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Vila-Matas y otros exploradores catalanes de Portugal

Los catalanes han descubierto en los últimos años Oporto, centro textil del país que mantiene con la capital esta rivalidad celosa entre una ciudad administrativa y otra de empresarial

El escritor Enrique Vila-Matas.
El escritor Enrique Vila-Matas.Samuel Sánchez

Quizás por aquello de que hay que atravesar Castilla, Extremadura o Andalucía, el catalán ha descubierto Portugal hace unos días. Siempre hay raros, claro, pues en Oporto, la librería Lello, famosa por la fake news de que allí se rodó Harry Potter, hasta hace poco destacaba a tamaño póster una bellísima crónica de Enrique Vila-Matas dedicada a la ciudad y a las cosas extrañas —como no podía ser menos— que aquí le sucedieron. “Es una ciudad distante, de otro tiempo y sus habitantes se visten rigurosamente de gris y negro; ciudad rara entre las raras”. Un amor a primera vista, que a lo largo de los años ha sido correspondido por los portugueses, que adoran sus libros, quizás porque no hay escritor español más pessoísta que Vila-Matas. De paso, y como culé empedernido —espero que los médicos no te lo hayan prohibido también—, dile a tu club que le eche un vistazo al central Militão (y otro al benfiquista João Félix).

Las vivencias del escritor del abrigo gris eran en el siglo pasado, cuando a los chollos no se les llamaba low cost y la segunda ciudad española no se conectaba por 30 euros con la segunda ciudad portuguesa. Gracias a Ryanair los catalanes han descubierto en los últimos años Oporto, centro textil del país que mantiene con la capital esa rivalidad celosa entre una ciudad administrativa y otra empresarial. “Estaba convencido de que en Europa no había ciudad más antigua y señorial que Lisboa hasta que vi Oporto”, remachaba Vila-Matas.

Ahora le han dado buenas capas de chapa y pintura, que falta le hacía, llueve menos gracias al cambio climático, no le han expropiado el Duero ni el Atlántico y los aviones llegan cargados de catalanes por un día que visitan a la carrera la Fundación Serralves en busca de obras de Joan Miró nunca vistos en Barcelona, el café Magestic y la librería “más bella del mundo” con su retorcida escalera barroca, por cierto, reproducida en las últimas fiestas de Gràcia.

Ese retraso en la visita de catalanes a Portugal también se contagia en los callejeros de sus ciudades. Nada en Oporto, y una mínima calle en Lisboa, ya en este siglo, sin duda en correspondencia a la barcelonesa Avenida Lisboa, dada un poco antes. Antes de este siglo, ya andaba por tierras lusas el periodista Ramon Font, primer y último embajador de Cataluña, hombre de bien atropellado por los acontecimientos y ya, en la esquizofrenia global que nos asiste, más portugués que Vasco de Gama.

En Lisboa, A Casa das Janelas com Vistas se ha convertido en centro de hospedaje de catalanes. La catalana Carmen Rende reúne en su hotelito de Bairro Alto el sabor de sus calles y la calma de sus vidas, que no es fácil con la presión turística.

Los fines de semana, en las colas de los Pastéis de Belém y en el bulevares de la rua Liberdade se oye hablar catalán, pero entre semana, en el quehacer profesional de la ciudad, no abunda el empresario ni el comercial catalán. Por razones profesionales aquí ha pasado mucho tiempo Laura Sagnier, que acaba de terminar el estudio Las mujeres en Portugal, hoy, un encargo de la Fundación Francisco Manuel Dos Santos, similar al que ya realizara con las mujeres españolas. En perfecto portugués, la Sagnier presenta el libro y sorprende con el dato de que el 71% de las portuguesas tienen un trabajo remunerado, casi 20 puntos más que las españolas —que gusta mucho al auditorio—, pero que ganan menos, lo que desagrada.

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No son muy dados —¡y quién lo es!— a que los extranjeros les remuevan sus entrañas, que les dirijan o que les aconsejen cómo hacerlo, con la excepción de los británicos, pues existe una cierta britismanía, quizás porque siempre les salvaron —por conveniencia, claro— en guerras con franceses y españoles.

Sea por esto o por lo otro, hay una cierta relación amor-odio con las cosas del vecino y más sin mandan. Uno de sus primeros bancos, el BPI, de ser controlado por los hermanos angoleños ha pasado al dominio de los catalanes de CaixaBank, que se gasta muchos millones en mostrar la cara buena de sus beneficios con ayudas sociales y culturales. Es la mayor donante del país, pero el recelo siempre queda.

También es una catalana, Rosa Cullell, la que dirige, desde hace ocho años, la primera televisión del país (TVI), la primera cadena de radio (Radio Comercial) y la primera web de media, mas, por motivos conyugales, mejor no extenderse, aunque tan imperdonable sería hacerlo como hablar de la presencia de Cataluña en Portugal sin citarla, al menos, de corrido.

No es fácil triunfar en territorio ajeno, y si no que se lo digan a Joan Manuel Serrat. Aquí, por extraño que parezca, llena Patxi Andión; quizás fue porque le pilló la Revolución en Lisboa y se puso a cantar y las saudades portuguesas son eternas. Por lo que fuere, Patxi llena en el Chiado y ni se programa en su barrio de Lavapiés. Los gustos transfronterizos son muy curiosos en asuntos culturales, como se demuestra con la inclinación por Vila-Matas o Javier Marías y no por otros. Musicalmente, sí hay catalanes reconocidos en Portugal, como Jordi Savall y, sobre todo, Silvia Pérez Cruz, que cuenta sus actuaciones por llenazos.

Ya es febrero y, como catalanes previsores que son, el teléfono y el correo comienzan a crepitar preguntando por sitios para veranear, de sol y playas —sin problema—, en lugares tranquilos —tampoco— y, baratos —ahí no—. Han oído de Comporta en las revistas chic, de Peniche, los surfistas; las Bobos de la Costa Vicentina y los naturistas de las Azores.

Los finos de los Bassols hace una década que descubrieron las playas del sur de Lisboa, en la Costa Vicentina, donde surfean y pedalean en un entorno semisalvaje, lejos de las society menorquina de la primera quince de agosto y de la Cerdanya en la segunda. Hay refugios como Aldeia de Pedralva o Vila do Bispo, donde se puede conseguir todo eso y una lubina recién pescada y un jabalí recién cazado, pero a low cost, no. La naturaleza y el silencio son lujos que se pagan, aunque menos que en Cataluña.

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