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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Misterios del organismo

En memoria del cineasta serbio Dušan Makavejev, audaz artista de la explosión visual de los sesenta

Mercè Ibarz
Preparació d'una escena entre l'actriu Milena Dravić i el director Dušan Makavejev.
Preparació d'una escena entre l'actriu Milena Dravić i el director Dušan Makavejev.

Nos han dejado dos grandes cineastas, los dos nacidos en Europa. Uno es el norteamericano de origen lituano Jonas Mekas (1922-2019), seguramente el más formidable hombre de la cámara contemporáneo, a quien debe tanto el cine humanista a menudo llamado experimental. Su muerte ha tenido poca trascendencia en nuestros medios, pero menos aún la ha tenido la de Dušan Makavejev, diez años menor (1932-2019), nacido en Belgrado, uno de los grandes representantes del que fue llamado cine de arte y ensayo. Han muerto con dos días de diferencia, el 23 de enero Mekas y el 25 Makavejev. Supe del primero de mayor; de Makavejev en cambio supe de joven, cuando nos íbamos en peregrinación a Perpiñán para ver cine. Su film W.R. Los misterios del organismo, de 1971, a partir del libro del mismo título del psicoanalista del orgón, nacido en la vieja Ucrania, Wilhelm Reich (este sí que está olvidado, pobre hombre), era de visión obligada.

No recuerdo bien su efecto, espero volver a verlo como homenaje a Makavejev y mi dulce juventud. Es probable que no entendiéramos nada, solo nos empapábamos de sus fulgurantes imágenes. Su agudo humor se nos escapaba. Crecidos en el franquismo, ¿cómo hubiéramos podido captar una crítica tan aguda al capitalismo y al socialismo? Y los que podían hacerlo, los mayores, si dejaron ir algún comentario en Fotogramas, tampoco lo recuerdo. Filmado en Estados Unidos y en Yugoslavia, se burlaba tanto del capitalismo mercantilista como del socialismo real. Hasta entonces, Makavejev no era más que un talento prometedor que conducía una tenaz guerrilla contra la censura titista, recuerda Thomas Sotinel en su obituario en Le Monde. Pero los Misterios, aplaudidos a rabiar por la crítica y el público del Festival de Cannes de aquel año, le habían catapultado.

No le sirvió de mucho. Ni hablar de una carrera internacional, ni para hacer sus pelis ni para distribuir las pocas que logró realizar, una docena corta. Hollywood le cerró las puertas. En Belgrado estaba fichado. Su primer corto, tras graduarse en psicología, No hay que creer en los monumentos (1958), sobre los esfuerzos de una chica para despertar la sensualidad de una estátua, no había gustado nada a la censura. Y eso que estamos en la Yugoslavia de Tito y su manga ancha en comparación con otros países comunistas. Pero la risa, como sabría en 1967 Milan Kundera en Praga, no era de recibo.

La libertad formal fue su bandera. Creo recordar que también pasó en la Filmo El hombre no es un pájaro (1965), donde combina una historia sensual con fondos documentales. Si pasaron Una historia del corazón. La tragedia de un empleado de las PTT (1967), me la perdí: la historia de una rubia explosiva, la actriz Eva Ras, y sus amores con un desratizador musulmán mezclados con extractos de conferencias de sexología. En 1968 presenta Inocencia sin protección, escenas del primer film rodado en serbio, en 1942, mezcladas con los noticiarios paralelos de la ocupación nazi de Belgrado. Y así llegó al film sobre Reich. Dejo la palabra a Sotinel, que lo recuerda bien: “El film empieza -casi- como un documental sobre la trayectoria de Wilhelm Reich, alumno de Freud en Viena, militante comunista en Berlín, proselitista del amor libre, defensor en los Estados Unidos en los que se había exiliado de la teoría de la energía orgásmica. Reich huyó del estalinismo sin lugar para su versión hedonista del socialismo y fue encarcelado por la justicia americana que quemó sus libros. Es comprensible que Makavejev se haya reconocido en esta figura que sirve de hilo conductor a un montaje brutal e inteligente de secuencias de teatro de calle, noticiarios soviéticos y chinos y una ficción en la que una actriz defiende, ante el proletariado yugoslavo, las tesis de Reich”.

El Festival de Cannes tuvo que organizar hasta siete pases para satisfacer la demanda y, de Le Monde al New York Times, la crítica fue superlativa. La URSS protestó oficialmente y Makavejev prefirió exiliarse. Siguió provocando iras con Sweet Movie (1974): de la actriz protagonista, Carole Laure, y de la crítica, a la que se le atragantó la yuxtaposición de secuencias eróticas con imágenes de la exhumación por los nazis de los oficiales polacos asesinados por los soviéticos en Katyn. Su último film, disponible en YouTube, es el mediometraje Un agujero en el alma (1994), autobiográfico: llegó al uso de razón el mismo año en que Europa caía en el marasmo hitleriano.

Gracias por todo, por tanto, Dušan Makavejev.

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

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