gran complemento al sol y playa. Y lo ha conseguido a la velocidad del rayo. Las cifras hablan por sí solas: Málaga cuenta hoy con casi 60.000 metros cuadrados de espacios expositivos, siete veces más que hace diez años y 130 veces más que en el año 1995, cuando apenas contaba con 457 metros cuadrados para muestras culturales. Son el gran atractivo para los más de 12.000 turistas que, según el Observatorio Turístico de Málaga, llegan cada día a la capital de la Costa del Sol. Es decir, 4,4 millones al año. Ocho veces su población.

La mayoría de ellos visita alguno de los 37 museos de la ciudad, casi todos en el centro histórico. De ello se han aprovechado multitud de restaurantes y negocios que satisfacen las demandas de los visitantes. Pero tras los focos de la gran rentabilidad económica -entre finales de octubre de 2017 y comienzos de noviembre de 2018 el impacto del sector fue de 3.200 millones de euros- hay sombras. “La zona está saturada”, subraya Alejandro Villén, vicepresidente de la Asociación de Vecinos Centro Antiguo de Málaga, que explica que hay tres graves problemas para los residentes. El exceso de ruido y la alta ocupación de la vía pública son dos de ellos. Pero el que más consecuencias ha traído es el exponencial crecimiento de las viviendas turísticas, que amenaza con vaciar de vecinos el centro. El 70% de las 4.787 registradas en Málaga en la plataforma AirBnB se encuentran en este distrito. Ante dicha realidad, la Fundación Ciedes recomienda en su documento Estrategia Málaga 2020 “la localización de esta nueva tendencia en zonas no tan céntricas” para generar “oportunidades de negocios en otras zonas de la ciudad”.

Siguiendo el consejo y antes de morir de éxito, Málaga busca ahora ampliar sus propias fronteras bajo unos criterios claros: “No queremos crecer por crecer, el objetivo es hacer una ciudad atractiva al turismo calidad”, explica el alcalde, Francisco de la Torre. Los primeros pasos se han dado en el propio entorno del casco histórico, con proyectos como la peatonalización de la calle Carreterías -muy cerca de espacios privados como el Museo Jorge Rando o el Museo del Vidrio, que han ayudado a expandir el centro- y, sobre todo, la Alameda Principal. Después han llegado iniciativas que lleven el turismo hacia los barrios para generar “nuevas centralidades”, como las denomina De la Torre.

La creación del Soho ha sido una de las ideas pioneras. Sirvió para anexar una nueva manzana al centro y, también, acercarlo al mar. La esperada apertura al Mediterráneo tuvo otro eje en el proyecto del Palmeral de las Sorpresas y la renovación del Muelle Uno, donde la cultura volvió a poner guinda del pastel gracias al aterrizaje del Pompidou. La filial del centro parisino abrió en marzo de 2015, igual que el Museo Ruso, que supuso una de las primeras muestras de la apuesta municipal por crecer hacia los extremos. La colección se instaló en la antigua tabacalera, en la zona oeste de la ciudad. El edificio acoge también el Museo Automovilístico, así como parte de las dependencias municipales y el llamado Polo de Contenidos Digitales, cuya misión se centra en acelerar ideas, proyectos y empresas tecnológicas.

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En las cercanías, junto a la nueva sede de la Diputación Provincial, se ubica otro de los centros culturales más importantes de la ciudad: La Térmica. Y a medio plazo se planean proyectos como Distrito 6, que busca convertir la antigua prisión provincial en un centro de creación y producción cultural multidisciplinar. De gestión municipal, su presupuesto será de 24 millones y estará listo en 2025. Ante llegará una zona verde de 70.000 metros cuadrados sobre el antiguo cementerio de San Rafael, cuya obra está ya iniciada.

Todos son proyectos que han ensanchado la Málaga turística y cultural hacia el Oeste, mientras que para la zona Este aún hay pasos que dar. La solución definitiva a los Baños del Carmen es uno de ellos, pero el proyecto -que incluye la creación de un parque- lleva años estancado entre administraciones. A su lado sobreviven los astilleros Nereo, reconocido como uno de los 100 elementos del Patrimonio Industrial Histórico de España. Un elemento singular que mantiene viva la huella de la tradición marinera en Pedregalejo y El Palo, cuyos paseos marítimos se prevé ampliar. En ambas barriadas se mezcla lo antiguo y lo nuevo, creando una oferta que, por ahora, atrae más al viajero que al turista. El futuro pasa por los extremos de la ciudad.

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